mercredi 4 juin 2014

PIO XII

F,P,D Univers.Apuntes para una biografía de Pio XII (21)

Por Jesús Martí Ballester

VICARIO DE CRISTO
Su Santidad empezó a orar. Luego el Papa brindó la sonrisa más espontánea y jubilosa que ella jamás viera. Para Pascualina, el Pontífice ofrecía ahora un aspecto regio y autoritario, como si poseyera el mundo. Eugenio Pacelli era Vicario de Cristo, obispo de Roma, sucesor del Príncipe de los Apóstoles, Pontífice Supremo de la Iglesia Universal, Patriarca de occidente, Primado de Italia, Arzobispo y Metropolitano de la provincia de Roma, Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano y Siervo de los Siervos de Dios.
Sin embargo, una hora después de abandonar el balcón de San Pedro, Pascualina encontró al Santo Padre en su alojamiento del Palacio Papal “sollozando como si se le partiera el corazón”.
Barret McGurn aludió a ese desfallecimiento del Papa en su libro A Reporter Looks at the Vatican: “Se ignora si la causa de esas lágrimas fue el temor, la sensación de incapacidad, el simple agotamiento o todo junto.”

LEALTAD A PIO XII

Aquella misma noche, el Sacro Colegio Cardenalicio se reunió una vez más en la Capilla Sextina. Bajo el famoso Crucifijo de Cristo cada prelado se arrodilló ante Pío XII -ya totalmente restablecido y sereno- para jurarle lealtad y obediencia.
Pascualina no pudo conciliar la humildad extrema de Pacelli durante el cónclave, con aquella media vuelta categórica en la coronación. En su opinión, la investidura de Pacelli fue “una exhibición pasmosa de pomposidad”; y cuando tuvieron la primera entrevista a solas, después de la ostentosa ceremonia, le expuso abiertamente no sólo una cuestión sino varias a la consideración del Santo Padre.
-Disculpe mi desconcierto, Santidad, pero no consigo comprender los cambios radicales de su corazón -empezó diciendo con tono quedo y cierto desenfado para no encresparle innecesariamente. A la sazón se hallaban en los aposentos privados del Papa. Ella le ayudó a quitarse la esclavina de armiño y la colgó cuidadosamente en un ropero.

UNA POSICIÓN EXTRAORDINARIA

Los penetrantes ojos negros del enjuto y sensitivo Pontífice siguieron cada uno de sus movimientos dejando entrever comprensión amigable.
-En el cónclave -le explicó con tono paciente-, me vi ante la cruda realidad de que yo, un hombre ordinario, pasaba a ocupar una posición extraordinaria como Vicario de Cristo en la Tierra. Este pensamiento me anonadó y me ofreció un buen motivo para escrutar mi mente y mi alma a fin de dilucidar si yo merecía ta1 honor. Pero la coronación fue un asunto muy distinto. Ni la pompa ni la adulación eran para mí sino para el honor y la gloria de Dios Todopoderoso. Yo soy un símbolo instituido para recordar a los fieles que le adoren a. El.
Aunque la elucidación de Pío XII aliviase un poco sus dudas sobre él, Pascualina sintió mucha más preocupación por su absoluta inercia ante el rápido deterioro de la situación mundial, cuando debiera haber adoptado ya un criterio firme cualquiera que fuese.
--¿Qué proyecta, Santidad, acerca de Hitler? -preguntó impulsivamente. Sus ojos evidenciaron gran inquietud. De repente sus temores y desvelos ensombrecieron la voz y el talante usualmente sosegados-.
Como Santo Padre, puede ejercer una influencia muy eficaz manifestándose contra él.

SOBRE HITLER

Pío XII no reaccionó con la vehemencia que ella esperaba; aparentemente las presunciones acerca de su pasividad no activaron ningún centro nervioso. Más bien se diría que pareció sereno, confiado, y,- haciendo caso omiso de sus intensas emociones la invitó a sentarse frente a él. Luego, cogiendo la mano de la monja y con una sonrisa entrañable, contestó en tono agradable, mesurado.
-Sor Pascualina, sé que usted habla con el corazón en la mano..., sobre todo con preocupación y amor por los pueblos del mundo entero -dijo.
A Pascualina le pareció tan amable y afectuoso como aquel tímido monaguillo a quien ella quería tanto, siendo niña, en la iglesia de San Sebastián de Ebersberg.
Su enorme decepción empezó a disiparse con el razonamiento preparatorio de Pacelli.
-El mundo, ajeno a los valores más profundos, suele buscar con excesiva frecuencia soluciones simplistas para muchos problemas complejos -prosiguió el Papa-. Cuando un hombre sencillo se transforma en Santo Padre no puede tolerar que las emociones o los impulsos alteren sus decisiones. El Santo Padre debe hacerse constantemente innumerables preguntas. Su Santidad no puede permitirse las actuaciones precipitadas; por el contrario, debe buscar una solución extraoficial de lo que sea preferible a largo plazo para el mayor bien de la Humanidad en su conjunto.
-Sin duda, Su Santidad no sugerirá que un déspota como Hitler puede redundar, a largo plazo, en un mayor bien de la Humanidad –le interrumpió Pascualina, intentando reprimir una vez más sus propias emociones.

