lundi 2 juin 2014

PIO XII

F,P,D Univers.1. Apuntes para una biografía de Pio XII (27)

Por Jesús Martí Ballester


LA GUERRA EN EL VATICANO: CLARA PETACCI INTERCEDE POR MUSSOLINI

Al siguiente día los Aliados rompieron de nuevo su promesa al Papado. Por tercera vez se violaron los santuarios sagrados del Vaticano. Incontables bombas llovieron sobre la Santa Sede desde los aviones americanos. Esta vez la aviación agresora atacó la residencia papal de verano en Castel Gandolfo, donde se daba cobijo a unos quince mil refugiados judíos. Tras el asalto aéreo estadounidense murieron más de quinientas personas, muchas de ellas judías. Castel Gandolfo, la residencia donde Pacelli invirtiera millones de dólares para modernizarla cuando era Secretario de Estado, a principios de los años treinta, quedó casi en ruinas.
Por si esto fuera poco, cinco días después -el 15 de febrero-, los Aliados reanudaron su insensata acción y saturaron de bombas los santuarios sagrados. Escuadrillas americanas bajo el mando del general Bernard Freyberg, descargaron 576 toneladas de explosivos sobre la abadía de Montecasino dejando reducido el histórico monumento a un montón de escombros y matando a un número indeterminado de campesinos que habían buscado allí refugio.

BOMBA EN EL APARTAMENTO PAPAL

El 1 de marzo, vísperas del quinto aniversario de la entronización papal de Pío XII, la aviación nazi golpeó al Vaticano. Cuando Pío XII se disponía a consumir una cena especial preparada por la propia Pascualina para conmemorar su aniversario, ambos oyeron el rugido de un avión volando a baja altura. Seis explosiones consecutivas resonaron en el palacio sacudiendo sus venerables paredes. Una de las bombas cayó tan cerca que Pascualina vio volar sus fragmentos por el Claustro de San Dámaso, pues el artefacto explotó a pocos metros del apartamento papal.
Once días después, el 12 de marzo, quinto aniversario de la coronación de Pío XII el Santo Padre hizo su primera aparición en público desde la ocupación de Roma por los nazis. Dirigiéndose a una multitud de trescientas mil almas que llenaban la plaza de San Pedro y la rebasaban hasta más allá del Tíber, el Pontífice fulminó a las potencias beligerantes de ambos campos por quebrantar su promesa de no lanzar ningún ataque contra la Santa Sede.
-¿Cómo podríamos suponer que alguien osara transformar Roma, esta noble ciudad perteneciente a todos los tiempos y todos los lugares, en campo de batalla, perpetrando así un acto tan ignominioso militarmente como abominable ante los ojos de Dios? -preguntó el Papa.
Entretanto, la marea de las batallas se había revuelto bruscamente contra Alemania e Italia. Al cabo de tres meses escasos, el 4 de junio, las fuerzas aliadas marcharon sobre Roma y los nazis se batieron en retirada.
Pascualina, cuyas oraciones fueran desde el principio por los Aliados (salvo en el ataque de Hitler contra los comunistas), “sintió enorme alivio”.
-Yo había simpatizado plenamente con Su Santidad respecto a la posición histórica de la Santa Sede en tiempo de guerra, es decir, neutralidad estricta -manifestó la monja-. Pero en mis oraciones diarias a Jesús solicitaba fervorosamente de Nuestro Señor que Hitler y Mussolini salieran derrotados. Hacia el principio de la guerra hablé a Su Santidad de mis plegarias y esperanzas. Desde aquel día, el Santo Padre oró conmigo guiado por las mismas intenciones.

