jeudi 31 décembre 2009

F,P,D Univers. Excelente página WEB Hopnotique black & light

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"Ideas del hombre y más .......".
F,P,D Univers. M. Á. BASTENIER El tesoro de Las Indias

M. Á. BASTENIER 30/12/2009


La Justicia estadounidense ha fallado a favor de España en el litigio por el tesoro que transportaba la nave Nuestra Señora de las Mercedes, hundida por barcos ingleses en 1804 frente al cabo de Santa María, costa portuguesa del Algarve. El cargamento de unas 500.000 monedas de plata y oro había sido recuperado por la empresa Odyssey, dedicada al rescate de valiosos pecios marinos, y aunque el tribunal de Florida sólo le ha dado unos días para devolver el botín, habrá recurso y el conflicto, que lleva dos años ante los tribunales, podrá prolongarse bastantes más hasta tanto llegue al Tribunal Supremo; tiempo muy apropiado para que el Estado español piense lo que quiere hacer con el tesoro, en la aparente probabilidad de que las dos sentencias anteriores sean ratificadas.


¿Tienen algún derecho a la propiedad los pueblos americanos sobrevenidos por la colonización?

¿A quién pertenece hoy tan preciada carga? Con arreglo a títulos legales, no cabe duda. El buque era español, las monedas también -habían sido acuñadas en la ceca de Lima, virreinato del Perú-, la plata y el oro procedían de placeres coloniales, y una parte de aquellas siete u ocho toneladas de metales preciosos debía aliviar la penosa situación económica de una monarquía en quiebra tan absoluta como ella misma. Pero en 2009 los títulos de propiedad que cuentan pueden ser mucho más simbólicos que legales, y deben juzgarse a la luz de los intereses exteriores de España.

Las remesas de metal habían caído considerablemente en las últimas décadas del siglo XVIII por el agotamiento de algunas fuentes; por el mayor agotamiento aún de la marina de guerra española, cuyo grueso estuvo más dedicado a aventuras europeas que a defender América; y por la acción destructora de la mayor marina del mundo, la inglesa, que cuando se hallaba en guerra con la monarquía hispánica izaba un pabellón y cuando en paz, otro, el del corsario como taparrabos legal del pirata. En 1804, diplomáticamente coagulada ya la sangre en la guillotina de Luis XVI -1793-, España estaba aliada con la Francia revolucionaria de la que esperaba protección de los cargamentos de ultramar, y de nuevo en conflicto con Inglaterra.

El barco español tuvo que ser uno de los últimos que llegaron con tesoro apreciable a las costas peninsulares. Y aunque se habla de monedas de oro y plata, debería abundar mucho más lo segundo porque, aparte de que jamás hubo oro en grandes cantidades en la América de la conquista, los ríos colombianos que alimentaron durante un tiempo una modesta corriente del metal, estaban ya exhaustos. El valor atribuido en moneda contemporánea -500 millones de dólares (casi 350 millones de euros)- estará, por tanto, justificado desde un punto de vista histórico o arqueológico-numismático, pero no por la cantidad de mineral argentífero.

¿Tienen algún derecho a la propiedad los pueblos americanos, originarios o sobrevenidos por la colonización? Con los códigos en la mano parece sumamente improbable. En Perú se ha hecho algún ruido sobre el caso, pero nada parecido a un Estado peruano existía entonces, y si la república limeña era una natural y depredadora prolongación de la colonia, después de la batalla de Ayacucho (1824) la nación independiente tenía más acuciantes problemas que reclamarle nada a España. Inglaterra no ha devuelto los Elgin marbles de la antigua Grecia a Atenas, ni unos cuantos monumentos del pasado faraónico a El Cairo, con lo que España podría considerarse en sólida compañía. Pero nadie puede negar que el metal procedía de tierras del virreinato, extraído por brazos de indígenas y esclavos.

Agentes de Pekín recorren hoy el mundo en busca de joyas, artefactos e hitos artísticos que la rapiña colonial desparramó por Occidente, y aunque es cierto que los títulos de propiedad parecen en este caso más defendibles por la extraordinaria continuidad entre el imperio del centro -de algún millar de años antes de Cristo- y el posmaoísmo de la China contemporánea, lo que no ocurre entre la Grecia clásica y el Gobierno de Papandreu, ni entre el Egipto de Memfis y Hosni Mubarak, lo que cuenta aquí es una nueva sensibilidad que legitima búsquedas y reclamaciones.

Repartir el tesoro parece impracticable, porque ¿con quién podría hacerse?; calcular su valor e invertir otro tanto en ayuda al Tercer Mundo iberoamericano sonaría paternalista; pero cabría constituirlo en una especie de fondo, junto a otras piezas del botín americano, que aunque tuviera su sede -temporal o no- en España, se declarara patrimonio general de todos los pueblos de América Latina. Una verdadera Alianza de Civilizaciones tendría esas cosas.



"Ideas del hombre y más .......".
F,P,D Univers. Una mujer y su bebé 'resucitan' tras el parto
El corazón de la madre se paró durante el nacimiento y los médicos dieron a su hijo, nacido mediante cesárea, por muerto.- Minutos más tarde ambos se encontraban en perfecto estado

ELPAÍS.com - Madrid - 30/12/2009

Una mujer estadounidense y su hijo recién nacido protagonizaron el pasado día de Navidad una asombrosa historia que muchos medios locales han calificado de "milagrosa". El corazón de Tracy Hermanstorfer, de 33 años, se paró mientras daba a luz a su hijo. "No daba señales de vida, no respiraba y no tenía presión", aseguró la doctora que la asistió, Stephanie Martin, del Memorial Hospital en Colorado Springs, a la cadena de televisión Fox News. Los médicos la dieron por muerta y se centraron en salvar la vida del niño.

Al practicarle una cesárea a la madre descubrieron que el bebé también estaba prácticamente muerto. Y entonces ocurrió el supuesto milagro. "En cuanto saqué al bebé, el corazón de su madre volvió a latir", explica Martin. "Su corazón estuvo parado entre cuatro y cinco minutos". La doctora afirma que no consigue explicarse como Hermanstorfer logró salir de la parada cardiorrespiratoria. El bebé, sorprendentemente, también se encontraba en "buen estado" sólo unos minutos después.

Hermanstorfer y su marido, Mike Hermanstorfer, aseguran que se trata de una intervención divina. "Los dos somos creyentes...pero aunque no creyéramos, esto no tiene otra posible explicación", aseguran. Los médicos del hospital explicaron a la misma cadena que han hecho una "evaluación exhaustiva" de lo ocurrido sin obtener resultados conclusivos


"Ideas del hombre y más .......".

mercredi 30 décembre 2009


F,P,D Univers. Irina Bokova, la nouvelle dame de l'Unesco
Thierry Portes
30/12/2009 |

Irina Bokova, lors d'un discours prononcé à l'Unesco après son élection, le 23 octobre dernier. Crédits photo : SIPA
L'ambassadrice de la Bulgarie en France est la première femme à être élue à la tête de la prestigieuse organisation culturelle internationale.

Irina Bokova est arrivée à la direction de l'Unesco sur la pointe des pieds. Les grands de ce monde qui, en cet automne 2009, ignorent jusqu'à son nom, ont écrit plusieurs scénarios pour cette élection, mais dans aucun l'ambassadrice de Bulgarie en France, quinquagénaire à la chevelure blond cendré, ne tient un rôle.

Les 58 diplomates convoqués à Paris pour ce scrutin ne sont pas non plus prêts à miser sur la victoire de leur collègue, même ceux connaissant ses qualités. Ils ne parlent que du ministre égyptien de la Culture, Farouk Hosni, le grand favori pour le poste de directeur général de l'Organisation des Nations unies pour l'éducation, la science et la culture (Unesco). Or, à l'issue du 5e et ultime tour de scrutin, Irina Bokova, contre toute attente, l'emporte. C'est «un signe important pour l'égalité des sexes» déclare la première directrice générale de l'Unesco.

«Comme souvent dans les enceintes internationales, c'est un candidat de compromis qui l'a emporté», commente un diplomate. «Formée à l'école soviétique, passée ensuite par Harvard, il ne faut pas la sous-estimer», corrige toutefois un de ses collègues, qui ajoute : «Ces deux ­dernières années, Bokova a visité plus de quarante pays pour les besoins de sa campagne.»

C'est au premier tour de scrutin que le ministre égyptien de la Culture aura manqué le coche. Fort des soutiens de son président, Hosni Moubarak, de celui de Nicolas Sarkozy, également promoteur de l'Union pour la Méditerranée, de ceux de la Ligue arabe et de l'Union africaine, Farouk Hosni pense franchir aisément la barre des 30 voix requises pour être élu. Il n'obtient que 22 voix.

Un jeu de dames

L'Égypte soutient un mauvais candidat. En plus de ses dérapages antisémites, de la censure qu'il a exercée contre nombre d'artistes, Farouk Hosni a laissé croître la corruption dans son ministère. Face à lui, s'est présenté l'ambassadeur algérien à l'Unesco, ce qui tend à prouver que le front arabe n'est pas unanime. Et puis il y a la candidature d'un diplomate tanzanien, dont le pays présidait encore quelques mois plus tôt l'Union africaine. ­Kadhafi, qui a hérité de cette présidence, est manifestement allé vite en besogne en déclarant, sans avertir personne, que tout le continent noir soutenait le représentant égyptien.

Dès le 2e tour se met en place un jeu de dames. Ce sont des candidates qui désormais affrontent Hosni. Quand l'une est évincée, c'est une autre qui profite de la dynamique électorale. La Lituanienne renonce vite. Les supporteurs de Bokova en profitent pour souligner que les pays arabes ne sont pas les seuls à n'avoir jamais dirigé l'Unesco. Les pays d'Eu­rope de l'Est, toujours comptabilisés dans l'ancien bloc soviétique, n'ont également jamais eu cet honneur.

La candidate équatorienne d'origine libanaise Ivonne Baki, qui est soutenue par les États-Unis, jette ensuite l'éponge. Au 3e tour, c'est la commissaire européenne autrichienne Benita Ferrero-Waldner qui se retire et appelle publiquement à voter pour Bokova. Au 4e tour, les deux finalistes obtiennent chacun 29 voix. Tandis que circulent des enveloppes, que les pressions se multiplient, notamment sur les représentants africains, plusieurs des quatre pays européens méditerranéens - France, Espagne, Italie, Grèce - qui avaient initialement soutenu Hosni changent de camp. Et parmi eux sans doute la France. En sens inverse, plusieurs voix, peut-être africaines, se portent sur le candidat égyptien. Ce chassé-croisé épaissit un mystère électoral qui sera difficile à percer. Toujours est-il qu'Irina Bokova finit par battre Hosni par 31 voix contre 27. BANCO DE IDEAS FINANCIERAS.


"Ideas del hombre y más .......".

F,P,D Univers.En Rumania, cuando la TV es una noticia basura
En Roumanie, quand la télé trash fait l'actualité
François Hauter
30/12/2009 | Mise à jour : 08:08 |

Le Palais du peuple, à Bucarest, derrière une publicité sur un Abribus. Crédits photo : Sylvain GUICHARD/REA
Escale à Bucarest,ville de la révolution télévisée de 1989, où Ceausescu et son épouse furent fusillés en direct. Ici, la liberté passe souvent par la corruption. Et le raffinement n'est pas une valeur promue par les médias.

