vendredi 21 mars 2014

Fiestas de Verano en la Toscana Guìa

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GUÍA PRÁCTICA

Datos básicosPrefijo telefónico: 00 39. Distancias: Arezzo se sitúa a 75 kilómetros al sureste de Florencia. Arezzo-Siena, a 67; Siena-San Gimignano, a 43, y San Gimignano-Pisa, a 76 kilómetros.ComerLogge Vasari (05 75 30 03 33). Un magnífico enclave. Buena bodega. Via Vasari, 19. Arezzo. De 40 a 50 euros.- Dardano (05 75 60 19 44). Via Dardano, 24. Cortona. Unos 15 euros.- Da Enzo (05 77 28 12 77). Via Camollia, 49. Siena. Platos refinados e imaginativos; productos locales y ambiente moderno. Unos 30 euros.- La Mandragola (05 77 94 03 77). Via Berignano, 58. San Gimignano. Trufas, setas y azafrán son los productos estrella. Unos 30 euros.- Etruria (05 88 86 064). Piazza dei Priori, 6-8. Volterra. Cocina de inspiración tradicional. Unos 30 euros.- Vecchio Teatro (05 02 02 10). Piazza Dante. Pisa. Un lugar bohemio donde se pueden saborear guisos marineros. Unos 25 euros.Información- www.turismo.toscana.it.- www.comune.siena.it.- www.sangimignano.com.- www.provincia.arezzo.it.- http://torre.duomo.pisa.it.
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Verano festivo en el corazón de la Toscana

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Verano festivo en el corazón de la Toscana

Siena, Arezzo, San Gimignano y Pisa, en una ruta exquisita


El 16 de agosto se celebra el Palio, una carrera de caballos que convierte la plaza del Campo sienesa en un espacio vibrante. En una región inigualable, el paisaje de cipreses compite en belleza con pueblos y ciudades.
Esta es la parte nueva del Duomo, es sólo del siglo XIV". El guía no está siendo pedante, es simplemente uno de tantos que le prestan su alma a la piedra y cuya suma de entusiasmos mantiene viva una ciudad medieval de pasado etrusco. Estamos en Siena y esto no es un museo, está vivita y coleando; por eso atrapa al viajero, que la añora aun antes de decirle adiós. La Toscana ha vivido siempre a la sombra de su capital, Florencia, y tan poderosa reina ha ensombrecido la belleza de cuanto hay a su alrededor, a excepción de dos plazas: la de los Milagros, en Pisa, y la del Campo, en Siena. Pero la región guarda otras muchas maravillas para cualquiera que esté dispuesto a descubrirlas. Maravillas con nombres de pintores, como los frescos de Piero della Francesca, en Arezzo, o La Anunciación de Fra Angélico, en Cortona; en forma de casas torre, como las esbeltas y desafiantes de San Gimignano, o convertidas en transparencias gracias a los alabastros etruscos de Volterra. Proponemos un recorrido por la Toscana, al noroeste de Italia y a orillas del mar Tirreno, dejando de lado Florencia, uno de los destinos más populares de Italia y cuyo aeropuerto puede servir como punto de partida para acercarse a una corte tan atractiva como su soberana. Una corte en cuya mesa se sirven suculentas viandas regadas con buenos vinos, como puede comprobarse en infinidad de lugares. Por ejemplo, en la Enoteca de Italia, que ocupa la Fortaleza Médicis en Siena.
El canon estético de la ciudad medieval
En pleno siglo XII, el 'skyline' de San Gimignano no tendría nada que envidiarle al de Nueva York. De hecho, hay torres gemelas como las que construyeron los Ardinghelli. El viajero no debe pasar sin subir a la Torre Grande, en el Palacio del Pueblo
Pisa es perfecta para merodear por sus calles y sentarse en las terrazas de sus bares, tomadas por universitarios al atardecer

Arezzo

Una buena elección para iniciar el recorrido por la Toscana, casi 23.000 kilómetros cuadrados con 3,6 millones de habitantes. Arezzo se convertirá en la meca de los amantes del arte renacentista a finales de 2006, cuando se inaugure una gran exposición de Piero della Francesca que reunirá sus obras de caballete en torno a los famosos 12 frescos de laLeyenda de la Vera Cruz, que el pintor realizó en la iglesia de San Francisco entre 1452 y 1464. La sutileza de los colores y la audacia de la perspectiva hacen que muchos de sus visitantes, sin mediaciones místicas, entren en trance. Uno de ellos fue el pintor francés Balthus, quien visitó la ciudad en la primera mitad del siglo XX, se enamoró de los frescos y se quedó a trabajar en una trattoria de Arezzo para poder disfrutarlos cada día.
Roberto Benigni es otro de los que quedaron prendados de la armonía y la belleza de Arezzo, y rodó en sus calles la película La vida es bella,como relata cualquier lugareño a la menor oportunidad. Lo que no contó en su cinta es que esta ciudad, con 92.000 habitantes y una tasa de paro de tan sólo el 6%, fue cuna de los grandes banqueros en el pasado y hoy sigue siendo "la rica de familia". Es decir, que tiene 1.600 talleres de orfebrería y un amplio surtido de tiendas outlet de las primeras marcas de moda italianas e internacionales. Una suma perfecta para los adictos a las compras.
Pero volvamos a los colores de Piero della Francesca. La humedad y las malas restauraciones del siglo XIX se habían cebado hasta tal punto con la Leyenda de la Vera Cruz que el Estado italiano inició una restauración integral en 1985. Tras 15 años de trabajo, la capilla que se pintó por encargo de la familia Bacco Bacci volvió a abrir al público en 2000. El Duomo, la catedral que comenzó a construirse en el siglo XIII, también conserva un fresco de Piero della Francesca, Magdalena, una obra en la que los expertos aseguran que el pintor de Sansepolcro (una villa de la provincia de Arezzo) plasmó su ideal de belleza gracias a las matemáticas y a la filosofía.
Un paseo sin rumbo, si es posible al atardecer, es la mejor forma para descubrir esta ciudad amurallada ocho veces, desde la fortificación de los etruscos en el siglo IV antes de Cristo hasta la que costearon los Médicis a mediados del XV. Tarde o temprano, el forastero se topa con la plaza Grande, en la que aún se yerguen los edificios que proyectó Giorgio Vasari, un verdadero hombre del Renacimiento que nació en Arezzo en 1511 y fue arquitecto, pintor y escritor. Vasari, autor entre otras maravillas del Palazzo degli Uffizi de Florencia, levantó una casa para él y su joven esposa en Arezzo que está abierta al público. Él era entonces un famoso arquitecto de 35 años y ella tenía 13. En el techo del salón de Apolo hay un retrato de la joven en el que Vasari la pintó siguiendo las clases de anatomía de Miguel Ángel.
Pero, además de Piero della Francesca, lo que más impresiona al viajero es la Pieve de Santa Maria: una auténtica joya del románico, de fachada porticada con tres cuerpos de columnas, casi todas distintas, y su torre de 59 metros.
Arezzo también custodia la primera cruz que pintó Cimabue, el maestro de Giotto, en 1265, y que preside la iglesia de Santo Domingo. La obra es el mejor ejemplo de la transición bizantina, en la que las imágenes elegidas por los teólogos eran repetidas y adaptadas por los artesanos al pensamiento occidental. El artista inicia la búsqueda de su propio estilo. Nada menos que el nacimiento de la pintura como la entendemos hoy.

