lundi 2 juin 2014

PIO XII

F,P,D Univers. Apuntes para una biografía de Pio XII (7)

Por Jesús Martí Ballester

EL VATICANO SE HA COLOCADO EN MANOS DE MUSSOLINI

De vuelta en Berlín, Pascualina se sintió demasiado inquieta emocionalmente para celebrar gozosa el desenlace. Después de haber escuchado durante tres años poco más que noticias sobre las negociaciones del Vaticano con Mussolini, después de haber asistido hasta el hastío a los cabildeos entre bastidores y las avenencias o componendas de jefes religiosos ypolíticos, no podía mostrarse tan jubilosa. Había tenido tiempo para escrutar la conciencia del Vaticano, el más secreto de los armarios, y ahora sentía ganas de llorar.
Habiendo sido educada para ser humilde y obediente, la monja titubeó durante varios días hasta encontrar el ánimo suficiente para encararse con Pacelli y exponerle sus pavorosos interrogantes. Por entonces tenía ya la certeza de que el Vaticano se había vendido a Mussolini y los fascistas. Considerándolo un asunto rutinario, la monja había leído notas y documentos altamente confidenciales que estaba archivando a petición del Prelado desde su regreso de Roma. Y lo que había visto allí, más que amargarla, la entristecía.
Un día, cuando ambos estaban sentados en su estudio, Pascualina dijo a Pacelli: “Siento ganas de llorar.”
El Prelado, sentado, ante la mesa, miró atónito y curioso a la encrespada monja, cuya sinceridad y cuya devoción eran inequívocas.
Pascualina esperó desesperadamente que el Prelado no se apercibiera de su desencanto cuando le entregó aquellos documentos acusatorios que tanto revelaban. El Vaticano había entregado su honor a Mussolini por la cantidad de 92,1 millones de dólares
En su desesperación por conjurar el fantasma de la bancarrota, el Vaticano había entregado su honor a Mussolini por la cantidad de 92,1 millones de dólares en moneda americana. La Iglesia había comunicado al mundo que ese dinero representaba el pago de las tierras confiscadas por el Estado mucho tiempo antes. Por un lado, la posición de la Iglesia era congruente, pero, aceptando ese dinero el Vaticano había concedido al Gobierno fascista de Mussolini una autoridad arrolladora sobre la Iglesia. Ahora la ley podría requerir del clero católico que prestara juramento de lealtad al Gobierno fascista de Italia. Cualquier sacerdote que negara obediencia a Mussolini sería multado y encarcelado.
Igualmente mortificante sería que el Vaticano no pudiese designar sacerdotes, obispos y cardenales para el servicio religioso en Italia sin la aprobación de Mussolini. Y lo antedicho representaba tan sólo las concesiones más benignas entre otras muchas que la Iglesia había hecho al Estado.
-¿Hay alguna explicación? -inquirió Pascualina aferrando el borde de la mesa para dominarse.
-Generalmente, los Concordatos entrañan la renuncia a ciertos privilegios de la Iglesia -respondió Pacelli-. A cambio, la Santa Madre Iglesia recibe autorización para desarrollar su misión evangélica y educar a la juventud en los principios cristianos. Nunca habrá sacrificios demasiado grandes si se persigue este fin. El propio Santo Padre ha dicho que negociaría con el Diablo si así lo requiriera el bien de las almas.
Más confusa que nunca, Pascualina se retiró, parapetándose tras una fría muralla que parecía levantarse dentro de su ser.

PASQUALINA Y LA CARRERA DE PACELLI

Era inevitable que Pascualina terminase representando con su mera presencia una amenaza para la carrera de Pacelli. En su rígido mundo católico el celibato era una bomba de relojería que podía explotar a la más leve señal de liviandad. Incluso en Berlín, una de las ciudades europeas más frívolas y cosmopolitas, se consideraba algo atrevido que una monja joven fuese la amante de un Nuncio. Pero otra cosa muy distinta era el desafiar las sensibilidades de un Vaticano intransigente con una religiosa tan bella como Pascualina.
Ellos no hablaban nunca de su futuro común, aunque ambos supieran sobradamente que un Prelado con la capacidad y talla de Pacelli, sería convocado algún día a Roma. Y ahora, considerando cuánto le enorgullecía al Vaticano el Tratado de Letrán, un convenio en donde desempeñaran tan importante papel los hermanos Pacelli, Pascualina esperaba que la noticia llegara el día menos pensado.