«On va voir si vous êtes malin : comment a-t-on pu rentrer cet immense tapis dans cette salle de bal ?», demande le guide à un groupe de touristes silencieux, éberlués par l'absurdité du lieu qu'ils visitent. C'est curieux, ce jeune Roumain parle de la taille des lustres, de détails insignifiants, mais ne pose jamais la question qui vient forcément à l'esprit dans ce Palais du peuple qui symbolise Bucarest, avec ses proportions schizophrènes. Mais pourquoi les Roumains sont-ils fiers de ce lieu vide et inutile, construit par le dictateur Ceausescu qu'ils abhorraient tant, un palais qu'ils ont néanmoins fidèlement achevé après sa mort ? Est-ce parce qu'ils sont ravis de pouvoir le qualifier «deuxième plus grand bâtiment du monde après le Pentagone», comme ils l'affirment ? Ou est-ce pour démontrer qu'ils sont bien d'Europe et non originaires d'un incertain pays d'Orient ? Ce pastiche monstrueux, boursouflure incestueuse de Versailles et de Schönbrunn, a l'air d'un faux nez. Peu importe la forme, d'ailleurs. Là-bas, à Bucarest, aux marches lointaines de notre espace européen, les Roumains ont appris à offrir à l'Europe exactement ce qu'elle attend.

Ainsi la patrie de Vlad l'Empaleur, prince de Valachie et fils de Dracul (le diable), a-t-elle mis en scène une révolution il y a vingt ans, avec l'invention macabre d'un massacre à Timisoara, sur lequel les médias occidentaux se sont précipités. Il est désormais établi que les dissidents gorbatchéviens du PC roumain ont fabriqué ce charnier avec des corps récupérés à la morgue pour se débarrasser du stalinien Ceausescu et de son épouse. Et cela probablement avec la complicité du KGB. Partout, il y a vingt ans, en Europe centrale, la rue s'emparait du pouvoir parce que le système soviétique s'effondrait sur lui-même. Le communisme, en Roumanie et en Bulgarie, était plus prévoyant. Il organisait sa survie en prenant les devants, en provoquant une révolution. À Bucarest, il offrait aux 21 millions d'habitants une parodie de procès des Ceausescu. Le «génie des Carpates» et son épouse étaient opportunément accusés de génocide pour le massacre imaginaire de Timisoara, et condamnés à mort. Ils furent exécutés dans l'heure, afin qu'ils se taisent, et leurs cadavres montrés à la télévision. Des méthodes d'épuration 100 % staliniennes pour éliminer un stalinien : le communisme en Roumanie réinventait la révolution à sa façon.


Un capitalisme servi cru



Après avoir lancé les ouvriers contre les manifestants, les camarades ont ensuite fait construire un monument à la gloire du millier de martyrs ayant péri dans les événements qu'ils avaient fomentés. Ce monument, dans le centre de Bucarest, c'est une création folle, à la Ionesco. Une fine et longue baguette sur laquelle semble enfilée une crotte de chien ! Ovidiu Nahoi, rédacteur en chef du quotidien Adevarul (La Vérité), s'en souvient : «La population était heureuse, la révolution en ce sens a été une réalité, la manipulation a été celle du pouvoir.» Pendant les premières années de la «révolution», rien n'a donc changé dans le pays, personne ne sachant vraiment quoi faire de la liberté. Sauf les anciens communistes reconvertis en capitalistes qui se sont partagé l'industrie du pays, et follement enrichis. En 1999, l'intervention de l'Otan en ex-Yougoslavie a ouvert la porte de l'Union européenne à la Roumanie. Les investissements étrangers ont suivi. Le boom économique a pu être qualifié d'«extraordinaire» . Les experts estiment que la moitié de la richesse du pays est concentrée dans la capitale car, comme le remarque le journaliste Christian Mititelu, «tout ce qui se fait avec l'État est marqué par la corruption». Les connaisseurs distinguent deux Roumanie. L'ancienne Transylvanie hongroise, dynamique et plus développée, où sont implantées la plupart des usines étrangères, est située au nord des Carpates méridionales ; l'autre, encore très pauvre, sauf à Bucarest, est au sud.

Je donne ces précisions car, en arrivant à Bucarest, j'ai l'impression de reculer de dix années en arrière par rapport aux pays d'Europe centrale d'où j'arrive. La Roumanie est en retard sur ses voisins. Je décide donc de m'intéresser à ce que l'on peut faire du concept de liberté au début du XXIe siècle sans avoir la moindre culture économique, et juste après avoir été abruti pendant un quart de siècle par l'ancien apprenti cordonnier Ceausescu, devenu «le Danube de la pensée». D'abord on s'endette, on s'achète une Dacia, voiture imaginée par Renault et fabriquée dans le pays. Si l'on arrive à destination - l'engin fait des bruits inquiétants, - on se précipite dans les hypermarchés - il s'en ouvre près de trois cents par an. Enfin, on regarde les chaînes de télé spécialisées dans le people et on lit Click !, tabloïd plein de photos de blondes décolorées. En Roumanie, comme dans le reste de l'Europe centrale, le capitalisme est servi cru. Il «troufignole», comme dirait Louis-Ferdinand Céline. Il vise bas. Il tombe sur la tête des gens comme une noix de coco. Cela commence par la télévision. «Tout le pays est collé à nos émissions, on leur a donné tout ce qu'ils n'avaient jamais vu. On a fait la deuxième révolution dans ce pays, la vraie !», dit Anca Budinschi, la directrice des programmes de Pro-TV, filiale roumaine de Central European Media Enterprises, groupe californien qui touche 97 millions de téléspectateurs dans sept pays d'Europe centrale. Anca m'explique qu'une bonne info au journal télévisé, c'est «un bébé abandonné par sa mère et adopté par une autre femme». Je lui dis que les Roumains sont en avance sur la France : nous n'avons pas encore de télé trash. Anca me fait penser à un personnage d'Houellebecq.


Destruction de la classes moyenne



Après la télé, je visite Click !, je rencontre son rédacteur en chef, Christian Stanca. Le journal, créé il y a trois ans, se vend à 530 000 exemplaires par jour. Lorsque Click ! parle d'économie à ses lecteurs, c'est pour expliquer ce qu'ils peuvent s'offrir avec 20 euros. Ou bien il raconte l'histoire d'un élève amoureux de sa prof qui s'est suicidé, un accident atroce. «On travaille avec beaucoup d'émotion», dit Andrej. Devant son bureau, il a garé son énorme voiture allemande. Click ! en Roumanie, Blesk ! en République tchèque… Les recettes des tabloïds sont presque les mêmes qu'en Allemagne ou en Grande-Bretagne. Dans les pays d'Europe centrale, je constate qu'il n'y a pas d'espace entre les quelques journaux de qualité et la presse de caniveau. C'est également vrai pour les télévisions locales. Plus belle la vie, à Bucarest ou Budapest, serait considéré comme un programme d'art et d'essai. J'en avais eu l'explication en Hongrie, où j'avais croisé le journaliste Jozsej Martin. Il avait voulu lancer un journal destiné aux classes moyennes : «On a réalisé les études de marché, et l'on s'est rendu compte que notre cible n'existait pas.» C'est un point capital. En France ou en Allemagne, c'est la classe moyenne, celle des enseignants, des cadres, des ingénieurs, qui forme le socle de la société. Cette population n'est pas la plus opulente, mais elle est cultivée, ouverte sur le monde, transmet des valeurs.

En Europe centrale, le communisme a broyé ces classes moyennes. Partout, j'ai rencontré des dizaines de professeurs d'université ou de collège, des ingénieurs, des médecins qui se sont retrouvés mis au ban de la société sur des dénonciations de voisins aigris. Dans certaines régions, comme les pays Baltes, ce sont les professions dites «bourgeoises» qui ont été anéanties par des déportations massives. En Roumanie comme en Hongrie, ce sont des dizaines de milliers de gens remarquablement formés qui ont été contraints de fuir leur pays, pour ne pas être cassés par un système kafkaïen. Partout, la survie nécessitait des stratégies réductrices. Des populations abruties, toujours méfiantes, sortent de cette centrifugeuse atroce. Vingt ans, c'était hier. À Bucarest, personne n'est indemne. L'économie, les investissements, les politiques bien ou mal menées n'expliquent pas tout. Peut-on reconstruire des nations sur des âmes brisées ?


"Ideas del hombre y más .......".

F,P,D Univers.República Checa: de Napoleón a Albert hiper.

République tchèque : de Napoléon à l'hyper Albert
François Hauter
28/12/2009 | Mise à jour : 18:36 |

Le mémorial d'Austerlitz est situé près de Brno, dans le sud-est du pays. Mais sur le site même de la bataille, les traces sont peu nombreuses. Un fabricant de béton a érigé des canons et des soldats de quinze mètres de haut pour commémorer «la batialle des trois empereurs». Crédits photo : Abaca

À Austerlitz, il ne reste pas grand-chose de la plus belle des victoires de Napoléon, le 2 décembre 1805. Pourtant, qu'elle le veuille ou non, l'Europe centrale porte en elle le souvenir des rêves de conquête de l'Empereur.

Phares allumés, les berlines allemandes font la course, à plus de 200 km/h, sur l'autoroute vers Olomouc. Tout le monde d'ailleurs, sur cette route entre Brno, la deuxième ville de République tchèque, et Bratislava, la capitale de la Slovaquie, roule pied au plancher. La voiture, ici encore, est un jouet dont il est indispensable d'afficher la puissance. Un crachin mélangé de neige et de pluie noie parfois le paysage dans une brume sinistre. On songe aux confins du Morvan, l'hiver en Bourgogne. Le relief est moutonné, les collines cassent la monotonie de ce panorama où le regard porte loin. La bruine ne ralentissant personne, j'ai tout juste le temps d'apercevoir les immenses panneaux de pub. Sur une affiche, une femme enroulée dans une serviette de bain contemple amoureusement une baignoire. Découverte du confort moderne. Voici aussi l'hypermarché Albert. Et un fabricant de béton. Il est original, celui-là, avec les deux canons de quinze mètres de haut, et les grognards encore plus hauts. Je raconte les voitures qui filent sur l'autoroute, l'hyper Albert et cette enseigne du genre Walt Disney, parce que c'est tout ce qui reste d'Austerlitz, «la bataille des trois empereurs», le chef-d'œuvre tactique de Napoléon, la plus légendaire des victoires militaires françaises, le 2 décembre 1805. À Paris, nous avons un pont et une gare. À Austerlitz, ils ont un marchand de béton.

Je sillonne le champ de bataille, «un rectangle de huit kilomètres sur douze», disent les manuels. Ce sont d'immenses terres d'une glaise très noire, des lignes à haute tension qui rabaissent l'horizon, des maisons miteuses en préfabriqué, devant lesquelles les habitants sont assis en pantoufles pour regarder passer les voitures. C'est clair, l'évolution dans ces villages est à feu lent. Les rues sont boueuses. Cette terre si lourde a été nourrie par les 1.290 morts français et les 16.000 tués autrichiens et russes. Je comprends que Napoléon soit allé habiter le château d'Austerlitz après la bataille, c'est le seul coin commode de la région. D'ailleurs, le tsar Alexandre de Russie et l'archiduc autrichien François II y demeuraient, juste avant d'être obligés de fuir. Austerlitz, dans cette région de Moravie, s'appelle maintenant Slavkov u Brna.

«Faisons pleurer les dames de Saint-Pétersbourg !»