Cortona

Otra villa de origen etrusco es Cortona, encaramada a una montaña sobre el valle de Chiana y a media hora de Arezzo. Debe también parte de su fama a un pintor: Guido di Pietro, más conocido como Fra Angélico. El artista, activo en la primera mitad del siglo XV, es autor deLa Anunciación (1433-1434) que se encuentra en el Museo Diocesano de Cortona, así como de la tabla del mismo tema que puede verse en el museo de la basílica de San Giovanni Valdarno (municipio de Toscana) y de una tercera, uno de los tesoros del Museo del Prado, en Madrid.
En esta villa, amurallada por los etruscos en el siglo VI antes de Cristo, viven 1.600 vecinos, pero el municipio cuenta en total con unos 22.000 habitantes. Su tamaño no es impedimento para que el próximo 3 de septiembre se inaugure un museo arqueológico, que con 2.500 metros cuadrados se convertirá en el segundo en importancia en la región. Albergará vestigios etruscos de la zona y una importante colección de antigüedades egipcias que en 1700 donó al Ayuntamiento un cortonés que fue nuncio apostólico en Egipto.
Precisamente el Palacio Municipal, un edificio del XIII, preside este pueblo de fisonomía medieval que parece hecho para la contemplación y el paseo. No hay mejor fórmula para pasar una tarde que alternar el vagabundeo por sus hermosas calles, plagadas de pequeñas tiendas, con el descanso en una de las muchas terrazas de las cafeterías que ocupan logias de nobles edificios.

Siena

Tras ese merecido descanso, el viajero estará preparado para zambullirse en Siena, una ciudad de la nunca se marcha nadie. Puede que la suma del amor que le profesan sus habitantes y la añoranza de todos cuantos han pasado por ella sea lo que la ha mantenido casi intacta desde el siglo XIV. "Siena es el único modelo existente de ciudad medieval", sentenció el prestigioso arqueólogo Ranuccio Bianchi Bandinelli.
En realidad, Siena no es una ciudad, sino la unión de 17 contradas(barrios). "El barrio es como la madre, nunca se cambia", dice orgullosa una sienesa mientras coloca un pomposo moño celeste en la puerta de la sede de la contrada, señal de que ha nacido un niño. Las contradas, cada una con sus edificios comunales y una fuente en la que se bautiza a los niños, se convierten en rivales en el famoso Palio de Santa Caterina, las carreras de caballos que se celebran en la plaza del Campo desde 1676.
La ciudad vive sus instantes más intensos cada 2 de julio y 16 de agosto. Apenas un minuto es lo que tardan caballo y jinete en hacer el recorrido, 60 segundos en los que 20.000 personas contienen la respiración para saber qué contrada se llevará la gloria. En cada paliocorren 10 contradas (elegidas por sorteo entre las 17), y el que gana es el caballo, no hace falta que el jinete siga arriba.
Para disfrutar realmente la ciudad hay que aventurarse por sus callejones, frecuentar los lugares de copas de la plaza del Mercado y, cuando todos parecen dormir, volver a la plaza del Campo para sentarse junto a la fuente Gaia. Allí, frente al Palacio Público, el mejor gótico civil italiano, está la fuente en la que confluyen las aguas desde el siglo XV, gracias a una red de canales subterráneos, y los noctámbulos sieneses.
El perfil del Duomo, con su campanario listado de mármoles blancos y negros, y de la torre del Mangia, en la plaza del Campo, se han convertido en signos de identidad de esta ciudad amurallada en la que viven 60.000 personas y que posee una importante universidad. Durante la visita al Duomo, que comenzó a construirse en el siglo XII, es imprescindible admirar el suelo de taracea de mármol, con representaciones bíblicas e históricas que los artesanos tardaron 200 años en realizar, y el púlpito gótico esculpido por Nicola Pisano.
Enfrente se encuentra Santa Maria della Scala, que ha funcionado como hospedaje de peregrinos, hospicio y hospital desde su construcción en el siglo XIII hasta 1992. Tras la epidemia de peste que asoló Siena en 1399 y redujo la población a la mitad, el hospital aloja una gran pinacoteca, gracias a los encargos que las familias más poderosas hicieron a los mejores pintores para agradecer que podían contarlo.