CONVOCADO A ROMA

Serían las diez de la noche -año 1929-, una hora bastante tardía para una llamada telefónica del Vaticano, cuando llegaron noticias del Papa que entusiasmarían a Pacelli. Pascualina cogió la llamada del Cardenal Gasparri, Secretario de Estado, y corrió desolada al estudio de Pacelli para comunicárselo.
Mientras hablaba Gasparri, el semblante de Pacelli adquirió una extraña expresión de pasmo gozoso que la monja no le había visto jamás. Fue como si se le dijera repentinamente a un santo que tenía un asiento reservado a la derecha de Dios.
-Se me traslada a Roma. ¡El Santo Padre me necesita! –exclamó Pacelli apenas hubo colgado el auricular.

PASCUALINA NO IRÁ A ROMA

Su nerviosismo transformó por completo al silencioso y apacible Prelado Pacelli, que Pascualina conocía durante los últimos doce años. En ese momento Pascualina no pudo detectar hasta qué punto le afectaba el abandonar su vida en Berlín, una vida que ambos amaran tanto. Naturalmente, Pascualina esperó ir también como su ama de llaves. Pero el Prelado la dejó estupefacta con un “¡no, de momento no!” Por lo pronto él residiría en el hogar familiar de Roma, dijo, donde no habría lugar para ella. Su hermana Elisabetta se ocuparía de atenderle.
Pascualina sintió cierta rabia al observar la indiferencia con que hablaba de dejarla atrás. Más tarde, al calmarse, comprendió que ése era su modo de ser. Durante la mayor parte de su vida se le había enseñado a obedecer cuando el Vaticano ordenaba algo, a cumplir cabalmente el protocolo, y por tanto no sabía reaccionar de otra forma.
-¿Cuándo se encontrará un lugar para mí? –imploró Pascualina-. ¡Usted necesitará las cosas que yo le hago!
-No lo sé -contestó taciturno Pacelli-. Ahora no podrá ser. El Vaticano no es Múnich ni Berlín. ¡Y no hablemos más! –Diciendo esto se levantó. La frialdad cubrió su rostro cual una máscara-. Todo el personal deberá permanecer aquí.
Sería inútil seguir arguyendo. Nadie, ni siquiera ella, con toda su influencia, podría hacerle hablar cuando se ponía hosco. Pero Pascualina estaba tan enfadada que hubo de decir la última palabra sin poder remediarlo.
-¡Usted me necesitará! ¡Ya lo verá! –dijo- mientras se retiraba aprisa visiblemente consternada.
Pascualina quiso continuar creyendo en Pacelli. Intentó convencerse a sí misma de que tan pronto como se instalase tranquilamente en el Vaticano, la haría llamar. Pues, a semejanza de muchos hombres geniales y con éxito, Pacelli era un niño en muchos aspectos, requería cuidados y pequeñas ayudas que sólo ella tenía la paciencia de darle. Además, por tratarse de una persona enfermiza, sus deseos y necesidades la preocupaban a ella más que los propios. Pascualina esperó que el Prelado se diese cuenta de eso.
Una vez desaparecido Pacelli, Berlín no tuvo ya el menor aliciente para Pascualina. La inmensa residencia quedó muerta, vacía de humanidad y espíritu. Para una persona tan activa como ella, sus motores parecían funcionar sin combustible. Creía volverse loca, y los servicios también, rezando un rosario tras otro, intentando inventar trabajo, lavando, limpiando y pulimentando la misma cosa tantas veces que todos empezaban a agotarse.

UN DESCANSO EN SUIZA

Pacelli escribía de vez en cuando, pero nunca lo que ella deseaba leer. Se le asignaría una residencia en el Palacio Papal, cercana a la del Papa, le contaba el Prelado. Magnifico para Pacelli, pero acerca de ella, ¿qué?. Ninguna mujer había compartido jamás el apartamento de un prelado en el Palacio Papal como regidora de su residencia. La desesperanza fue cada vez mayor.
Y entonces sobrevino lo inesperado. Cuando finalizaba el otoño de 1929, Pacelli telefoneó inopinadamente para decirle que estaba exhausto con sus nuevas responsabilidades y se proponía pasar algún tiempo en su viejo retiro de Suiza. Allí disfrutaría de soledad absoluta para la oración y la meditación, pero luego esperaba disponer de algunos días para practicar el esquí, Pascualina estaba tan entusiasmada que llegó al sanatorio antes que é1.
 "Ideas del hombre y más .......".

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