C'est une jolie bourgade un peu éloignée du champ de bataille. Napoléon s'est adressé à ses hommes depuis le balcon du château : «Soldats, je suis content de vous… Il vous suffira de dire “J'étais à la bataille d'Austerlitz”, pour que l'on réponde “Voilà un brave !”.» Nous avons tous vibré en apprenant cela en classe, avec Rapp qui lance ses mamelouks à l'assaut des escadrons de cavalerie lourde russe en s'écriant : «Faisons pleurer les dames de Saint-Pétersbourg !» À Paris, je ne peux plus passer devant la colonne Vendôme, fondue avec les 185 canons pris ici aux «féroces ennemis» pleins de «sang impur», sans penser aux «dames de Saint-Pétersbourg». Le château, qui fut un fief des chevaliers teutoniques, a un côté provincial, avec son classicisme sans grandeur. J'imagine les personnages des Affinités électives de Goethe, tentant dans ce décor intemporel d'inventer les règles d'une vie parfaite, avant que les passions amoureuses ne viennent chambouler leurs belles résolutions. S'ils revenaient, ils seraient atterrés. Plusieurs des somptueuses allées du château, les perspectives séculaires, ont été ravagées par les ingénieurs des travaux publics. Si l'on oublie l'Austerlitz Golf Resort, où le notaire et le dentiste de la petite ville viennent jouer le week-end, l'on peut se laisser aller à la mélancolie, philosopher sur ces musées et mémoriaux dont le destin est de tomber en poussière.

La France exsangue, l'Europe saignée

Dans les sous-sols, à l'étage des cuisines, un restaurant infect est ouvert. Napoléon ne se déplaçait jamais sans Chambertin, j'en comprends soudain la raison. Une jeune fille me fait ensuite enfiler d'immenses chaussons bleu clair, ridicules, mais c'est la condition pour visiter la salle où l'armistice fut préparé, après la bataille. Trois semaines plus tard, le 26 décembre 1805 à Bratislava, à 200 kilomètres de là, il fut signé. L'Europe en est bouleversée. L'archiduc d'Autriche François II tire courageusement les leçons de sa défaite, il renonce à son titre d'empereur du Saint Empire romain germanique ; le Tyrol lui est confisqué, Vienne perd la Vénétie. À l'époque, Venise est le seul port de l'Autriche. Napoléon va réorganiser l'Allemagne et former le noyau de la Confédération du Rhin. À cause d'Austerlitz, l'Autriche perd quatre millions d'habitants en une journée !

Depuis deux siècles, l'Europe centrale a ainsi été taillée à la hache par Napoléon, Hitler et Staline. Le sujet soulève encore des passions en France. Napoléon, incontestable génie militaire, a bel et bien laissé la France exsangue et l'Europe saignée. Les pertes humaines de ses quarante-quatre grandes batailles - il en a perdu cinq - sont comparables, toutes proportions gardées, à celles de la Première Guerre mondiale, estiment aujourd'hui les historiens sérieux. De sa grande armée de 600.000 hommes, partie pour ce qui devait être une «blitzkrieg» en Russie (le parallèle avec l'offensive de Hitler est évident), quelques dizaines de milliers d'hommes seulement retrouvent la France. Napoléon a marqué les esprits européens partout où il est passé. En Pologne ou en Slovénie, on l'aime. Dans d'autres pays, il incarne des espérances déçues, ou pire, on le désigne sous des sobriquets infamants. Certaines villes sont marquées. On y retrouve des charniers.

Vilnius, par exemple, la capitale de la Lituanie. J'y suis passé voici deux semaines. J'ai appris que 40.000 grognards y étaient morts. Ils avaient survécu à la terrible défaite de la Berezina, ils étaient arrivés en loques, rêvant de trouver dans cette ville un réconfort. Ils seront congelés en trois jours. Les témoignages de ceux qui ont survécu sont bouleversants. L'incroyable pour nous, c'est que cela se passait il y a deux cents ans seulement ! Décembre 1812 à Vilnius, c'est l'anti-Austerlitz. Des vestiges de cette armée disparue ont été retrouvés en 2003, en creusant des parkings et en préparant les fondations d'immeubles résidentiels, dans le quartier de Siaures Miestelis. C'est un quartier de l'Europe moyenne, avec un dentiste, une station de lavage de voitures, une agence de voyages et un teinturier. Je demande à un balayeur s'il sait où gisaient les grognards. «Là, sous l'immeuble rouge, me dit-il sans hésiter. Tous les corps ont été exhumés puis inhumés dans le cimetière d'Antakalnis.» J'y vais. L'endroit est saisissant de beauté. Les soldats de Napoléon reposent non loin de Polonais qui sont morts pendant la Seconde Guerre mondiale et de civils lituaniens, tués pendant la révolution contre les Soviétiques en 1990. Des milliers de chandelles vacillantes nous les rappellent.

«Vous êtes sympathiques, mais...»

Notre Europe est là, dans ce cimetière. J'y comprends un peu mieux d'où je viens. Né dans les années 1950, j'appartiens à la première génération de civils français qui, depuis Napoléon, n'a pas été appelée à faire la guerre. Les tueries incessantes ont fabriqué notre Europe, aujourd'hui tellement pacifiste. Elles ont forgé nos orgueils nationaux. Elles nous lient et nous éloignent à la fois. À Vilnius, Dovile se souvient de la phrase de Jacques Chirac admonestant un jour les pays d'Europe centrale - «Une bonne occasion de se taire !» leur avait-il lancé, sur un ton napoléonien - pour remarquer : «Vous les Français, vous êtes sympathiques, mais par une remarque à un moment ou l'autre de la conversation, vous ne pouvez pas vous empêcher de montrer que vous vous sentez supérieurs.» Notre morgue, notre incapacité de prendre en compte les intérêts des autres freine l'Europe. Je constate également, en traversant la frontière entre République tchèque et Slovaquie, que l'Union européenne sert de pansement aux blessures de notre passé. Les pays appartenant à l'espace Schengen ont des frontières ouvertes entre eux, et c'est un émerveillement pour des populations dont le destin avait basculé après une bataille d'appartenir enfin à un espace ouvert. Les cicatrices de nos siècles d'affrontement s'estompent. L'histoire permet de nous rappeler pourquoi nous avançons soudain de concert.


"Ideas del hombre y más .......".


F,P,D Univers.Hungría: un descuido a otro


Hongrie : d'un oubli à l'autre
François Hauter
28/12/2009 |

Défilé à Budapest,en août 2007,du groupe paramilitaire d'extrême droite« Magyar Garda ». Ses membres sont liés avec Jobbik, un parti hongrois nationaliste et xénophobe. Crédits photo : ASSOCIATED PRESS

Dans ce pays encore marqué par les souffrances de l'histoire, la démocratie est en train de se briser. La classe politique y est tellement démagogique qu'une extrême droite ouvertement antisémite s'apprête à faire un score inquiétant aux prochaines élections.


Téléphone d'une amie, en Alsace : «Je suis effarée, me dit-elle, parce que, dans l'hôpital où je travaille, le personnel soignant qui vote à gauche refuse de se faire vacciner contre la grippe A (H1N1), en signe de protestation contre Sarkozy. Leur devoir n'est-il pas d'abord de se protéger, pour protéger leurs patients ?» À Budapest, c'est le contraire : les gens de droite refusent de se faire vacciner, en protestation contre le gouvernement de gauche. Parfois, en voyage, l'on est confronté à ce genre de reflet, qui vous oblige à prendre un peu de recul. La fanatisation de la vie politique que je perçois en Hongrie m'en offre l'occasion.

C'est entendu, la démocratie repose sur l'opinion publique. Et à l'âge des mass media, c'est un show auquel il faut participer. Le but du jeu étant de remporter les élections, on ne peut réussir que si l'on chasse le chef de l'autre camp. C'est donc une sorte de guerre, pour laquelle mieux vaut disposer d'une troupe obéissante. Un membre zélé de parti doit dénigrer le chef du camp adverse sans états d'âme. Mais ce jeu est risqué. Car l'opinion publique aime la stabilité, elle veut être rassurée, elle n'aime pas que les chefs et ses généraux se montrent agressifs et anxiogènes. La police, les pompiers, les Églises sont les institutions les plus populaires. Tout en bas de l'échelle, dans les sondages d'opinion, apparaissent les parlements, c'est-à-dire des endroits de conflits ouverts. Au fond, nous aimons la démocratie, mais pas le théâtre où se joue la pièce. Lorsqu'elle se résume à un combat exalté entre «bons» et «méchants», lorsque la politisation de la vie publique devient hystérique, sans consensus sur certaines valeurs fondamentales, c'est que les chefs tirent trop sur les ficelles de la démocratie, et qu'elles vont casser. Je ne compare pas la France avec la Hongrie. Mais en Hongrie, la démocratie est en train de se briser. La classe politique y est tellement démagogique qu'une extrême droite hongroise ouvertement antisémite s'apprête à triompher aux prochaines élections, en avril 2010, en posant un sérieux problème à l'Europe.

Un pays au destin déchirant

Dans nos démocraties, l'extrême droite est toujours la voiture-balai des opinions publiques désabusées, des «tous pourris !». Les électeurs soudain se prononcent pour des solutions simplistes, les règles compliquées de la démocratie semblant incompréhensibles et dérisoires à l'homme de la rue parce qu'elles ne répondent pas rapidement à ses problèmes. Ce dérapage de la démocratie, nous l'avons connu en France. Mais ce sont désormais les petits pays européens, ceux qui cherchent leur singularité et leur place parmi les grands, qui sont touchés. L'Autriche et les Pays-Bas en leur temps. La Suisse aujourd'hui. La Hongrie très prochainement. Depuis un siècle, le destin de ce pays est déchirant. Ses dix millions d'habitants broient du noir. Le pessimisme et un certain fatalisme là-bas marquent les propos. Le déclin du pays, à écouter les Hongrois, est une pente raide.

En 1919, pour avoir mal choisi son camp, la Hongrie est démembrée. Le traité de Trianon l'ampute des deux tiers de sa population et de son territoire. L'amiral Horthy, qui dirige le pays en 1920, s'allie à Hitler dans les années 1930, pour tenter de recouvrer ces territoires perdus. Second choix catastrophique. La Hongrie se retrouve encore du côté perdant, occupée par les troupes soviétiques. En 1956, Janos Kadar et les tanks russes écrasent une insurrection menée par le démocrate Imre Nagy. Mais à la fin des années 1980, le régime anticipe intelligemment la chute du communisme. Il s'y prépare, en se positionnant à l'avant-garde des changements économiques. La Hongrie devient «la baraque la plus joyeuse du communisme».

«Notre premier ministre avait étudié à Harvard, avant de devenir responsable de l'économie du pays. Le gouvernement était composé de gens intelligents, très rationnels, se souvient l'écrivain Janosz Miksaapja. I ls imaginaient une économie à la chinoise, et en matière de politique étrangère, une neutralité à la finlandaise. Ils ont donc privilégié la continuité, et cimenté la Constitution de 1949, en rendant obligatoire la règle des deux tiers des voix nécessaires pour modifier les articles les plus importants. Cette Constitution est basée sur la méfiance, elle ne laisse aucune place au consensus. Ainsi, en sommes-nous là où nous étions il y a vingt ans. Cette Constitution, c'est comme si nous roulions dans une vieille Skoda.»

En Hongrie, les succès économiques du régime communiste n'ont pas rendu une franche rupture nécessaire. Le «grand changement» a été tellement doux que les structures n'ont pas été réformées. L'écrivain Peter Esterhazy m'explique : «Après 1989, tout ici a été trop rapide pour les gens. Sous la dictature, l'on survivait comme des animaux. Lorsque la dictature a disparu, nous n'étions pas prêts pour ce quelque chose que l'on appelle “la liberté”. Le principe de la démocratie, c'est de dialoguer, de dialoguer, et encore de dialoguer. Et voilà, nous ne savons pas parler. Alors nous vivons une nouvelle guerre froide.» D'un oubli à l'autre, les souffrances, trop récentes, sont exploitées à des fins politiques par des partis démagogiques. La droite affirme que les socialistes sont des «communistes». Les socialistes traitent les partis de droite de «fascistes». Entre le rouge et le noir, il n'y a rien, sinon de la haine.