S. Gimignano

Si el viajero logra dejar atrás Siena, es hora de encaminarse a San Gimignano. Un diminuto pueblo declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco, y que, según contaba Dante, tenía más de 72 casas torre, aunque ahora sólo queden 15. La altura de las construcciones iba pareja al poder de su propietario, y nadie podía levantar una torre más alta que la del palacio del Podestà, a la que llamaban La Desgraciada porque servía para comunicar las malas noticias: peste, incendios, ataques... Así que, en pleno siglo XII, el skyline de San Gimignano no tendría nada que envidiarle al de Nueva York. De hecho, hay torres gemelas, como las que construyeron los Ardinghelli. El viajero no debe pasar sin subir a la torre Grande, en el Palacio del Pueblo. Son muchos peldaños, pero merece la pena. Desde sus 54 metros se goza de una vista maravillosa de la calle principal, y además pueden descubrirse los jardines que encierran algunas de sus azoteas, un mundo secreto que contrasta con la austeridad de sus atalayas de piedra. Otro secreto es el que guarda el número 11 de la Via del Castello: la galería Continua, un paraíso para los amantes del arte contemporáneo.

Pisa

Camino de Pisa, merece la pena hacer una parada en Volterra, que conserva ejemplos para seguir una completa lección de historia: desde su puerta del Arco, que levantaron los etruscos; pasando por el teatro romano, todavía en uso; hasta la plaza de los Priores, la plaza medieval más antigua de la Toscana. Encaramada a una colina y amurallada una y otra vez a lo largo de los siglos, los 20.000 habitantes de Volterra la han convertido en el XXI en un tranquilo destino con la mezcla justa de turismo rural, cultural y centro de producción artística de alabastro, una industria en la que ya se aplicaron sus primeros pobladores, como puede verse en el Museo Etrusco Guarnacci.
Pisa es la última parada de esta inmersión rápida en la Toscana. El peligro que entraña Pisa es que su colosal plaza de los Milagros actúa como un imán, y los visitantes apenas pueden resistir la fuerza de atracción que ejercen la blancura y la armonía de la torre inclinada, la catedral y el baptisterio.
Esta república marinera vive y goza alrededor del río Arno y sus famosos lungarni (las calles que bordean el Arno), en los que palacios e iglesias compiten en belleza. Pisa es perfecta para merodear por sus calles y sentarse en las terrazas de sus bares, tomadas al atardecer por su gran comunidad universitaria. Una universidad en la que puede estudiarse casi de todo menos arquitectura. Aunque, a la vista de los resultados, el error de cálculo en la resistencia del terreno bajo su torre pendente no les ha venido nada mal a los pisanos.

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Conocer a los Etruscos Guìa

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GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir- Cerveteri se encuentra a 43 kilómetros del centro de Roma, y Tarquinia, a 89 kilómetros de la capital italiana.- Grimaldi-Ferries Prestige(912 04 42 20 y 935 02 81 63; www.grimaldi-ferries.com) cubre el trayecto entre Barcelona y Civitavecchia (a 20 kilómetros de Tarquinia). En butaca, 44 euros por persona y trayecto. Ida y vuelta dos personas en camarote y con un coche, 499 más tasas.Información- Turismo de Tarquinia(www.tarquinia.net).- Necrópoli Etrusca de Tarquinia (00 39 07 66 85 63 08).- Museo Arqueológico Nacional Etrusco de Tuscania (00 39 07 61 43 62 09). Profesor Moretti, 1.- www.comune.cerveteri.rm.it.- Reservas y servicios turísticos:www.comune.viterbo.ity www.tusciainforma.it "Ideas del hombre y más .......".

La enigmática sonrisa etrusca

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La enigmática sonrisa etrusca

Visita a las tumbas de Tarquinia y Cerveteri, cerca de Roma


Miles de sepulcros, hallados en estas dos necrópolis del Lazio italiano y declarados patrimonio de la humanidad, son espejo de una civilización oscura, que dio origen al genio romano.
Ni la sonrisa de la Gioconda encierra tanto misterio como el rictus de los sarcófagos etruscos. Del "enigma etrusco" se hablaba ya entre los propios romanos, que eran, literalmente, sus nietos o bisnietos. Y es que incluso para ellos aquella cultura arcaizante resultaba extraña, al punto de hacerles pensar que procedía del Oriente. Desde hace décadas, Massimo Pallotino viene insistiendo en que la palabra clave para comprender a ese pueblo no es su procedencia, sino su formación: desde la prehistoria fueron incubándose núcleos autóctonos, que muestran perfiles definidos ya hacia el año 1000 antes de Cristo, y que cuatro siglos después se conforman como polis o ciudades-estado ligadas por una lengua (todavía opaca para nosotros), creencias y costumbres comunes.
La creencia en la vida de ultratumba debió de ser tan poderosa como en Egipto. Al menos todo lo que nos ha llegado (o casi) de aquella cultura procede de sus necrópolis. Miles y miles de tumbas, muchas decoradas con pinturas, ocupadas por sarcófagos de piedra o terracota, en los cuales, bajo la efigie del difunto, fielmente retratado, se ven a veces escenas cotidianas. Y es que el más allá no era para ellos la zanahoria para transitar el mundo, sino una añoranza de éste, un regusto de placeres tangibles y conocidos.
Algo, por cierto, que sabían apreciar. Desconocemos su propia literatura, así que no tenemos otras fuentes que estas necrópolis y los epítetos que les endosaron los latinos. Según éstos, los etruscos eran gordos y flojos (obesus, pinguis), crueles, corruptos, comilones, lujuriosos. Pero claro, hay que tener en cuenta que Catulo, Virgilio y compañía (lo mismo que las fuentes griegas) estaban hablando de los que eran (o habían sido) sus enemigos, aunque fueran a la vez sus antepasados. Esa ambivalencia de amor-odio se mantuvo tanto como los genes etruscos siguieron nutriendo el genio romano; algunas costumbres de los etruscos se mantuvieron prácticamente hasta el ocaso de la civilización romana, como es el caso de los arúspices o sacerdotes adivinos. Es más, el lituo o bastón terminado en espiral de los arúspices etruscos es el mismo báculo que aún siguen usando los obispos cristianos. Otro símbolo suyo adoptado por los romanos y que ha dado mucho juego es el fascio o haz de flechas que simbolizan la fuerza de la unidad.
Del antiguo mapa etrusco tenemos fotografías aéreas actuales. Gracias a los rayos infrarrojos se han podido fotografiar desde aviones miles de tumbas de las que en la superficie no se apreciaba rastro. En su máximo apogeo (hacia el siglo VI antes de Cristo), el territorio etrusco se extendía desde Roma, por el sur, hasta Bolonia o Milán por el norte, como bien recuerda José Luis Sampedro en su novela La sonrisa etrusca; ocupaban todo el litoral occidental y centro de Italia. Una cosa que suele olvidarse es que los etruscos fueron una potencia naval, que comerció por el Tirreno y el Mediterráneo y colonizó parte de la isla de Córcega; hasta que una derrota frente a los griegos (474 antes de Cristo) les hizo recluirse tierra adentro.
Vestigios etruscos afloran en forma desigual por todo ese territorio. Más de medio centenar de museos locales contienen colecciones importantes. Algunas son piezas excelentes, como la Quimera de Arezzo(que está en Florencia) o el Apolo de Veio (que está en Roma); ciudades como Volterra o Perugia han conservado puertas y muros. Pero el núcleo de máxima densidad etrusca se circunscribe a laslucomías (reinos) más antiguas y poderosas: Veio, Vulci, Caere (Cerveteri), Tuscania y Tarquinia.