ACCIONES ABIERTAS O EXTREMAS

-Ni por asomo, sor Pascualina -replicó muy tranquilo Pío XII-. En el caso de Hitler, sería muy fácil para el Santo Padre seguir la pauta de lo que pudiera parecer racional, u obvio o inevitable al mundo. Si el Santo Padre pensara en términos temporales, ésa sería una perfecta iniciativa, política y popular. Pero hay muchos millones de católicos piadosos cuyas mentes han sido captadas por Hitler..., y esas almas ciegas quedarían perdidas para la Iglesia si nuestras acciones fuesen abiertas o extremadas. Para salvar a esas almas el Santo Padre debe actuar con discreción. Desde luego, es preciso destruir al hitlerismo, pero nuestro método ha de ser sutil. Nosotros debemos proceder con premeditación aunque conservando al mismo tiempo la mesura. -E1 Papa miró implorante a la monja-. Ruegue por mí, hermana -añadió estrechándole la mano-. No es nada fácil ser Santo Padre.
Mientras él hablaba, Pascualina descubrió otra faceta del carácter tan poco explorado de Pío XII: una mente pragmática, escéptica, recién revisada. Al parecer, él adivinó sus pensamientos, pues prosiguió evaluando, incluido con más franqueza, la posición del Papado.
-Por todas las razones expuestas, es preciso que el Santo Padre evite, en todos los tiempos, un fuego cruzado incesante de censuras .y ataques, incluso odios. Ni la Iglesia ni el Papado pueden esperar jamás una escapatoria de esa triste e irremediable situación. Deberemos soportar por siempre el oneroso peso de la censura.

PREPARADO PARA LA MODERACIÓN

Su mensaje le llegó muy claro: el Santo Padre estaba preparado para la moderación y la mediación, mas no pensaba ni por un momento alzarse y luchar.
Un cambio repentino y dramático transformó el rostro del Papa. Pío XII se levantó con mirada fija, vacía; convirtióse al instante en una solitaria figura, adusta e inexpresiva que se replegó hacia una estancia contigua y cerró la puerta tras de sí.
Pascualina se preguntó dónde estaría aquel Pacelli valeroso, desafiante, quien muchos años atrás se encarara denodadamente con los desalmados rojos que habían asaltado a tiros su Nunciatura en la ciudad de Múnich.
A la monja le quedó tan sólo una opción: ser como una espina dorsal para el pensamiento y la fortaleza del Papa. No hubo ansia de poder o grandeza en sus motivaciones; más bien se diría que ella se vio entonces a sí misma como un contrafuerte -todavía protector- del Soberano Pontífice. Presintiendo los requerimientos perennes del Papado en el futuro, las horas interminables de deliberaciones, las responsabilidades decepcionantes, Pascualina se comprometió secretamente a darle su total apoyo. La tarea que se adjudicó tuvo por objeto nutrir la entereza del Papa, inspirarle y consolarle, apoyarle en cada una de sus tentativas plausibles…, y no obstante, ser por siempre su leal y solícita guardiana. Para hacer todo eso con éxito y tacto necesitaría sondear los pensamientos más profundos del Papa, sus diversos talantes, sentimientos y motivaciones.
-El mejor modo –se dijo resueltamente-, es ser siempre fiel a ti misma.
No obstante, Hitler había conseguido debilitar e insultar a la iglesia, y aun cuando Pío XI escribiera en su lecho de muerte una Encíclica pidiendo al mundo que se desembarazara del nazismo, Pío XII y su círculo de la jerarquía, mostraron un talante más conciliatorio respecto a la Alemania nazi. Adoptaron una actitud diametralmente opuesta a la posición inflexible del difunto Papa. De hecho, se doblegaron ante el jefe nazi, tal como hiciera ingenuamente Pacelli veinte años antes contribuyendo con fondos eclesiales al encumbramiento de Hitler. Como lo había hecho en Múnich.
El predecesor del nuevo Papa, tan militante en sus últimos días, había fomentado de tal modo las tensiones con la Alemania nazi, que Pacelli estimaba conveniente ofrecer una rama de olivo a Hitler. Cuando el Santo Padre anunció una nueva táctica de pacificación papal con Hitler, los prelados alemanes le animaron efusivos. Pío XII dijo a sus partidarios clericales:
-El mundo comprobará que nosotros lo hemos intentado todo para vivir en paz con la Alemania nazi.

MENSAJE DE PAZ

Aunque Pascualina no estuviera autorizada para expresar oficialmente su opinión, estuvo a punto de saltar encolerizada durante la sesión con los miembros alemanes del Sacro Colegio Cardenalicio a quienes Pacelli había convocado para hilvanar un compromiso con Hitler. Los extremos a que llegaron el Pontífice y sus adictos clericales para aplacar al Führer le parecieron absolutamente horrendos. Sus observaciones conciliatorias quedaron registradas en las minutas del primer acto oficial de Pío XII.
--Santo Padre: En 1878, León XIII envió un mensaje de paz a Alemania, hacia los comienzos de su Pontificado, en colaboración con todos los cardenales alemanes. Mi modesta persona quisiera hacer algo similar. (En este punto, Pío XII leyó el borrador de una misiva a Hitler en latín.) ¿Requiere alguna corrección o ampliación? Si sus Eminencias quieren aconsejarme les estaré muy agradecido.

LOS CARDENALES COLABORAN CON PIO XII

El Cardenal Bertram contestó que: No creo necesario añadir nada. El Cardenal Faulhaber, a su vez:
--No se puede expresar ningún deseo en una carta de este tipo. Tan sólo una bendición. Pero, ¿es preciso escribirla en latín? El Führer es muy susceptible acerca de las lenguas germánicas. Y no querrá llamar a los teólogos para que se la traduzcan. Excelente por lo que se refiere a su contenido.
--Santo Padre: La podemos enviar en alemán. Si se lo trata como un asunto meramente protocolario, tal vez pasen inadvertidas las implicaciones sobre el mal estado de cosas para la Iglesia. Y a mi juicio, ésa es la cuestión más importante. Quizá fuera mejor enviarla en latín y alemán.
El Cardenal Schulte, respondió: Por fin se decidió enviar la misiva en ambos idiomas. Luego surgió el siguiente problema:
(Continuará).
 "Ideas del hombre y más .......".

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