Olga Szederkényi est journaliste à la radio MR1. Elle me raconte : «La politique crée en Hongrie une tension énorme. Lorsque je lis dans le train, des voyageurs m'insultent : comment osez-vous lire ce journal ! Des ménages divorcent pour cela. J'évite d'aller voir mon père pour ne pas avoir à subir ses harangues. La politique, dans les familles, c'est un tabou. Ou bien la guerre. Même les professeurs n'osent pas parler de l'histoire et des révolutions à leurs élèves. Le fanatisme est partout.»

Personne à Budapest n'a fêté cette année les vingt ans de la démocratie, les dix années dans l'Otan, les cinq années dans l'Union européenne, et le premier anniversaire de l'entrée dans l'espace Schengen. Une majorité de Hongrois estime que les conditions de vie, loin de s'améliorer, sont devenues plus difficiles. La Hongrie fait songer à la Russie, ou la démocratie est devenue un concept détesté, ce qui autorise Vladimir Poutine à se comporter en autocrate arrogant.

«Mentalement, la Hongrie a divergé avec l'Union européenne, affirme Jozsef Martin, qui a dirigé le journal L'Observateur . Les gens ne se sentent pas citoyens européens. Personne dans ce pays ne s'entend sur des valeurs communes. On ne peut pas nommer ce qui est hongrois, parce que c'est toujours utilisé pour des culpabilisations mutuelles. On a balayé sous le tapis le communisme, l'entre-deux-guerres, l'occupation nazie, les problèmes des Tsiganes, la Shoah… Même les historiens n'en débattent pas.» Ce grand silence pourrit le discours politique. «Nous payons cher le manque de clarification historique, explique Pierre Kendre, membre de l'Académie hongroise des sciences. Les générations, l'une après l'autre, ont été entraînées en Hongrie dans des drames profonds, sans jamais en parler aux générations suivantes.»

30 % de votes extrémistes

Ainsi les Hongrois vivent-ils sans recul, en considérant le passé immédiat, les trois ou quatre dernières années. Dans ce contexte, chaque changement de gouvernement constitue un tremblement de terre. Les sondages sur les prochaines élections donnent 70 % des voix à la droite. À la droite de la droite, des extrémistes pourraient obtenir 30 % des votes. Ils professent ouvertement que les problèmes financiers de la Hongrie sont générés par les juifs, et les difficultés sociales par les Tsiganes. Cette extrême droite avait été réduite à néant par les communistes, après 1949. «Ce qui se produit aujourd'hui est comparable à ce qui se passe lorsqu'on sort quelque chose enfoui dans un congélateur», dit Pierre Kendre.

Ce «quelque chose», cet antisémitisme, est d'autant plus atterrant que la Hongrie n'a jamais été aussi rayonnante qu'au XIXe siècle, lorsque l'aristocratie hongroise s'est entièrement appuyée sur une communauté juive parfaitement intégrée, afin de moderniser la société. La plupart de ces élites ont quitté la Hongrie après 1919, fuyant le communisme. Ces mathématiciens, physiciens, photographes, architectes, chefs d'orchestre, musiciens, comédiens ou réalisateurs ont fait la gloire des États-Unis. Les physiciens derrière la première arme atomique américaine, les meilleurs réalisateurs de Hollywood étaient des juifs hongrois. Ils s'appellent Theodore von Karman, Karl Mannheim, Nicholas lord Kaldor of Newnham, sir Georg Solti, sir Alexander Korda, Brassaï, Michael Curtiz, Marcel Breuer, Laszlo Moholy-Nagy, Joe Pasternak…

Aujourd'hui, les partis de la droite hongroise n'ont pas le courage de dire que le ressort de la compétitivité dans le monde moderne, c'est la responsabilité individuelle. Ils professent que la responsabilité du déclin hongrois, c'est «l'autre», le juif, le Tsigane, voire le «capital étranger». «Le pire dans le communisme, c'est ce qui vient après», dit à Varsovie l'ancien membre de Solidarnosc Adam Michnik. À Budapest, c'est devenu une triste vérité.

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mardi 29 décembre 2009

F,P,D Univers. El Papa Benedicto XVI almuerza con los pobres, despues de la agresión





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F,P,D Univers.
BANIFI-FOPLADE- Un par de naves espaciales se marchan del Sistema Solar
Las 'Voyager' descubren que un fuerte campo magnético evita que se disgregue la nube exterior de hidrógeno y helio

EL PAÍS - Madrid - 28/12/2009


En sus 32 años de viaje desde que partieron de la Tierra, las naves Voyager 1 y Voyager 2, de la NASA, no sólo han sobrepasado fronteras y batido record y uno tras otro, sino que, sobre todo, han hecho importantes descubrimientos, y siguen haciéndolos. Cumplieron con éxito rotundo su misión, que era viajar hasta los plantas exteriores, pasar cerca de ellos y fotografiarlos; ahora están a punto de abandonar el Sistema Solar y alcanzar el espacio interestelar, pero siguen enviando datos de alto interés para los científicos. El último hallazgo es la explicación de un misterio: el Sistema Solar está pasando a través de una nube de materia interestelar, hidrógeno y helio, que los astrónomos creen que debería haber desaparecido hace tiempo. Lo que han descubierto ahora las veteranas Voyager es que un fuerte campo magnético justo en la frontera exterior de nuestro conjunto planetarios evitan que esa nube se disperse.


La nube, o la pelusa local, como se la llama, mide unos 30 años luz de diámetro y debería haber sucumbido al efecto de las explosiones de estrellas ocurridas en las proximidades hace 10 millones de años, informa Space.com. Lo ha evitado ese fuerte campo magnético que proporciona la presión extra requerida para que la nube resista a la destrucción.

"Los campos magnéticos juegan un papel importante, a veces dominante, en la evolución de las nubes de gas en la galaxia, pero la fuerza y la orientación de dicho campo en el medio interestelar cerca de la heliosfera se conocían mal", explican Merav Opher (Universidad George Mason, EEUU) y sus colegas en la revista Nature. De hecho, los valores que se daban a ese campo magnético procedían de modelos o de estimaciones indirectas, añaden. Sin embargo, ellos han logrado determinar la fuerza y orientación del campo magnético del medio interestelar midiendo directamente su efecto en la heliosfera.

La pelusa local se mantiene a raya más allá de la frontera del sistema solar por el campo magnético del astro, cuyo viento solar forma una burbuja magnética de más de 10.000 millones de kilómetros de diámetro. Esta burbuja es la heliosfera, y supone una protección frente a rayos cósmicos galácticos y nubes interestelares. Las dos Voyager están ahora mismo en la capa más externa de la heliosfera. "Todavía no están dentro de la pelusa local pero se están acercando mucho y ya pueden sentir sus efectos a medida que se aproximan", comenta Opher a Space.com.




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F,P,D Univers.Alarma en la Amazonia brasileña
El país suramericano, que posee el 23% del agua potable del planeta, sufre más cambios en sus ríos durante seis meses que en los últimos 100 años

JUAN ARIAS - Río de Janeiro - 29/12/2009


La Amazonia brasileña, el pulmón del mundo, que posee el 23% del agua potable del planeta, está en una situación alarmante. La Compañía de Investigaciones de Recursos Minerales (CPRM) del servicio geológico de Brasil ha registrado en esta zona cambios en el clima durante los últimos seis meses, tanto en las inundaciones como en la sequía, que no ocurrían desde hace más de 100 años.


Para los especialistas no se trataría ya de los efectos de El Niño, sino de los cambios climáticos que está sufriendo el planeta. En junio pasado, por ejemplo, el río Negro alcanzó una altura de 15,89 metros, la quinta mayor de los últimos 100 años. La cuota mínima de seguridad se sitúa en 16 metros. Según el meteorólogo Marcondes Gama, en declaraciones al diario O Globo, nunca se había registrado hasta hoy un cambio climático de tal envergadura en los ríos de la Amazonia, tanto en relación con las lluvias como la sequía.

Las subidas del nivel de los ríos amazónicos en junio pasado dejaron más de 100.000 personas sin techo en 55 de los 62 municipios de la región, según ha comunicado la Defensa Civil de Amazonia. Menos de seis meses más tarde, las familias están sufriendo el azote de una terrible sequía. Unos 20 municipios brasileños se encuentran en estado de emergencia, lo que afecta a cerca de 300.000 personas.

El principal temor es que, con los cambios climáticos que se están produciendo en el mundo, los fenómenos de desbordamiento de los ríos de la Amazonia y de las fuertes sequías consecutivas puedan agravarse aún más, comprometiendo gravemente la región.

A todo ello se añade que, a pesar de los esfuerzos llevados a cabo por el Gobierno del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, cada mes se siguen destruyendo miles de kilómetros cuadrados de selva, lo que agrava la situación. Incluso cuando el Gobierno habla de que ha disminuido la deforestación de la Amazonia, esto sólo significa que se han destruido algunos kilómetros menos, pero que la ruina continúa de manera inexorable.

Como afirma la ecologista Marina Silva, que fue ministra de Medio Ambiente del Ejecutivo de Lula y que disputará el próximo año las elecciones presidenciales como cabeza lista del Partido Verde, la buena noticia será cuando se anuncie que "ya no se ha vuelto a cortar un solo árbol en la Amazonia".


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lundi 28 décembre 2009

F,P,D Univers. El Papa: la familia eduque a la libertad de decir sí a Dios




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F,P,D Univers.Miles de católicos celebran la Fiesta de la Sagrada Familia en Madrid





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samedi 26 décembre 2009


F,P,D Univers. À Tallinn, au pays du grand silence
François Hauter
21/12/2009 |

Deux ferries s'éloignent en direction de la Finlande, au large de Tallinn. Crédits photo : ASSOCIATED PRESS

Notre reporter débute son périple en Estonie, le plus au nord des pays Baltes. Ici, les gens sont taiseux, le vent est glacial et le souvenir de Staline, tenace.

Ann est la plus grande comédienne de théâtre de son pays. L'on me prévient : elle va me révéler des choses importantes sur l'Estonie. Nous partageons une bouteille de vin dans un café à la mode de Tallinn. Mais Ann est muette. Elle répond à mes questions par des sourires discrets. Son silence m'émeut. Tina, l'une de ses amies, un peu plus diserte, me souffle : «Vos questions la touchent beaucoup.» Nous sortons de ce café, emmitouflés. Ann me désigne une tour médiévale proche, et un sombre logement à son pied. «C'était la maison du bourreau», dit-elle. J'ai l'intuition qu'ici les mots sont des outils dangereux, aussi maléfiques que le fut l'épée de ce bourreau.

L'Estonie, il y a deux décennies seulement, n'était même pas une république satellite de l'ex-URSS, comme l'Allemagne de l'Est. Mais une province secrète, largement interdite aux étrangers. Les sous-marins nucléaires de l'Armée Rouge se cachaient dans ses îles de la Baltique. Elle était intégrée à l'URSS, comme le Kazakhstan ou l'Ukraine. Arrivant de Stockholm, je m'attends à trouver une arrière-cour des campagnes russes, sur fond d'usines polluantes. Eh bien, non ! L'Estonie sera d'ici peu la Suisse du Grand Nord. Je suis ébahi pas le niveau de développement atteint par Tallinn, en vingt courtes années. Le 1,3 million d'habitants de ce pays grand comme les Pays-Bas sont branchés à l'Internet. C'est ici que l'on a inventé Skype, le téléphone du XXIe siècle. «L'e-stonie», comme on la surnomme - l'internet fait ici partie des droits de l'homme ! -, a rejoint l'Union européenne il y a cinq ans à peine. «Nous avons réussi à sortir en un temps record de la cave où nous enfermait l'URSS. C'est parce que, depuis 1958, nous avions un accès direct à la télé finlandaise. Les Soviétiques ne pouvaient pas brouiller ces émissions. Nous étions mentalement préparés à vivre dans une société différente !», explique Marju Lauristin, professeur de sciences politiques à l'université de Tartu, seconde ville du pays. Elle me fait rire, cette femme, lorsqu'elle me raconte comment deux de ses étudiants, «qui n'avaient même pas 30 ans», l'un nommé ministre de la Défense, l'autre aux Affaires étrangères, l'ont «appelée au secours» pour qu'elle vienne prendre le portefeuille des Affaires sociales en 1992 !