Recinto arqueológico

En Tarquinia se han localizado más de 6.000 tumbas. Unas 200 están decoradas con frescos. Sólo se pueden visitar unas pocas, protegidas en un recinto arqueológico. Una caseta indica la entrada a cada tumba. Hay que descender por un corredor excavado en forma de cueva, hasta un habitáculo o tienda subterránea, donde estaban depositados los sarcófagos. Actualmente, una mampara de cristal impide el acceso, pero el visitante puede pulsar un interruptor y disfrutar de una adecuada iluminación. Los enterramientos pertenecen a varias épocas; sólo a partir del año 540 se empezaron a decorar con pinturas. Éstas muestran escenas de la vida diaria, caza, pesca, juegos atléticos, bailes, pero, sobre todo, banquetes, algo que habían copiado de los griegos.
Algunas figuras y escenas son de un efectismo asombroso, pese a su sencillez, y las hay que rozan lo subido de tono (como la tumba de laflagelación y otras oportunamente señaladas). Los colores son brillantes, de una paleta amplia. Pero la humedad ha hecho estragos, así que algunas tumbas han tenido que ser rescatadas y trasladadas a museos. Pueden verse algunas en el museo de Tarquinia, que ocupa el palacio Vittelleschi, un fastuoso edificio levantado por un cardenal, y que fue morada de papas. En el museo, además de tumbas y multitud de sarcófagos, hay objetos preciosos de los propios etruscos o mercados por ellos (de los griegos, sobre todo), y una pieza excepcional, unos caballos alados de terracota que adornaban el llamado Ara della Regina, a las afueras de Tarquinia. También a las afueras, Etruscópolis es una curiosidad, una especie de parque temático para chicos y grandes.
Cerveteri, al sur de Tarquinia, tiene tumbas muy diferentes. En la necrópolis de la Banditaccia, las tumbas aparecen dispuestas en un plano casi urbano, con barrios, calles y plazuelas. Y evidencian su presencia al exterior a través de un túmulo o cono de piedra bien labrada que sirve de acceso. En cada túmulo se enterraban los miembros de una misma gens o familia extensa. Pero la gama funeraria es amplia; no sólo hay enterramientos circulares, también cúbicos, y otros están tallados en la pared de roca con apuntes arquitectónicos (el único testimonio, en realidad, de su arquitectura residencial).
Cercana a Tarquinia y Cerveteri, Tuscania merece el desvío por las tumbas etruscas halladas en la impresionante colina de San Pedro, ahora deshabitada y musealizada, y que además de las tumbas contiene casas romanas y medievales, y las iglesias de San Pietro y Santa María. Pero sobre todo interesan los sarcófagos del Museo Nacional instalado en el antiguo convento de Santa María del Riposo. De nuevo rostros familiares, sonrientes, con un enigma en las comisuras cuya clave parece contagiada o diluida en la campiña risueña. Vienen a la memoria los versos de Vicenzo Cardelli, aquel paisano discípulo de Leopardi que murió en Roma en 1959 y dejó escrito, en admirable síntesis: "Qui rise l'etrusco, un giorno, coricato, cogli occhi a fior de terra, guardando la marina..." ("aquí sonrió el etrusco, un día, reclinado, con ojos a flor de tierra, contemplando la orilla del mar"). "Ideas del hombre y más .......".

LOUVRE en Lens

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Cuando la cultura mueve dinero

Exterior del Louvre-Lens. / PHILIPPE HUGUEN (AFP)
Ya es hora de que los grandes museos hagan relatos diferentes, que pongan en marcha formas de contar el arte a otros públicos, a gente no necesariamente ligada al arte”. Son palabras de Jean-Claude Martinez, francés tataranieto de valenciana y almeriense y director del Museo del Louvre, es decir, uno de los puestos clave en lo que a la grandeur cultural de Francia se refiere, y también en lo que atañe al mensaje que sobre la importancia de las artes no solo como conjunto de bienes del espíritu sino también como potencial motor cultural y social vienen lanzando desde hace décadas los que mandan en este país.
La exposición sobre la cultura etrusca es solo un nuevo capítulo de la joven historia del Louvre-Lens, la primera sucursal del museo. Una sucursal pensada en su día por un presidente de la República (Jacques Chirac) e inaugurada hace un año por otro (François Hollande), pero inspirada sin disimulo en el bilbaíno efecto Guggenheim. Todo un reto, superado de momento con esa cifra espectacular de 900.000 visitantes en el primer ejercicio, cuando las previsiones más optimistas hablaban de 700.000 (y una previsión futura de 500.000 al año).
Louvre-Lens y su fascinante Galería del Tiempo —un recorrido en 205 obras por la Historia del Arte— no es solo un asunto cultural, si bien estamos ante una narración absolutamente vanguardista en la presentación, capaz de alternar un bajorrelieve asirio con una talla medieval que una alfombra persa con una pintura de Rafael (como es el caso, pues el Autorretrato con un amigo del maestro Sanzio acaba de incorporarse a la colección, renovada en un 15% cada año).
El hermano pequeño del Louvre ha venido a curar en cierta forma las heridas de la vieja zona minera de Lens-Lieuvin, y de paso las de una de las regiones económicamente más deprimidas de Francia: la del Norte-Paso de Calais. Víctima de la reconversión industrial, la región empieza a respirar gracias a este balón de oxígeno que ha generado 400 empleos y que ha llevado a The New York Times a incluir a Lens en su Top 50 de los lugares que hay que visitar en Europa. De paso, hoteles, bares, restaurantes y comercios de un lugar tradicionalmente inexistente para el turismo han recuperado la ilusión. Entre 2017 y 2018, la construcción de una Zona de Reservas del Louvre junto al Louvre-Lens debería permitir que 220.000 obras de arte de todas las épocas procedentes de la casa-madre descansen en Lens y accedan a ellas los investigadores.

