F,P,D Univers.Apuntes para una biografía de Pio XII (28)
(Continuará). "Ideas del hombre y más .......".
Por Jesús Martí Ballester
MUSSOLINI Y CLARA PETACCI SON EJECUTADOS EN MILAN
En cuestión de días, Eisenhower escribió una escueta respuesta al Papa rechazando de plano la oferta.
-El sentir de Su Santidad era que el general Eisenhower le estaba diciendo a la Santa Sede que se ocupara de sus propios asuntos -rememoró Pascua Lina.-En verdad, la misiva del general era cortés, pero fría. El general dejaba entender que los Aliados habían apresado a Hitler y Mussolini con su zarpa de hierro, y los tratarían sin misericordia.
Inmediatamente, Pascualina transmitió la negativa de los Aliados a Clara Petacci. Después de muchas pesquisas la monja consiguió localizar por teléfono a la mujer en el escondrijo milanés de Mussolini.
Aquél fue el penúltimo contacto de Pascualina con la Petacci, pues el 25 de abril de 1945, la mujer le envió todavía una carta al Vaticano.
“Ahora sigo mi destino -escribió la Petacci a Pascualina-. No sé qué será de mí ni puedo preguntárselo a mi sino.”
Cuando recibió esa carta, Pascualina sabía ya lo ocurrido con la Petacci. El mismo día que escribió a la monja, Mussolini le había pedido que junto con él abandonara Milán en una caravana de diez vehículos. El Duce pretendía ofrecer la resistencia final con los restos de su ejército neofascista en algún lugar al norte de Italia.
PERMANECER EN MILÁN
El dictador había dado también instrucciones a su esposa e hijos para que permanecieran en Milán. Le dejaba a su familia diversos documentos, incluyendo algunas cartas a Churchill, que según esperaba, les servirían como salvoconducto para entrar en un país neutral.
-Si intentan deteneros o haceros daño -recomendó el Duce a su esposa-, pide que os entreguen a los ingleses.
En la madrugada del 26 de abril, Mussolini y Clara Petacci ocupando un “Alfa Romeo” con matrícula española, emprendieron el ascenso de la serpenteante margen occidental del lago Como. Recorrieron bajo una llovizna persistente más de cincuenta kilómetros deteniéndose en un hotel para esperar la llegada de unos tres mil combatientes fascistas.
Después de pasear arriba y abajo durante veinticuatro horas sin la menor novedad, Mussolini ordenó a su caravana que reanudara la marcha hacia el Norte sin los efectivos adicionales. Fue su última orden. Cuando el Duce y sus compañeros se aproximaban a Dongo, unas bandas italianas les atacaron por sorpresa, rodearon la caravana y capturaron a todos. Numerosos extremistas, borrachos de júbilo al comprobar la importancia de su captura, exigieron la ejecución inmediata de Mussolini. Algunos reclamaron también, vociferantes, la vida de Clara Petacci. Otros, más calculadores, quisieron poner al Duce y su amante en manos de los Aliados.
LA EJECUCIÓN
El 28 de abril se decidió la suerte de Mussolini y Clara Petacci: un piquete de tres individuos se hizo cargo inesperadamente del asunto. Los despiadados terroristas empuñaron sus armas y abatieron a la pareja.
Los cuerpos de Mussolini y Clara Petacci fueron devueltos a Milán; allí, en la Piazza Loreto, se les colgó por los pies. Sus cabezas se balancearon sobre el suelo durante días
-Una lección para que vean y aprendan quienes persiguen a la raza humana -dijo el cardenal Tisserant a Pascualina, mientras señalaba gozoso las fotos de los cadáveres en un periódico romano.
Dos noches después, Hitler se suicidó. Y una semana más tarde, el 7 de mayo de 1945, concluyó la Segunda Guerra Mundial en Europa.
LAS CICATRICES DE LA GUERRA
Aunque el mundo libre se entregara a una alegría delirante, Pascualina meditó entristecida sobre las cicatrices que había dejado el conflicto bélico en la Santa Sede, y muy particularmente en el Papa. La salud física y mental de éste se había deteriorado. Aun cuando Pío XII hubiese mostrado siempre una faz esperanzada al mundo, la monja le había encontrado demasiadas veces cavilando solo en sus aposentos privados. El Santo Padre con su 1,80 m de estatura pesaba apenas sesenta y cinco kilos.
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