Dans ce pays du vent et de l'errance, j'ai l'âme capturée. La vérité de l'endroit, c'est l'austérité glaciale de la longue parenthèse de l'hiver. L'Estonie, c'est l'Europe de l'écureuil, pas celle du lièvre. Ici, l'on pourrait vivre dans les arbres et passer de l'un à l'autre sans jamais avoir à fouler le sol, comme Le Baron perché d'Italo Calvino, tant les forêts sont denses. Rien ne se montre. Les maisons en bois, avec leurs toits de chaume, se fondent dans le paysage. Elles me rappellent, par leur modestie admirable, celles de la campagne au Japon. La lumière est toujours en basse tension, même par journées ensoleillées. Les toits sont rouges et verts, les façades roses et jaunes, seules touches de gaieté dans un paysage de ténèbres. Les gens sont donc taiseux. S'il faut parler, l'on se cantonne à de rares généralités. Personne ne cherche à meubler les silences. Pas comme les Suédois, surnommés ici les «gobeurs d'œufs», pour leur manque d'énergie. Les hommes d'Estonie sont réfléchis, sérieux, ordonnés comme les arbres de leurs forêts. Les femmes sont élancées, très belles, blondes presque exclusivement, bottées haut. Pas du tout attirantes, tant elles semblent disciplinées et irréprochables. On cherche en vain un peu de fantaisie derrière ce vide. L'on se demande comment font leurs hommes pour les différencier. À la radio, on entend : «Elle avait un petit biki, biki, bikini !», avec une orchestration russe.

Robin des Bois local

Les trois pays Baltes, comme les avait baptisés Staline (l'Estonie au Nord, la Lettonie au milieu et la Lituanie sur la frontière polonaise) ont en commun un lien très païen entre l'homme et la nature. J'en ai eu l'intuition en lisant un article dans l'hebdomadaire Baltic News racontant que la police recherchait toujours une sorte de Robin des Bois local, accusé d'un crime, que la population protégeait. Le chef de la police se lamentait : «C'est curieux, c'était la pleine lune et, d'habitude, à la pleine lune, nous recevons beaucoup de dénonciations. Là, rien !» La nature, dans ces régions, joue un rôle central dans la vie des hommes.

J'en mesure le poids écrasant en me dirigeant vers une maison solitaire, au milieu d'un paysage de quatre mille lacs. L'écrivain Jaan Kaplinsky m'a donné rendez-vous chez lui, au cœur du pays, à vingt kilomètres de la dernière route goudronnée. Le vent ensevelit le pays sous de fines congères. À trois heures et demie de l'après-midi, je crois encore avoir un peu de temps, mais déjà le crépuscule s'épaissit. La voiture serpente dans des chemins creux. Lorsque la lune éclaire le paysage, je repère une maison isolée. La maison de l'écrivain est pleine de sévérité. Je n'observe que des objets utiles, des coffres, l'armoire, les lits, les poêles, la table, les outils. Et des livres. J'aperçois un Tolstoï entrouvert, La Loi d'amour et la loi de violence. Pendant que mon hôte s'affaire dans la cuisine, je lis : «Que chacun d'entre nous comprenne bien qu'il n'a pas le droit, ni même la possibilité d'organiser la vie des autres ; qu'il devrait conduire sa vie selon les principes religieux suprêmes qui lui ont été révélés, et que, sitôt qu'il aura agi ainsi, c'en sera fini de l'ordre actuel ; cet ordre qui règne aujourd'hui parmi les nations soi-disant chrétiennes, l'ordre qui a causé tant de souffrances au monde, qui est si peu conforme à la voix de la conscience, et qui rend chaque jour l'humanité plus misérable. Quoi que vous soyez : législateur, juge, propriétaire, ouvrier ou vagabond, méditez et ayez pitié de votre âme. Si embrumé que le pouvoir, l'autorité et la fortune aient rendu votre cerveau, si harassés que vous soyez par la pauvreté et l'humiliation, souvenez-vous que vous possédez et que vous incarnez comme nous tous un esprit divin qui demande aujourd'hui sans équivoque : “Pourquoi vous martyrisez-vous et faites-vous souffrir ceux qui vous approchent ?”»

Plus impitoyable que Hitler

La souffrance est partout dans ce pays. Jaan parle de son père, polonais, qui a péri dans un camp allemand. De son grand-père, dont les Soviétiques ont confisqué la maison. D'une enfance de pierre. «J'avais besoin d'une maison à moi, dans la campagne», dit-il. Nous parlons de la langue estonienne, qui ressemble un peu au basque. J'apprends que l'Estonie, la Lettonie et la Lituanie n'ont rien, culturellement, en commun, sinon la tragédie de leurs occupations récentes par les Allemands et les Soviétiques. Nous parlons du temps, «que le capitalisme réduit à une horloge triste, en le résumant ridiculement à de l'argent», confie-t-il. Nous parlons du temps des Allemands, de la collaboration d'Estoniens avec les nazis pour chasser les Soviétiques et exterminer la petite communauté juive du pays. Nous parlons du temps des Soviétiques, de leurs abominations. À Tallinn, les antiquaires exposent en vitrine les bustes de Hitler et ceux de Staline côte à côte. Les uniformes de la Wehrmacht et de l'Armée rouge qu'ils vendent sont rangés dans les mêmes penderies. Cela me choque. S'il faut comparer le nazisme et le communisme, je me souviens de ce que disait Aron : «Il reste une différence entre une philosophie dont la logique est monstrueuse, et celle qui se prête à une interprétation monstrueuse.» Mes interlocuteurs dans les pays Baltes, et partout en Europe centrale, sont insensibles à cet argument. Staline, dans leur esprit, fut un tyran aussi cruel et pour eux plus impitoyable même que Hitler. Décidément, nous autres, les Européens, n'avons pas vécu la même histoire. Pour nous rapprocher, et nous unir vraiment un jour, il nous faut la déchiffrer cette autre histoire, nous pencher sur les souffrances et les rancœurs de ceux qui viennent de s'en libérer. Ou plutôt qui ne s'en sont pas encore libérés. Je vais le comprendre à Riga, la capitale de la Lettonie.

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F,P,D Univers.Lettonie : la frontière de l'Histoire
François Hauter
21/12/2009 |

Relève de la garde devant le «mémorial de la liberté», à Riga. Crédits photo : ASSOCIATED PRESS

À Riga, le cauchemar de la Seconde Guerre mondiale hante encore les esprits. Cette présence quotidienne d'un terrible passé marque une différence entre nos deux Europe.

«Lorsqu'une rivière commence à couler, elle charrie beaucoup de boue. Il faut un long moment pour que ses eaux deviennent claires», dit Antanas Puzauskas, un artiste lituanien, en évoquant l'histoire des pays de sa région. Dès la deuxième étape de ce voyage, en arrivant à Riga, en Lettonie, je suis plongé dans le bain de l'histoire. J'attends un interlocuteur à l'Académie des sciences. L'immeuble ressemble à ces cathédrales moscovites du communisme qui singent l'Empire State Building. La buvette de l'Académie offre un coup d'œil unique sur l'«homo sovieticus».

Les murs sont recouverts de cette teinte verdâtre, innommable, que nos administrations françaises ont longtemps chérie. Les lustres modern style des années 1960 sont hérissés d'ampoules, presque toutes défuntes. La lueur, blafarde, est celle d'un quai de gare. Les nappes orange, les sièges en skaï rouge et une jungle de plantes en plastique, d'un vert cette fois jaunâtre, s'harmonisent bien avec le sol, constellé de coquillages. Une odeur de pisse vient des toilettes, où un camarade a volé le miroir au-dessus du lavabo d'époque.

Les personnages également sont «dans leur jus», comme disent les antiquaires. Les serveuses portent ces braies qui rappellent l'époque impériale russe, celle des serfs. Un «technicien de surface», dans la même tenue, pousse mollement un chariot de supermarché. S'y empilent des sacs de pommes de terre, des pastèques et le courrier du jour des académiciens. Les consommateurs font des bruits en lapant leurs assiettes de soupe où flottent quelques boulettes de viande. On mange tout, y compris les feuilles de la garniture de salade, et la rondelle de citron. Puis on sauce. Ces gens ont eu faim. L'ambiance des rues évoque ce passé récent. Riga sent le tabac froid du communisme. Les lampadaires de style «spoutnik» éclairent, dans la profonde nuit hivernale, des visages chagrins et fermés, des avenues grises où des chauffeurs de taxi, des ours mal léchés, se disputent le pavé.

Dans la campagne, plus de trois cents châteaux délabrés, avec leurs dépendances ruinées, leurs serres étouffées de ronces, leurs tilleuls mal taillés, leurs terrasses affaissées, leurs allées qui s'effacent dans les bois, racontent la déchéance des chevaliers teuto­niques, qui, après avoir régné huit siècles sur la région, ont perdu leurs domaines juste avant la Première Guerre mondiale, avec l'inconscience de notre aristocratie en 1788. Ces chevaliers sans sépultures sont les âmes errantes de ces trois petits pays.

Les fantômes rôdent partout. Au XXe siècle, la Lettonie a perdu la moitié de sa population… La moitié ! Depuis dix siècles, tous les puissants voisins des pays Baltes (Suédois, Allemands et Russes) ont pris l'habitude de venir y faire la guerre, massacrant les indi­gènes au passage, et cela en moyenne deux fois tous les cent ans. Les deux monstres Hitler et Staline ont saigné la Lettonie avec une cruauté inhabituelle.

Le souvenir d'une époque désespérée

En Europe occidentale, on ne parle plus de la Seconde Guerre mondiale dans les conversations entre proches. C'est l'histoire de nos parents âgés, ou de nos grands-parents. À Riga, je remonte soudain l'horloge du temps. Des jeunes de 40 ans me racontent leurs pères et mères déportés, abandonnés par paquets d'une dizaine de personnes, en plein hiver, le long des voies du transsibérien, sans rien pour survivre, ou encore parqués dans des goulags de l'Extrême-Orient soviétique. Ces crimes constituent leurs souvenirs personnels. Ils datent d'hier.

Soudain, le souvenir diffus d'une époque désespérée revient s'imposer, avec cette dictature communiste incarnant la haine de la démocratie, le culte des chefs, la fascination pour la puissance, la volonté nihiliste du démembrement des sociétés ancestrales et des responsabilités individuelles, cette volonté de contrôler les intelligences et de transformer les individus en robots ou en es­claves. En Lettonie, le dernier soldat de l'Armée rouge a quitté le pays il y a quinze ans. À Riga, l'immense immeuble du KGB, au carrefour des rues Brivibas (la liberté) et Stabu (du nom du pilori, déplacé en 1849, où l'on enchaînait les criminels avant de les brûler vifs), est toujours vide, inoccupé, comme un spectre encombrant. On visite ses caves, les cellules où l'on torturait. Et celle où l'on a exécuté jusqu'à vingt-cinq personnes par nuit. Ici l'on entrait pour mourir, ou bien pour la déportation vers les goulags.