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En el LOUVRE en Lens

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Los etruscos conquistan el Louvre

La sucursal del museo parisiense en Lens celebra su aniversario con una gran exposición sobre la desaparecida civilización


Sarcófago de terracota (520-510 a. C.). / FUZEAU PHILIPPE
A ver si es posible centrar el contexto de la extraña exposición —extraña y conmovedora a la vez— que sobre la cultura etrusca y la que fuera una de sus joyas, la ciudad-Estado de Cerveteri, inauguran hoy con más de 400 piezas los responsables del Louvre-Lens, la primera sucursal del museo más importante del mundo inaugurada hace justo un año.
Dos arquitectos-estrella japoneses de la transvanguardia (Sejima y Nishizawa) erigen sobre unas antiguas minas de carbón y junto a un caduco estadio de fútbol —más allá de eso, la nada, o casi— un edificio de cristal y aluminio que serpentea como una culebra de agua entre los campos del norte de Francia. Del pobre, brumoso, plagado de paro e industrialmente reconvertido norte de Francia. Un francés tataranieto de españoles que dirige el mencionado museo más importante del mundo, y que en breve cortará la cinta inaugural de otra sucursal en el lejano Oriente (Abu Dabi), decide alojar entre estas paredes, aquí, en los campos y sobre las minas, por espacio de tres meses, los rescoldos de una civilización perdida. Y 900.000 almas sirven de argumento para que todo esto ocurra, ya que fueron eso, 900.000 visitantes, los que colapsaron las salas del Louvre-Lens durante su primer año de vida.
Son las consecuencias de los nuevos contextos, escenarios y condicionantes del mundo del arte y, más concretamente, del mundo de los museos, abocados en tiempos de crisis de dinero y de ideas como los que corren a un ejercicio de voluntarismo cultural, político y financiero digno de Sísifo, aquel buen mozo empeñado en subir una y otra vez la piedra por la cuesta aunque esta se viniera abajo todo el tiempo.
Dicho lo cual, la primera exposición arqueológica del Louvre-Lens es extraordinaria. Harán bien en acercarse a ella los interesados en la génesis, desarrollo, esplendor y ocaso del mundo antiguo y más específicamente en las viejas civilizaciones mediterráneas. Lens está a una hora de la Gare du Nord de París en tren de alta velocidad. Claro que también puede quedarse en la capital y acercarse al Museo Maillol, donde ahora mismo hay otra exposición sobre los etruscos, decididamente los grandes protagonistas de este otoño-invierno.
La antigua Cerveteri es hoy una ciudad de 36.000 habitantes a 45 kilómetros de Roma sin más balizas de referencia que la semioculta necrópolis de Banditaccia, conjunto declarado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y uno de los ejes de esta exposición de Lens (“es increíble, esta joya de la arqueología universal está a 20 minutos de Roma, pero la gente no lo sabe”, exclama Laurent Haumesser, uno de los comisarios de la muestra). Pero Cerveteri fue durante todo un milenio, aproximadamente entre el 1000 antes de Cristo y el siglo I de nuestra era, cuna de una de las más refinadas, ambiciosas y potentadas civilizaciones mediterráneas. La exposición Los etruscos y el Mediteráneo. La ciudad de Cerveteri, coorganizada por el Louvre-Lens y por el Palacio de Exposiciones de Roma (a donde viajará en marzo), establece un relato ininterrumpido de 10 siglos para explicar cómo eran aquellos hombres y mujeres que se sintieron seducidos por la estética griega y que fueron conquistados y borrados de la historia por las legiones romanas.
Tumbas, santuarios, mansiones, ofrendas, guerras, lapidaciones, banquetes, vino y perfume, armas y muerte… todo sirve en estos casi 2.000 metros cuadrados de exposición para resucitar la idiosincrasia de estos pobladores del viejo Mare Nostrum (se asentaron en lo que hoy sería la Toscana italiana), fascinados por igual ante el poderío cultural y militar de la antigua Grecia y ante las mil y una noches de Oriente. El conjunto demuestra la furia importadora de belleza expresada por los príncipes etruscos, que lo traían todo de todas partes para demostrar al mundo que lo querían todo… porque se lo podían permitir gracias al intensivo comercio con griegos y fenicios del que se beneficiaron sobre todo desde su puerto marítimo de Pyrgi. Una de las aristocracias más potentes del Mediterráneo.
Más proclives a los héroes que a los dioses y a las leyendas y mitologías que a los rezos de reclinatorio (donde estén Ulises y Medea que se quiten los textos sagrados, parecieron querernos decir), los hijos de Cerveteri tuvieron tiempo para todo tipo de refinamientos —1.000 años dan para mucho—, pero no rechazaron el olor de la sangre. Les gustaban las ánforas repletas de vino, los jarrones ricamente decorados, los buenos ropajes y las mejores moradas, pero también les gustaba el jaleo guerrero. Y poca broma: lapidaban a sus enemigos. Así que el conjunto de obras expuesto en Lens lo mismo abre los ojos del visitante al sobrecogedor Sarcófago de los esposos (estrella del Departamento de Antigüedades Griegas, Etruscas y Romanas del Louvre, recién restaurado por el equipo de conservadores del Louvre-Lens), a la Tumba de los cinco asientos o a las Plañideras de Cerveteri(picassianas de arriba abajo) que a capítulos como la masacre de los prisioneros foceanos empeñados en instalarse en Córcega. Pues buenos eran ellos. Buenos eran los etruscos.
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Dominaron 7 siglos el norte de Italia

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La larga noche de verano de los etruscos

La civilización que trajo las ciudades a Occidente sigue, siglos después, envuelta en misterios

¿Nació en el norte de lo que ahora es Italia o vinieron desde Asia Menor, la actual Turquía?