CLARA PETACCI, EMISARIO SECRETO

A mediados de julio, unas seis semanas después de que las fuerzas aliadas liberaran Roma, Pascualina tuvo una extraña visita. Mussolini le envió a su amante, Clara Petacci, como emisario secreto. Esta mujer llegó disfrazada, durante la noche, esperando hacer un trato en nombre del tambaleante dictador.
La signora Petacci le pidió que intercediera cerca del Papa para ayudar al Duce, quien seguía mandando las tropas neofascistas que combatían junto con los nazis en el Norte de Italia. Pero, según la Petacci, Mussolini se prestaría a desentenderse del Führer si el Papa quisiera actuar como intermediario suyo con los Aliados. Pío XII se indignó con Pascualina cuando ésta le refirió más tarde su entrevista con Clara Petacci.
-¿Y ha hablado usted a solas con esa mujer sin mi conocimiento ni autorización? -gritó muy incomodado el Papa-.
--¡Esa Petacci es la amante de Mussolini! ¡Los dos han vivido juntos en pecado mortal durante años!
-Santidad -inquirió mansamente la monja-. ¿Cómo sabe usted que tal escándalo es verídico?
Con el tiempo, Pascualina había aprendido a mantener la paciencia cuando el Papa la perdía.
-Pregunte a cualquiera en el Vaticano. ¡Pregunte a los de la jerarquía! -replicó impaciente Pío XII.
-¿Y cuáles cree usted, Santidad, que son sus murmuraciones sobre nosotros? -preguntó Pascualina-. Yo he estado viviendo desde muy joven bajo su techo, Santidad. Nosotros dos sabemos que nuestras vidas son puras a los ojos de Dios. Sin embargo, ¿quién cree en nuestra verdad, incluso entre los miembros del Sacro Colegio Cardenalicio? Entonces, Santidad, ¿por qué es usted tan tajante para juzgar a otros?
El Papa no encontró palabras con qué responder. La monja le cogió la mano y se la llevó a los labios.
-Santidad -dijo con voz queda-, esperemos y roguemos para que nosotros no seamos las únicas personas decentes en este mundo. Aunque usted sea Papa y yo una monja no somos lo mejor de la Humanidad, y tampoco lo peor.
Pío XII pareció amansarse, pero evidentemente siguió confuso.

MUSSOLINI BUSCA UN ACUERDO

-¿Para qué acudió a usted esa mujer? -preguntó.-
La señora Petacci vino con un mensaje del propio Mussolini -contestó Pascualina-. El Duce espera la mediación de usted en la guerra. Busca una especie de solución política para Italia.
-¿Está enterado Hitler de eso? -inquirió Pio.
-No, no lo está. La señora Petacci me aseguró que últimamente Mussolini conversa muy poco con Hitler. Ahora el Duce está totalmente decepcionado con el Führer. Califica de “megalomaníaco” el ataque hitleriano contra Rusia. Según la Petacci, Mussolini se considera poco más que un prisionero de los alemanes. El Duce es ya un sexagenario y un hombre muy deprimido, al decir de ella.
--¡Yo no veré a Mussolini! -exclamó rotundamente Pío XII-. ¡Ni hablaré con él!
-Mussolini está arrepentido -recordó Pascualina al Santo Padre-. Se le bautizó como católico. Y aunque se hiciera ateo, usted como Santo Padre, no puede negarle la mano para ayudarle a reconciliarse con Dios Todopoderoso.
-¡Mussolini es un demonio artero! -replicó el Papa-. Siempre que se ve batido temporalmente, concibe alguna treta para recuperar el poder. ¡El Santo Padre no servirá de peón al Duce!
-Pero, ¿le ayudará usted de algún modo? -murmuró Pascualina, implorando casi la ayuda del Papa.
Pío XII se sumió en honda cavilación durante largo rato. Por fin habló.

EL ARZOBISPO DE MILÁN, INTERMEDIARIO

-Comuníquele lo siguiente a esa mujer, Clara Petacci: Mussolini deberá exponer su plan de paz al arzobispo de Milán. Si esa propuesta de paz es meritoria, intervendré yo. Esto es, querida sor Pascualina, cuanto puedo hacer por Mussolini o por cualquier otro arquitecto de la guerra, sea Hitler o Stalin, Roosevelt o Churchill.
Siguiendo la sugerencia de Pascualina, Clara Petacci aconsejó a Mussolini que presentara su propuesta de paz al arzobispo de Milán. El Duce despachó a su hijo Vittorio, quien propondría un proyecto para abrir negociaciones con los Aliados.
El arzobispo quedó lo bastante impresionado como para enviar la propuesta al Vaticano. Puesto que la monja conocía aquel asunto desde el principio, Pío XII le sugirió que estudiara concienzudamente el plan para no hacerle perder ni un segundo de su tiempo.
Lo que buscaba fundamentalmente Mussolini era un refugio en algún lugar del mundo occidental, para sí, junto con su mujer e hijos, y su amante Clara. Si se le concediera esa opción, el Dictador, desprestigiado y harto de guerra, negociaría lo que equivaldría a una rendición incondicional.
-Mussolini está dispuesto a entregarse -advirtió Pascualina a Pío XII-. Santidad, le sugiero que transmita esta propuesta al Cuartel General aliado. Esto será una gran ayuda para abreviar la guerra y salvar muchas vidas.
Una vez hubo estudiado la propuesta de Mussolini, el Papa aceptó sin entusiasmo la idea de la monja. Pío XII envió aquellos documentos al general Dwight D. Eisenhower, Comandante supremo de las fuerzas aliadas. Adjuntó una carta, escrita de su puño y letra, recomendando encarecidamente a los Aliados que aceptaran la oferta del Duce.

(Continuará). "Ideas del hombre y más .......".

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