Ce monde a physiquement disparu, mais il est vivant dans les cœurs et les esprits. Il écrase, il étouffe encore des dizaines de millions d'individus en Europe centrale. Chez nous, nous en avons entendu parler, nous avons sympathisé, certains d'entre nous ont lu L'Archipel du Goulag, de Soljenitsyne. Mais cette terreur n'a pas fait partie de notre quotidien, comme c'est le cas des gens que je rencontre en Lettonie, en Estonie ou en Lituanie. La différence qui me frappe immédiatement, dans ce voyage que j'entreprends entre nos deux Europe, celle de l'Ouest et celle du centre et de l'Est, c'est cette distance considérable entre nos histoires. C'est une réelle frontière entre nous. La principale, et la seule sans doute. Ainsi, en Lettonie, l'histoire est un problème d'actualité brûlante. Les jeunes, les vieux, tout le monde en ­parle. C'est la manière dont chacun tente ici de raconter l'histoire, de la tisser, qui me surprend.

Le Musée des occupations est une barre de bronze posée en plein cœur de Riga, sans ouverture apparente. Il raconte un long enfermement, celui de la Lettonie entre 1940 et 1991. Trois occupations. La première est celle de l'Armée rouge de Staline, entre 1940 et 1941. Pendant que Hitler achève la conquête de la France, Staline s'empare des pays Baltes. Sa devise est : «Plus personne, plus de problèmes.» Les élites locales sont décapitées. Le 14 juin 1941, 15 500 Lettons, 11 000 Estoniens et 21 000 Lituaniens sont déportés. Très peu reviendront.

Le 22 juin, Hitler se retourne contre Staline, son allié de la veille, et lance sa conquête de la Russie. À Riga, les Lettons accueillent les nazis en libérateurs, ils espèrent retrouver leur indépendance. Leur enthousiasme sera vite douché. Le pays est intégré dans «l'Ostland», une administration nazie qui prépare la colonisation. La Wehrmacht avance avec sa propagande haineuse, qui assimile les communistes et les juifs. La Shoah commence immédiatement, elle s'achève un mois avant la conférence de Wannsee, au cours de laquelle fut décidée la «solution finale». Des collaborateurs lettons, dont un personnage effrayant, Viktors Aräjs, assistent les nazis pour massacrer en six mois les 70 000 juifs du pays. Puis les Allemands enrôlent de force les jeunes Lettons dans leurs armées. Ces 115 000 habitants leur serviront de chair à canon. Du coup, 100 000 Lettons s'engagent dans l'Armée rouge. En 1945, 30 % de la population lettone est décimée.

Puis, au moment où les Européens de l'Ouest fêtent la fin de leur cauchemar, celui des Lettons recommence. Staline et ses Soviets se réinstallent à Riga. Les Lettons n'ont-ils pas été des collaborateurs, des «fascistes» ? Les déportations à grande échelle reprennent. En mars 1949, 31 convois emmènent 42 000 Lettons en déportation (95 000 dans les trois pays Baltes). Cette «occupation»-là durera quarante-quatre longues années. C'est elle qui marque les esprits, car les habitants déportés sont remplacés par des Russes. La Lettonie, comme les autres pays Baltes, est la fenêtre de l'URSS sur la Baltique, avec ses ports qui jamais ne sont bloqués par les glaces. Indispensable à l'empire soviétique, cette côte devient terre de colonisation.

C'est ainsi que je trouve Riga, dix-huit ans après la révolution qui a vu les Soviétiques accepter l'indépendance des pays Baltes en 1991. Aujourd'hui en Lettonie, 35 % des habitants sont russophones, comme 65 % de ceux qui vivent à Riga. La population flotte entre deux cultures, entre deux histoires. Pour les Russes, qui sont bien sûr des Slaves, les nazis étaient les monstres. Pour les Lettons, qui sont des Germaniques, rien ne se compare à la sauvagerie des communistes soviétiques. La question identitaire, en Lettonie, est une équation assez primitive.

Obsession de la Russie

Elle se résout cependant, parce que les deux communautés ont été forcées de se parler. L'Europe y a largement contribué, en imposant ce dialogue avant que le pays ne puisse adhérer à l'Union européenne. Les Lettons ont donc accordé des passeports aux russophones. Et ces derniers, en retour, s'intègrent dans leur nouveau pays.

Je rencontre Andrejs Hotejevs, journaliste au quotidien russophone Telegraf, une publication respectée. Le maire de Riga, Nils Usakovs, est un ancien collègue d'Andrejs. Celui-ci me révèle que les relations entre les deux communautés s'améliorent, et que les mariages mixtes se multiplient : «Ici, ça n'a rien à voir avec les tensions entre Wallons et Flamands ! dit-il en riant. Nous apprenons à mettre de côté les choses impardonnables, c'est la seule façon de bâtir notre histoire commune. Nous apprenons d'autres choses aussi. Par exemple, ces quinze dernières années, nous avons consommé comme à l'Ouest et travaillé comme à l'Est. Nous avons besoin de grandir. Pour nous, les russophones, la Russie, c'est notre problème mental.» Cette obsession de la Russie est une autre chose frappante dans les pays traversés. La déchéance russe, en Europe centrale, cristallise une anxiété immense.

Je repars donc pour l'Estonie, vers Narva, la frontière entre nos deux mondes


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F,P,D Univers. L'Estonie et le grand méchant loup édenté
Par François Hauter
23/12/2009 | Mise à jour : 17:33 |

«Le lieu symbolise la défiance, les relations venimeuses et ancestrales entre la Mitteleuropa et la Russie.» Crédits photo : Davide MONTELEONE/CONTRASTO-REA

À Narva, en Estonie, nous sommes au point de contact entre l'Union européenne et la Russie. Comme d'autres régions d'«entre-deux», le pays a appris à survivre malgré tous les bouleversements. Vingt ans après la fin de la guerre froide, l'empire soviétique n'est plus une menace. Mais les petits pays Baltes continuent à redouter leur grand voisin.

Mon père, à la fin des années 1930, se baignait dans le Rhin, lorsque soudain le courant l'a emporté sur l'autre rive, en Al­­­­lemagne, où des jeunes de son âge construisaient la ligne Siegfried, face à la ligne Maginot. Traité d'espion, il fut rossé puis récupéré au poste frontière à Strasbourg par mon grand-père. Ce dernier lui administra une fessée mémorable «parce qu'il était allé en Allemagne».

J'imagine la même scène, ici, aujourd'hui, devant la rivière Narva. Sur les rives opposées de la Russie et de l'Estonie, deux impressionnantes forteresses se font face, de part et d'autre du pont reliant les deux pays. Le lieu symbolise la défiance, les relations venimeuses et ancestrales entre la Mitteleuropa et la Russie. Vingt ans après la fin de la guerre froide, les files interminables de camions subissent des contrôles tatillons entre la ville de Narva et celle d'Ivangorod, juste en face. L'Europe centrale et la Russie semblent se tourner le dos. En vérité, les choses ne sont pas aussi tranchées. Elles ne le sont jamais dans les terres du «milieu».

Les reporters les connaissent bien, ces pays du flou où s'affrontent les grandes puissances. L'Indochine, entre l'Asie brune et l'Asie jaune, a fait l'objet de toutes les convoitises. Elle est désormais grignotée par la Chine qui vient narguer l'Inde jusqu'à ses portes, au nord de la Birmanie. En Amérique centrale et dans les Caraïbes, les petits pays comme Panama, Cuba ou la Grenade ont fait l'expérience cuisante de déplaire à leur shérif si rapide au tir, les États-Unis. Le Maghreb et le Levant ont souvent été colonisés, dominés, convoités par les Occidentaux, parce que sans Tunis ou Beyrouth, les échanges entre chrétiens et musulmans, autour de la Méditerranée, sont bloqués. Enfin, en Asie centrale, ni les Russes ni les Chinois ne veulent être dérangés par les États-Unis. Ils feront tout pour que l'Amérique s'embourbe durablement en Afghanistan.

Les nations de l'«entre-deux» ont appris à survivre en développant au fil des siècles une capacité à changer de bord, à traverser les bouleversements géopolitiques. En Asie centrale, au premier millénaire, les musulmans avaient stoppé militairement l'avancée des Chinois. Désormais, ils commercent fébrilement avec «l'empire du Milieu».

L'Europe médiane, elle aussi, fait partie de ces zones de fracture entre civilisations, tant elle a servi pendant des siècles d'airbag entre la Russie et nos empires. La Lituanie, la Lettonie et l'Estonie, sur les rives de la Baltique, tout comme la Pologne un peu plus au sud, ont été tellement malmenées qu'elles ont disparu des cartes plusieurs fois. Mais ces peuples courageux se sont accrochés à leur langue comme à des bouées. Les voilà réinstallés sur leurs terres. Ils empruntent à l'Est et à l'Ouest, aussi bien qu'au Nord et au Sud pour construire des civilisations emmêlées, et se forger des identités complexes.
La Russie, «un immense vide»

Narva, c'est autre chose. C'est le point de contact direct entre l'Union européenne et la Russie. La ville, avec ses 65 000 habitants, est la troisième de l'Estonie. Rasée à 98 % en 1945 lors des combats entre les nazis et les Soviétiques, elle est devenue ensuite une zone de colonisation soviétique. En clair, les Estoniens n'ont pas eu le droit de l'habiter jusqu'en 1991, jusqu'à ce que le pays ait recouvré son indépendance. Cette ville estonienne est donc peuplée par… 95 % de russophones. Dans les collèges de la ville, l'estonien, la langue officielle du pays, est enseigné comme une langue étrangère.

Narva est intéressante parce qu'elle raconte le sort d'une ville soviétique qui, soudainement, se trouverait catapultée en plein milieu de l'Europe occidentale. Et ce n'est pas gai. C'est même un naufrage. Narva est incapable de réagir, de s'adapter. Son destin est scellé : elle va mourir à petit feu, avec la disparition progressive de ses habitants. Ces derniers semblent s'agiter dans une nasse. Ces anciens Russes, devenus des citoyens de l'Union européenne, peuvent circuler librement en Europe de l'Ouest. Mais leur fatalisme, leur mépris pour les autres cultures, leur passivité agressive vis-à-vis de tout changement, les encalminent dans leur cité hideuse. Ils profitent sans vergogne du confort matériel apporté par l'Estonie, et se lamentent d'avoir besoin de visas pour aller rendre visite à leurs cousins, de l'autre côté de la rivière.

La déchéance de Narva n'est pas une question d'architecture ou de confort. La ville est laide, mais pas davantage que Villeurbanne ou Sarcelles. À l'égal des autres «cités modèles soviétiques», c'est une collection de blocs de bétons qui portent les doux noms de Stalinka (des HLM à trois étages construits à l'époque de Staline) et de Khrutchevas (cinq étages). Ce sont les cages que l'on retrouve jusqu'à Oulan-Bator, et auxquelles s'applique si justement ce mot de Václav Havel : «La société totalitaire est le miroir déformé de toute la civilisation moderne.» Des centres commerciaux miteux se sont installés entre ces barres. Me voici plongé dans la civilisation «pré-Ikea», avec les magasins de meubles proposant des salons «Versailles» tartinés de dorures. Les établissements «Rademar» attirent les élégantes du coin. Elles en sortent déguisées en pingouins ou en prostituées.