Cómo fueron los siete siglos en los que tuvieron un enorme poder económico y cultural


Detalles de figuras en un sarcófago etrusco de una pareja casada conocido como el de los esposos
El valle de Chiana, en el sur de Toscana, vivió su época de mayor esplendor bajo los etruscos, que fueron los primeros en cultivar sus tierras de forma intensiva siete siglos antes de nuestra era. Hoy es conocido en toda Italia por sus chianinas, unas vacas enormes y completamente blancas que se mueven por sus colinas como fantasmas. Solo se crían en ese valle y habitan en él desde la antigüedad. Esas reses, de cuya carne salen las auténticas fiorentinas, los preciados chuletones toscanos, albergan la clave para dilucidar una de las grandes incógnitas de la antigüedad: el origen de los etruscos, la civilización que pobló el centro de Italia antes de Roma y que trajo las primeras ciudades a Occidente en el siglo VIII antes de Cristo. Este pueblo ha despertado una creciente fascinación por la finura, calidad y expresividad casi contemporánea de su arte; pero también por el halo de misterio que siempre le ha acompañado.
El territorio que ocuparon los etruscos, una amplia franja geográfica entre los ríos Tíber al sur y Arno al norte, con el mar al este, lleva siglos ofreciendo objetos maravillosos a arqueólogos, campesinos y saqueadores de tumbas. Al viajar por la actual Toscana y Umbria, aparecen casi de forma constante carteles que señalan antiguas tumbas etruscas, aunque las necrópolis más conocidas están al sur, cerca de Roma, en Tarquinia y Cerveteri.
A las mujeres etruscas no les importa mostrarse desnudas. Y no cenan solo con sus maridos, sino con cualquier hombre que aparece.
En las afueras de Perugia, a mediados del siglo XIX, los constructores de una carretera se toparon con el hipogeo de la familia Volumni. Es la tumba más impresionante de una amplia necrópolis etrusca, cuyas urnas son de una belleza excepcional, una mezcla de sensualidad, mitología y felicidad. El escritor polaco Zbigniew Herbert lo resumió en su ensayo de viajes por las civilizaciones del Mediterráneo antiguo, El laberinto junto al mar(Acantilado): “Lo que deja la impronta más profunda en nuestra imaginación de los vestigios etruscos son las esculturas sepulcrales: un hombre reclinado sobre el codo, con la cabeza erguida, cubierto con una vestidura que deja el torso a la vista como si la eternidad fuera una larga y cálida noche de verano”. Para acceder a la tumba principal es necesario descender unas escaleras muy empinadas, y en medio del olor a humedad y a polvo milenario sigue flotando la misma inquietante sensación con la que se toparon aquellos primeros arqueólogos, una sensación que nunca se ha despegado de los etruscos.
La parte más importante del yacimiento pertenece a la época más tardía de este pueblo, el siglo II antes de nuestra era, cuando estaban a punto de ser engullidos por los romanos. La impronta de la civilización que les conquistó es tan grande que durante siglos ocuparon un segundo plano y se hundieron en el pasado empujados por muchas preguntas sin respuesta; pero también por los prejuicios que difundieron griegos y romanos, que les tildaron de degenerados por una de sus características, insólita en la antigüedad: el papel de la mujer y su forma de comportarse. Como escribió el historiador griego Teopompo de Esparta en el siglo IV a. de C.: “No les importa mostrarse desnudas. Y no cenan solo con sus maridos, sino con cualquier hombre”. Además, bebían y eran guapas, según Teopompo.
Fragmento de la divinidad Leucothea. /LOUVRE LENS
Los etruscos fueron los constructoresde las primeras ciudades de Europa Occidental e impulsaron durante casi siete siglos una civilización de inmenso poder, económico y cultural. Palabras como persona, histrión, carta y, seguramente, lasaña fueron préstamos del etrusco al latín. Lars, el nombre escandinavo más común, es de origen etrusco: los expertos creen que este trasvase se debe al intenso tráfico de ámbar de estos excepcionales comerciantes (piratas para sus enemigos, aunque en la antigüedad la diferencia entre el negocio marítimo legítimo y el pirateo nunca estuvo muy clara). Su riqueza surgió de su capacidad para procesar los minerales en el momento en que nació la moneda –alguien calificó la ciudad etrusca de Populonia, en la costa toscana, como el Pittsburgh de la antigüedad por sus fundiciones de mineral de hierro–, de su pericia agrícola e hidrológica y de su capacidad militar. La tradición ha mantenido durante muchos años que los juegos de gladiadores también se inventaron en Etruria, aunque ahora muchos expertos se inclinan por pensar que los entretenimientos violentos tenían demasiados aficionados en aquella era como para encontrar un origen claro. Su debilidad fue que nunca llegaron a ser una nación unida, sino un conjunto de ciudades-Estado que batallaban y se traicionaban entre ellas; su mayor problema, que un poblacho vecino, Roma, acabaría por convertirse en el mayor imperio de la antigüedad occidental, y no estaba dispuesto a compartir ni la península italiana ni el Mediterráneo con nadie.