Narva reflète, en un peu moins pauvre, la décrépitude de la Russie des campagnes, celle que l'on voit ici de l'autre côté de la rivière. Une Russie, frustrée en permanence, qui ne fait rien fructifier. Une Russie impuissante. Galina Smirnova, la con­servatrice du musée local, en est un bel exemple. Russe, elle a étudié à Moscou, et me confie, dans un restaurant décoré d'armures, d'épées et de boucliers «made in China» : «Ici, c'est de pire en pire, l'Estonie ne fait rien pour nous ! La ville perd ses habitants, les usines ferment, et les jeunes partent vers la Grande-Bretagne, l'Allemagne ou la France, des pays qui n'ont jamais fait partie du bloc soviétique !» Galina s'indigne que les jeunes ne veuillent pas «maintenir le lien maternel» avec sa chère patrie. Elle est comique, cette femme, avec sa permanente couleur foin et sa mauvaise foi. Les Russes d'ici ne font rien pour se rapprocher ni des Estoniens, ni du monde occidental. Ils se ghettoïsent.

Je fais remarquer à Galina que la ville d'Ivangorod, en face, est bien pauvre, et que si l'on ouvrait la frontière aux Russes, à Narva, toute la jeunesse de son pays maternel se précipiterait vers l'Union européenne. «Oui, convient-elle, toutes les richesses sont concentrées à Moscou et Saint-Pétersbourg. Les petites villes russes sont misérables.» Mais ma remarque la vexe. Nous nous quittons froidement.

La situation en Russie alarme tous les intellectuels et les universitaires que j'ai rencontrés en Europe centrale. La Russie, affirment-ils, n'est plus seulement «la Haute-Volta avec des missiles», comme le disait drôlement l'ex-chancelier Helmut Schmidt. Elle est, selon la formule de plus en plus courante, «un immense vide». Partout, de l'Estonie à la Roumanie, le diagnostic est alarmiste.

À Varsovie, le Pr Jan Winiecki explique : «La population russe s'effondre à un taux sans précédent. L'économie s'est enfoncée de 8 à 10 % en 2009. La Russie a une industrie militaire, des ressources naturelles, et strictement rien d'autre.» Marju Lauristin, à l'université de Tartu, en Estonie, ajoute : «La Russie n'est plus le tiers-monde, c'est le quart-monde. Elle est notre interrogation fondamentale. Car la Chine, d'ici vingt ans, va révéler toute sa puissance. Quant à l'Europe, elle se structure mal, mais elle le fait. La nature ayant horreur du vide, que va devenir cette Russie, cette terre gorgée de ressources énergétiques, entre nous et les Chinois ? Cette Russie qui demeure au Moyen-Âge et se vide de ses habitants ?»
Blottis contre l'Europe

À Riga, Juris Zagars, le directeur de la recherche spatiale en Lettonie, connaît intimement la Russie et ne dit pas autre chose : «La société russe ne s'est pas consolidée. Le communisme a été un paravent pour cacher la persistance du féodalisme. Les mentalités là-bas n'évoluent pas. L'on peut toujours y faire n'importe quoi, sans conséquences sociales. L'indifférence aux résultats est absolue».

Naturellement, les Estoniens et les Lettons, qui partagent une frontière avec la Russie, sont les plus nerveux face à ce pouvoir qu'un diplomate présente comme «une puissance impériale édentée». Un pays aux vraies capacités de nuisance cependant, qui a conservé l'habitude de vouloir contrôler ses petits voisins, en menant des attaques par Internet, en exportant ses mafias, en coupant le robinet de gaz. Le rapprochement opéré par Barack Obama avec Moscou a accru la nervosité des pays Baltes, qui viennent se blottir contre l'Europe.

Ils s'en remettent d'autant plus à Bruxelles et à l'Otan que la dynamique de confrontation entre Vladimir Poutine et Dmitri Medvedev - le premier se montrant méprisant vis-à-vis du second -, semble bien engagée, autour d'une polarisation idéologique. C'est ce que constate l'expert Alexandre Smolar : « M. Poutine est du KGB, dit-il, M. Medvedev, qui se présente comme un homme civilisé, est un scientifique. Le président Medvedev a jusqu'à présent été toléré par son premier ministre M. Poutine, mais il ne dispose que du ministère de la parole. Le problème en Russie est très profond, il est celui du pou­voir, pas uniquement celui de la société. » Il est celui de l'Europe également, puis­que la Russie est beaucoup trop immense pour devenir à son tour un pays du flou et de l'«entre-deux». Sauf à devenir un champ de con­frontation entre l'Europe et la Chine.


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F,P,D Univers.Pologne : la chevauchée des «golden boys»
François Hauter
23/12/2009 |

Des jeunes sautent à l'aide de «PoweriZers», un nouveau sport en vogue à Varsovie, le 7 juillet dernier. Crédits photo : ASSOCIATED PRESS

À Varsovie, le dynamisme des entrepreneurs est en train de faire de ce pays le nouveau tigre de l'Europe. Les groupes étrangers y ont installé la tête de pont de leurs investissements dans la «Mitteleuropa».

Rendez-vous au 24e étage de sa tour de verre, avec Maciej Witucki. Il a 42 ans. Ce beau gosse dirige Telekomunicaja Polska, filiale à 49 % de France Telecom. Avec ses 24 000 employés, Maciej réalise un chiffre d'affaires de quatre milliards et demi d'euros. Je le cueille à la sortie d'une réunion avec ses dix-huit syndicats.

Les réunions avec ces organisations n'étant jamais des parties de plaisir, je lui demande, pour être poli : «Alors, ça s'est bien passé ?» Il répond : «Parfaitement ! Ils ont commencé la réunion en me disant : les syndicats français de France Télécom ont obtenu un milliard d'euros de leur PDG, parce qu'il y avait des gens déprimés et des suicides chez eux. L'adaptation à l'entreprise privée est vraiment très, très dure en Pologne, aussi ! Alors, combien allez-vous nous donner, à nous ? Je leur ai répondu : «Pas un sou ! Nous, on n'est pas des c… molles !» Comme tout le monde acquiesçait, on est passé au sujet suivant.»

Bien entendu, Maciej me raconte cette histoire pour que je la répète. C'est bien dans le style polonais, ce côté bravache. Imagine-t-on un centralien comme lui dire ce genre de choses, en France ?

Après les lamentations russes entendues à la frontière entre l'Estonie et la Russie, c'est très rafraîchissant de retrouver les Polonais, avec leur cocktail unique d'individualisme farouche, d'héroïsme imbécile, d'opiniâtreté, de courage, d'anarchie, de nostalgie jamais triste, de fierté et de panache. Les gens ici sont débrouillards, inusables au travail, tricheurs, brutaux, ils ont remarquablement appris à mentir. Ce n'est pas un hasard s'ils se sont massivement installés à Chicago, la deuxième ville polonaise au monde, qui est le muscle de l'Amérique. J'aime ce peuple qui gagne des batailles, pas les guerres, mais qui cependant ne s'avoue jamais vaincu. Des spécialistes de l'action fulgurante, au dernier moment, lorsque tout est déjà perdu. Dans leur hymne national, ils chantent : «Napoléon nous a donné l'exemple !» Tout un programme.

Une transformation ahurissante

Trente ans après Solidarnosc, la Pologne est le tigre de l'Europe. Nulle part dans la région, je ne vais trouver pareil dynamisme, une volonté aussi carrée de hisser le pays au sommet. Varsovie, il y a vingt ans, m'était apparue comme une ville endormie, sombre, figée, triste. Aujourd'hui, les tours scintillent. On construit des «Platinium Towers». La radio dans les taxis hurle She Got It !. Les grandes surfaces commerciales sont plus nombreuses qu'en France. La transformation est ahurissante. Même dans la tourmente de la crise financière, le pays s'offre le luxe d'un taux de croissance toujours positif. Une performance unique, parmi les pays occidentaux.

La Pologne est pressée. «Pour rattraper l'Europe occidentale, nous devons afficher un taux de croissance deux fois supérieur à ceux de l'Allemagne ou de la France, c'est-à-dire un minimum de 3 %», m'explique Leszek Balcerowicz : l'ancien ministre des Finances qui fut en 1989 l'artisan de la «thérapie de choc», avant qu'il ne devienne le gouverneur de la Banque centrale. Il raconte comment les gens acceptent en Pologne les mesures douloureuses : «Notre problème numéro un a été celui de la réforme des retraites, commencée en 1999. On pousse les gens à travailler plus longtemps, ce qui amène l'État à dépenser moins. C'est crucial. Mais ces réformes sont passées sans problèmes sociaux, avec un large consensus. C'est exemplaire.» Pour Malek Ostrowski, l'un des rédacteurs en chef de la revue Politika, «il y a deux raisons à notre succès : d'abord, nous travaillons plus dur que les Hongrois. Ensuite nos banques ne se sont pas embarquées dans des affaires délicates, parce qu'elles ne les comprenaient pas.» Jan Winiecki, conseiller de la West LB Bank Polska et professeur d'université, constate : «Ces deux dernières décades ont été les plus dynamiques pour la Pologne, depuis quatre siècles.»

Presque tous les pays de la zone, il y a vingt ans, ont été fascinés par les États-Unis et ses gourous économiques, qui ont plongé le monde dans la crise financière dont nous sortons laborieusement. Ces pays ont adopté les théories économiques de Milton Friedman et des Chicago boys. Le dogme ? C'est à travers le marché libre que les citoyens pourront affirmer leur liberté individuelle de consommateurs. Cette liberté doit donc être la plus absolue possible. Les salaires minimums, les politiques visant à élargir l'accès à l'éducation, toutes ces théories keynésiennes, sont bonnes à jeter aux orties.

Le «néolibéralisme» va trouver son terrain d'expérimentation idéal en Europe centrale, puisqu'il faut profiter des crises, des attentats ou des révolutions, pour imposer ces thérapies de choc et purifier les économies des politiques sociales-démocrates européennes. Les dégâts seront considérables. Sauf en Pologne.

Comment l'expliquer ? Bastien Charpentier, le PDG de la banque Lukas, une filiale du Crédit agricole, constate que les Polonais «n'ont pas de moteur collectif, ils s'en tirent individuellement par leur courage au travail. Presque tous ont eu faim. Ceux qui font bouger les choses sont des jeunes cadres aux carrières fulgurantes, qui n'ont pas travaillé sous le communisme.» Andrej Klesyk a d'abord créé une banque d'Internet. Il l'a revendue. Il a ensuite dirigé PKDP, la plus grosse banque polonaise, avant de prendre en charge PZU, la compagnie d'assurance numéro un du pays, un monstre administratif qu'il réforme en profondeur, avec 16 000 employés. Son bénéfice en 2009 ? Un milliard d'euros. Il est un parfait exemple de ces cadres dont parle Charpentier. «Je suis le plus âgé des managers professionnels polonais, dit-il, et je suis arrivé au bon moment pour faire la Harvard Business School, puis mon apprentissage chez McKinsey. Dans ce pays, tous les «smart guys» (les gens intelligents, NDLR) sont allés vers les affaires. Le libéralisme a fonctionné en Pologne parce que la propriété privée n'a jamais vraiment été supprimée sous le communisme. Ils n'y sont pas arrivés.»

J'ai rendez-vous en face du ministère de la Défense, dans la superbe maison 1930 qu'habitait Lech Walesa lorsqu'il présidait le pays, entre 1990 et 1995. La villa abrite maintenant Lewiatan, l'association des PME-PMI polonaises, présidée par Henryka Bochniarz. Cette femme de fer défend le processus de privatisation de l'économie : «C'est un problème de responsabilité à assumer, dit-elle. Si l'argent sort de votre poche, vous raisonnez différemment !» Elle ajoute : «L'économie polonaise marche bien parce que tous les Polonais ont l'habitude de survivre dans des environnements hostiles. On ne peut compter sur personne, et surtout pas sur l'État. Cet esprit-là, c'est notre principal capital, et c'est pourquoi on a démarré au quart de tour au moment du changement de régime.»

Le boom des infrastructures

Par son poids démographique - 38 millions d'habitants -, la Pologne est un géant en Europe centrale, où seule la Roumanie (22 millions de personnes) est en mesure de se comparer à elle. Toutes les autres nations de la région ont entre 1,3 et 10 millions d'habitants. Le marché polonais pèse lourd, et explique pour une bonne part le succès : les groupes étrangers ont fait de la Pologne la tête de pont de leurs investissements dans la «Mittel Europa».

C'est maintenant le boom dans les infrastructures. Le pays va investir huit milliards d'euros dans des lignes de TGV, et quatre milliards l'an prochain dans les autoroutes. L'argent pourtant, dans ce pays extrêmement catholique, demeure un tabou, il est synonyme de corruption. Jamais le président de la République polonaise ne serrerait les mains d'un seul des hommes d'affaires que j'ai rencontrés. Dans les entreprises publiques, les PDG ne peuvent pas gagner plus de dix fois le salaire moyen. «J'ai un salaire ridicule, mais je fais cela pour mon pays. Je paie ma dette à son égard», me dit Andrej Klesyk, le patron de la société d'assurances PZU.

Maciej Witucki, lui, gagne 500 000 euros par an, il fait «des provisions» pour se lancer plus tard dans la politique. «Il le faut bien, car un ministre est payé 1 500 euros par mois !», dit-il en riant. Dans sa société, il a monté une fondation qui a installé gratuitement l'Internet dans 14 000 écoles du pays. «Nous multiplions les actions de volontariat, explique-t-il, car il est plus difficile de faire bouger les élites que la base de la société. Et, à ce niveau, ça bouge. Nous sommes passés d'une société ennuyeusement homogène à une société où il est bon ton de se vanter de ses origines juives, d'aller déjeuner de sushis et de dîner vietnamien, de danser la salsa ou d'organiser nos propres téléthons.» Reste à savoir si les bons chefs d'entreprises feront un jour de bons hommes politiques. Cela n'a été démontré nulle part. Mais la Pologne est tellement singulière…


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F,P,D Univers. Allemagne : le palais du Kaiser ressuscité
François Hauter
25/12/2009 | Mise à jour : 17:14 |


Avec la reconstruction d'ici à 2015 de l'ancien château de Guillaume II ( ici sur une vue d'artiste), Berlin va retrouver une partie de l'histoire architecturale de son centre. La colossale bâtisse, ravagée par les bombes en 1945, puis rasée cinq ans plus tard par les communistes, abritera un centre d'échange des cultures du monde. Crédit photo : Association Berliner Schloss


Au centre de Berlin, la reconstruction du château de Guillaume II va parfaire la réunification de la capitale et lui rendre sa cohérence architecturale. Pour éviter toute glorification du passé prussien, un musée des arts premiers y sera installé. C'est un signe du dynamisme culturel d'une Allemagne qui aspire à un rayonnement universel.

«Si c'était à refaire, je commencerais par la culture», affirmait Jean Monnet. Ce regret de l'un des pères de l'Europe était-il sincère ? À tout le moins, il était irréaliste, tant le poids de la Seconde Guerre mondiale pèse encore sur les esprits, soixante-cinq ans après la fin des combats. En témoigne la reconstruction à Berlin, entre 2010 et 2015, du gigantesque château habité jusqu'en 1918 par le controversé dernier empereur allemand, le Kaiser Guillaume II.

Le projet est follement ambitieux. C'est un peu comme si l'on décidait de rebâtir Versailles. Grâce à ce monument immense, Berlin va retrouver la cohérence architecturale de son centre historique. La colossale bâtisse, dont la construction avait débuté au milieu du XVe siècle, avait été ravagée par les bombes américaines et britanniques en 1945, puis rasée cinq ans plus tard par les communistes allemands, pour lesquels elle incarnait un symbole du militarisme allemand. À sa place, ils avaient laissé le vide, pour leurs parades triomphales. Puis érigé le Mur. Le nouveau château sera inauguré en 2015, vingt-cinq ans après le chute de ce Mur. Il contiendra un immense musée. Un musée consacré aux arts premiers.

Ainsi, dans le palais de Guillaume II verra-t-on des masques et des boucliers de sorciers africains, des photographies de chefs sioux, des boomerangs d'aborigènes australiens, des totems océaniens, des costumes de mandarins chinois, 500 000 objets ethnographiques exposés sur 37 000 mètres carrés. Pour le Berliner Schloss Post, ce sera «une plate-forme pour les échanges interculturels». La revue ajoute : «Pour apporter une contribution à l'état actuel du monde, il est nécessaire d'avoir un concept courageux, comme réponse à l'arrogance eurocentrique de l'Europe, et même à son ignorance.» Fouettons-nous donc, Siegfried, il n'y aura rien dans ce palais sur Cranach, Holbein, Dürer, Bach, Beethoven, Haendel ou Wagner, Lessing Goethe, Schiller ou Hölderlin, ces génies universels symbolisant «l'arrogance eurocentrique de l'Europe». Nos voisins, pour faire passer la reconstruction du palais de leur dernier Kaiser, auraient-ils sciemment exclu tout ce qui est allemand, et surtout prussien, de leur futur musée ?

Le travail de mémoire

C'est flagrant. On réalise, en regardant les photomontages de «l'avant» et de l'«après» reconstruction, que le complexe multiculturel prévu, est suffisamment «culturellement correct», à la mode du temps, pour servir de blindage aux critiques. Dans un article consacré au projet, la Lufthansa, la compagnie nationale allemande, évacue toute question embarrassante. Ce que représentait ce palais est ainsi résumé : «La construction du projet au cœur de Berlin n'est pas une glorification prussienne. Loin de là ; l'on rebâtit le palais pour accueillir un centre d'échange des cultures du monde.» La gaucherie des défenseurs de la reconstruction est compréhensible. L'Allemagne impériale, bien avant 1914, a nourri des tentations hégémoniques qui l'ont poussée à provoquer la Première Guerre mondiale. Ainsi que l'établit l'historien Fritz Fischer, Guillaume II et son état-major avaient décidé, avant 1912, une stratégie de guerre généralisée. Même si ce personnage a exprimé ensuite son horreur du nazisme, cela ne l'a pas empêché de féliciter Hitler après la capitulation française, en juin 1940. Ce militarisme allemand, cultivé depuis la fin du XIXe siècle, a ruiné notre continent et éteint durablement son influence.

L'Europe n'a plus de raison de s'inquiéter de ce souvenir, tant le «travail de mémoire» a été correctement effectué. Il fut tardif, comme partout, mais si complet qu'aujourd'hui encore, l'Allemagne ne sait plus où poser les pieds, dès qu'il s'agit de son identité ou de son passé.Berlin l'illustre parfaitement. C'est une grande ville cosmopolite de trois millions d'habitants, huit fois plus étendue que Paris. Une cité vibrante, attachante, une véritable capitale, spectaculaire, dont on aspire l'énergie avec bonheur. Les empreintes du nazisme ont été effacées. Les seules traces visibles et invisibles datent de la guerre froide, de la division du pays en deux États.

Au contraire de Paris, qui témoigne d'une totale confiance en l'identité nationale, puisque sa reconstruction au XIXe siècle a été menée par des architectes anonymes qui travaillaient dans un esprit collectif, Berlin a été confiée à des stars internationales de l'architecture moderne. Ces étrangers ont posé un objet à côté l'un de l'autre, dans un grand désordre. Ainsi la chancellerie ressemble-t-elle à une gare, la fabuleuse Bahnhof à un musée d'art moderne, et dans le Centre Sony, l'on se croirait à Tokyo. Autant Munich respire une harmonie toute latine, autant Berlin manque de cohérence. Cela démontre à quel point, vingt années après la chute du Mur, l'unité du pays est encore en suspens. Les deux parties de la ville ne sont pas recousues.

C'est la raison pour laquelle la reconstruction de ce palais est indispensable. Soudain la ville va retrouver un cœur, un centre, un axe, une perspective monumentale. L'homme derrière tout cela est un enthousiaste. Il s'appelle Wilhelm von Boddien. Il est amoureux de son projet. Un dimanche soir tard, il vient me retrouver dans mon hôtel pour m'emmener visiter le centre d'information où sont exposés les maquettes, les ébauches, les plans, les photos, et ce que je peux acheter pour aider à la reconstruction.

J'ai le choix entre un don à 50 euros, un élément de balustrade à 850 euros, une corniche simple à 3 710 euros ou un chapiteau corinthien à 34 000 euros. Serais-je intéressé par l'une des deux portes monumentales du château, à 4,356 millions d'euros pièce ? Von Boddien feuillette son catalogue, où des éléments de la façade sont déjà barrés de rouge, avec la mention «Vendu !» ou «Réservé». «Nous devons contribuer à ce projet en rassemblant 80 millions d'euros pour financer la façade du château, explique-t-il. L'État fédéral apportera 440 millions d'euros, et la ville 32 millions supplémentaires».

C'est une manœuvre audacieuse de von Boddien qui a fait basculer l'opinion allemande en faveur de la reconstruction. «J'étais à Paris, raconte-t-il, lorsque je suis resté ébahi devant la Madeleine que l'on restaurait à l'époque, et dont la façade était masquée par un trompe l'œil gigantesque. J'ai demandé à l'entreprise française spécialisée dans ces décors de me peindre une façade grandeur nature du château de Berlin, ce qui fut réalisé dans les anciennes usines Renault de Boulogne-Billancourt. Puis nous avons déployé cette immense toile sur le site même de l'ancien château, à Berlin, elle y est restée un an et demi. Lorsque nous l'avons enlevée, tout le monde l'a regrettée. En juillet 2002, le Parlement allemand a décidé que le château serait reconstruit.»

Une course au gigantisme muséal

Le projet a une autre ambition que celle d'assurer l'unité architecturale de la ville. Il veut offrir à la capitale allemande une cohérence muséale qui lui manque. Pour l'heure, encore dispersés autour du futur palais, se trouvent le Bode Museum (collections de sculptures), le fabuleux Pergamon (antiquités classiques), le remarquable Nouveau Musée (collections égyptiennes), le Musée ancien (collections grecques), la Galerie nationale (peintures du XIXe). Le futur palais ajoutera à cet ensemble les espaces de forums qui lui manquent, des cinémas, des salles de concert, et les Arts premiers, exposés depuis longtemps à New York, et plus récemment à Paris.

Le palais va donc permettre à Berlin de rattraper Washington, Paris et Londres, puisqu'il n'est plus de grande capitale sans musées admirables. En Europe, une course au gigantisme muséal s'est engagée. Sauf à Paris où le ministère des Affaires étrangères abandonne, de façon suicidaire, le contrôle des actions culturelles françaises à l'étranger, chacun dans le monde a compris que le rayonnement d'une nation dépend aujourd'hui de l'éclat de sa culture.

Car l'époque n'est plus où l'autorité morale d'une nation se mesurait aux démonstrations de force. L'Europe et la Chine ont bien démontré que leur diplomatie et le commerce donnaient des résultats supérieurs à l'interventionnisme militaire. L'Amérique de Georges W. Bush, en se faisant détester sur toute la planète pour son invasion de l'Irak, a servi de cas d'école. Barack Obama corrige le tir et Hollywood, toujours sensible à l'air du temps, va bien sûr lui emboîter le pas. L'Europe a d'autres atouts que la maîtrise de l'industrie du rêve. Elle a celle du bon goût. Ses musées donnent le ton sur la façon dont il faut raconter l'histoire du monde. C'est cette dimension universelle que l'Allemagne vise maintenant. En réécrivant l'histoire des hommes, et son histoire, à sa nouvelle façon.


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