Ya en 1965, Herbert señalaba en el citado ensayo que acaba de editarse en castellano: “Los etruscos están de moda, como si los hubiésemos descubierto no hace mucho y fueran la última sensación de la arqueología”. Sin embargo, ahora es más cierto que nunca. “Revelada la belleza de los etruscos”, titulaba el diario Le Monde en su primera página a finales de diciembre para hacerse eco de las dos exposiciones que sobre esta civilización han coincidido en Francia, una que se clausura hoy en el Museo Maillol de París, titulada Los etruscos. Un himno a la vida, y otra en la sede del Louvre en Lens (hasta el 10 de marzo), Los etruscos y el Mediterráneo. La ciudad de Cerveteri. El año pasado hubo otra muestra en París que estudiaba la relación de la escultura etrusca con el escultor suizo Giacometti. En Madrid también hubo dos más en muy poco tiempo, una en la Fundación La Caixa y otra en el Museo Arqueológico Nacional. El Metropolitan de Nueva York acaba de abrir unas nuevas salas etruscas que exhiben, entre otras piezas, un impresionante carro funerario. “También ha habido exposiciones recientes en Montreal y en Cortona. Ya es hora de que se les valore como merecen”, señala la profesora Jean Macintosh Turfa, investigadora de la Universidad de Pensilvania y una de las etruscólogas más ­reputadas. Turfa acaba de coordinar el volumen The etruscan world (Routledge), que reúne los trabajos de 60 expertos sobre los avances que se han realizado en las últimas dos décadas en la interpretación de esta civilización. “Los etruscos fueron la primera civilización urbana de Europa Occidental, la que trajo el urbanismo a esta parte del mundo. Sin embargo, creo que todavía es necesaria una gran divulgación y hacerla accesible a los lectores no especializados”, agrega la profesora Turfa.
Cabezas votivas del siglo IV antes de Cristo. / E. LESSING
La civilización etrusca dominó el norte de Italia durante casi siete siglos, aunque su época de mayor esplendor se sitúa entre el VII y el IV antes de nuestra era. Sus huellas son profundas: el nombre de la región más famosa de Italia es etrusco, porque se llamaban a sí mismos tuschi.Los griegos les conocían como tirrenos. Etruria no fue nunca un país, sino, como la Grecia clásica, un conjunto de ciudades que compartían una cultura. Muchas de aquellas urbes pueden visitarse todavía: Volterra, Cortona, Arezzo, Perugia, Viterbo, Orvietto, Tarquinia… “Siempre que les fue posible, los etruscos construyeron sus ciudades sobre amplias mesetas o colinas, por encima de las tierras que les rodeaban”, escribió D. H. Lawrence en Atardeceres etruscos. Viajes por la Italia olvidada. Este libro, hoy un clásico de la literatura de viajes, ofrece una reivindicación de las raíces etruscas de Italia, aunque está profundamente influido por el momento en que fue escrito: los años treinta, cuando el fascismo acaba de hacerse con el control del país en medio de una constante reivindicación del Imperio de los césares. “Pienso, de nuevo, hasta qué punto Italia es mucho más etrusca que romana: sensible, tímida, en busca constante de símbolos y misterios, capaz de deleitarse, violenta en sus espasmos, pero sin ansia natural de poder”, escribe el autor de Mujeres enamoradas. Con Lawrence nació la fascinación contemporánea por los etruscos, pero también la sombra de misterio que les ha rodeado desde entonces y que es rechazado por muchos especialistas, aunque también cultivado por otros. “No olvidemos que en Etruria surgió el Renacimiento. Es una tierra en la que, escondida, inescrutable, nació la fuerza para impulsar la mayor revolución cultural que ha vivido Occidente desde la Atenas del siglo V”, escribió el gran etruscólogo Alex Boethius en una pirueta imposible para enlazar la antigüedad con la Florencia de los Médici, aunque es cierto que el primer museo etrusco fue creado por Lorenzo el Magnífico.
Hay aspectos de la cultura, el lenguaje y la historia de los etruscos que no comprendemos, como sucede con la mayoría de civilizaciones antiguas.
El arqueólogo italiano Massimo Pallotino, primer profesor de estudios etruscos en la Universidad de la Sapienza de Roma y autor de alguno de los mayores descubrimientos relacionados con esta civilización, como las láminas de Pyrgi, lo más parecido a una piedra ­Rosseta que ha logrado la etruscología, siempre se irritaba cuando le hablaban del misterio de los tirrenos, cuando en realidad es algo que ocurre con la mayor parte de los pueblos de la antigüedad, cuyo origen se mueve entre el mito y el enigma. “No me gusta el término misterio aplicado a los etruscos”, explica el profesor Rex E. Wallace, vicedecano de la Facultad de Clásicas de la Universidad de Massachusetts, que cuenta con un Centro de Estudios Etruscos. “Es cierto que hay aspectos de la cultura, el lenguaje y la historia de los etruscos que no comprendemos, pero se puede decir lo mismo de la mayoría de las civilizaciones antiguas”, agrega el profesor Wallace, experto en lenguas muertas, concretamente en las de la península itálica. “Sabemos mucho más del idioma de los etruscos de lo que el público en general o incluso el mundo académico es consciente. Sabemos que no es indoeuropea, esto es, no relacionada con el latín. Sabemos que está relacionada con el rético, una lengua prerromana de la Italia subalpina, y con el lemnio, un idioma anterior al griego que se hablaba en la isla de Lemnos, en el Egeo oriental”.
Es cierto que, tras el paso devastador de Roma, gran parte de la cultura etrusca está encerrada en museos y en las pinturas de las tumbas. Sin embargo, las antiguas polis de las colinas etruscas conservan murallas y arcos impresionantes, ofrecen vistas inolvidables sobre paisajes que el viajero tiene la impresión de que han cambiado poco desde la antigüedad. Tal vez sea solo imaginación, pero conservan ese poso profundo de los lugares donde nació nuestra historia. Los frescos de las tumbas etruscas representan una infinita fuente de información sobre aquella civilización, sobre sus banquetes, pero también su obsesión por la muerte o el papel de la mujer. Pero son sobre todo sobrecogedores por su modernidad, por su relación profunda con la actualidad. El título de la exposición del Museo Maillol Himno a la vida, así como los carteles que en algunas vitrinas de alto contenido sexual advierten de que “los etruscos no tenían el mismo sentido del erotismo que nosotros”, resumen muy bien la explosión vital que ofrece el arte de los tirrenos.
Interior de una tumba en la necrópolis de Monterozzi. / SANDRO VANNINI (CORBIS)
“Vais a ver los pequeños caballos de las tumbas etruscas. Son tan bellos que son imposibles de describir”, explica un personaje de la novela de Marguerite Duras Los pequeños caballos de Tarquinia, que transcurre en un largo y sensual veraneo en una Italia todavía marcada por la guerra. La novela, como también ocurre con La sonrisa etrusca, de José Luis Sampedro, conecta la antigüedad con el presente a través de esa larga noche de verano eterna de Etruria. El economista y novelista basó su novela en la escultura tirrena más famosa, el Sarcófago de los esposos,conservado en el Museo Nacional Etrusco de Vila Giulia, en Roma. En realidad, hay dos, descubiertos en el mismo lugar y del mismo periodo, que guardan un parecido extraordinario. El otro se llama Sarcófago de Cerveteri, pertenece a la colección del Louvre y es una de las grandes piezas de la exposición del Louvre-Lens. Son increíbles por la sonrisa que ofrecen sus protagonistas y porque representan la muestra más antigua de amor en una pareja, retratados como iguales, que permanecen juntos en la eternidad. Los esposos, abrazados, reclinados sobre cojines en mitad de un banquete, ofrecen una imagen conmovedora, una de las piezas del arte clásico que conecta más profundamente con nuestra sensibilidad.
Un personaje del libro de cuentos Tierra desacostumbrada (Salamandra), de la escritora Jhumpa Lahiri, es una estudiosa de la relación entre los etruscos y los romanos atrapada en una historia de amor imposible. Durante una visita a Vila Giulia se topa con el Sarcófago de los esposos. “En el museo volvieron a conmoverla los antiquísimos cuencos y cucharas, todavía intactos, que antaño tocaron los labios de la gente; las fíbulas que sujetaron sus prendas, las finas varitas con las que se habían aplicado el perfume en su piel. Pero esta vez, mientras contemplaba el enorme sarcófago de la novia y el novio dentro de una urna de vidrio, se le llenaron los ojos de lágrimas”. El Museo Guarnacci, en Volterra, alberga una de las grandes colecciones etruscas. Su obra maestra es una escultura del siglo III, de 57 centímetros, que representa una figura humana rectilínea y alargada, con los brazos pegados al cuerpo, coronada con una cabeza de rasgos perfectamente trazados. Emergió en el siglo XVIII, y la leyenda dice que un campesino la utilizó durante años como atizador. Fue el poeta Gabriele D’Annunzio quien la bautizó L’ombra della sera (La sombra de la tarde). Fue una de las principales fuentes de inspiración del escultor suizo Alberto Giacometti, una relación que exploró recientemente la Pinacoteca de París. Otro puente directo entre los etruscos y nosotros.
Tumbas de piedra en la ciudad etrusca de Marzabotto (Emilia-romagna, Italia).
Pese a esa conexión contemporánea con su arte, no sabemos con certeza de dónde venían ni tampoco se ha conservado ningún texto literario, aunque por fuentes romanas y griegas sabemos que eran numerosos, una ausencia que impide comprender de verdad la lengua. Hay bastante información sobre la estructura de su sociedad, sobre su religión y sobre sus técnicas de adivinación, a través del estudio del hígado de animales muertos, que también los romanos se tomaron muy en serio. El gran debate sobre su origen comienza en el siglo V. ¿Es una civilización que nació en el norte de lo que ahora es Italia o vinieron desde Asia Menor, la actual Turquía, como sostiene Heródoto? Como ocurre con todas las polémicas arqueológicas, el trasfondo es político, detrás de la defensa del origen de los etruscos hay una reivindicación nacionalista: una cultura tan sofisticada y avanzada como la etrusca no puede venir de Asia, es un producto totalmente italiano (aunque en los siglos VII y VI a. de C., hablar de Italia es un anacronismo). La mayoría de los arqueólogos e historiadores sostienen que los etruscos son una evolución de la cultura de Villanova, una civilización local de la edad de hierro (en torno al 900 a. de C.), que floreció en el norte de Italia. Pero el juego ha cambiado con los avances que se han producido en los últimos años y que permiten, a través del estudio del ADN, trazar conexiones genéticas precisas con el pasado.
Heródoto, en el pasaje 94 del libro primero de su Historia, narra que los lidios (en Asia Menor, actual Turquía) sufrieron una enorme hambruna. Primero inventaron “la pelota y demás tipos de juegos (…); para no pensar en comida, de cada dos días se pasaban uno jugando”. Pero esto no fue suficiente. Entonces, el rey Atis decidió enviar a la mitad de su pueblo, al mando de su propio hijo, Tirreno, a buscar nuevas tierras y establecerse en otro lugar para huir del hambre. Navegaron y llegaron “al país de los umbros, en donde fundaron ciudades que siguen habitando hasta la fecha”. Y “por el hijo del rey que les había acaudillado”, cambiaron el nombre de lidios a tirrenos, que es como se conocía a los etruscos en la antigüedad.
Los etruscos no son una teoría ni una tesis. Si son algo, es una experiencia.
Estudios genéticos realizados por universidades italianas y estadounidenses en los últimos años han revelado varias curiosidades: que los habitantes de algunos lugares cercanos a importantes yacimientos etruscos en la actual Toscana tienen una afinidad genética con los restos descubiertos en tumbas: son los herederos de las personas que vivían allí hace 2.500 años. También que sus genes son diferentes a los de otros italianos y que proceden de Asia Menor. Y, por último, el estudio de 11 razas de ganado bovino únicas en esa región (ahí es donde entran en juego las vacas chianinas) ha revelado que también proceden de Oriente Próximo. Los arqueólogos responden que se trata de estudios fallidos, que el ADN antiguo estaba contaminado y que las pruebas de la conexión entre los tirrenos y la cultura de Villanova son abrumadoras. Sin embargo, también es cierto que su lenguaje está conectado con un idioma que se habló en la zona donde Heródoto dice que provienen. Un misterio dentro de un enigma. Pero ¿qué importancia tiene este debate frente a la indudable fascinación estética que despierta su arte? D. H. Lawrence encontró la única respuesta: “Los etruscos no son una teoría ni una tesis. Si son algo, es una experiencia”. "Ideas del hombre y más .......".