lundi 2 juin 2014

PIO XII

F,P,D Univers. Apuntes para una biografía de Pio XII (20)

Por Jesús Martí Ballester


EL CÓNCLAVE ANGUSTIOSO

-¡Miserere mei! -gritó Pacelli. Otra vez ese lamento, “¡ten piedad de mí!”, que ella oyera tan a menudo en sus labios desde la muerte de Pío XI. Su rostro reflejó gran angustia, y también la hubo en su voz cuando prosiguió hablando con tono quedo, angustiado-: ¡No lo merezco! Algo dentro de mí grita con desesperación. No oigo la voz de Nuestro Amado Señor, como yo esperaba en este momento trascendental, diciéndome: "Eugenio, tienes la fuerza moral, la energía física necesaria para ser el Vicario de Cristo en la Tierra.”
Pacelli,- profundamente conturbado, empezó a cojear, y la monja le puso el brazo sobre su hombro esperando poder servirle de muleta.
-No es usted quien debe decidir, Eminencia -le susurró al oído-. Jesús ha hablado y escogido a Eugenio Pacelli como Santo Padre.

EN LA CAPILLA PAPAL

Luego Pascualina le sugirió que fueran juntos a la Capilla Papal para decir una oración pidiendo fortaleza y guía. Él asintió, y mostró evidente alivio al pensar que ello le alejaría otro rato de la alborotada jerarquía. Sin embargo, no contestó nada, ni siquiera cuando entraron parsimoniosos en el Palacio Papal.
Llegados al altar, ambos se arrodillaron ante la imagen de Cristo y murmuraron juntos el Padrenuestro. Cuando llegaron a las palabras “hágase Tu voluntad…”, Pacelli hizo una pausa para sopesar profundamente su pleno significado. Transcurrido un largo momento Pascualina observó que el prelado se animaba un poco, y ello le dio nuevo aliento, máxime cuando é1 le apretó el brazo para tranquilizarla. Pero no hubo más indicios que denotaran un cambio de intenciones. Ambos se santiguaron y regresaron en silencio a la Capilla Sixtina.
Con Pascualina a su lado Pacelli desfiló ante los prelados, todavía sin decir palabra ni exteriorizar su propósito con algún gesto expresivo. Los cardenales, aún más extrañados, interrumpieron sus conversaciones y mantuvieron un silencio expectante mientras Pacelli ocupaba nuevamente su sitial.

UNANIMIDAD Y PROFECÍA

Entretanto, los miembros de la jerarquía habían acordado acceder a los deseos de Pacelli y celebrar otra votación. Pascualina temía que quizás eligieran a otro candidato después de haberle visto reaccionar de forma tan poco ortodoxa.
Pero se equivocó de plano. Esta vez se le eligió por unanimidad. En ese momento alborozador -el más emocionante de su vida-, la monja rememoró rápidamente todo cuanto sabía sobre el nacimiento de Pacelli, sesenta y tres años antes exactamente, el 2 de marzo de 1876: su hermana Elisabetta, que le adoraba, había contado una historia hacía varios años, una anécdota increíble sobre su bautismo celebrado tres días después del nacimiento. Según contaba Elisabetta, todo el mundo se horrorizó, especialmente los clérigos, "al oírle aullar con gran vigor cuando su tío abuelo, monseñor Giuseppe Pacelli, le bautizó con el nombre de Eugenio Maria Giuseppe Giovanni". Pero otro sacerdote, monseñor Jacobacci, interpretó la voluntariedad del niño cual un buen presagio, y cogiendo en brazos al infante de etéreo cabello negro lo alzó para que lo vieran bien todos los invitados. Y entonces el anciano monseñor dijo proféticamente:
-Dentro de sesenta y tres años, las gentes de San Pedro y de toda Roma aclamarán jubilosas a este niño.
Ahora, tras su elección como Santo Padre, Pacelli se mostró otra vez tan dificultoso y causó tanta desazón a quienes le rodeaban como aquel día en que monseñor Jacobacci hiciera su asombrosa predicción.

¿ACEPTAS?: ACEPTO

Siguió sin dar señales perceptibles de que aceptaría. El tenso silencio reinante evidenció que la propia jerarquía se temía también lo peor. El cardenal Caccia-Dominioni, decano del cónclave, se acercó a Pacelli y le preguntó con tono firme:
-¿Accepisne electionem?
Durante un buen rato Pacelli permaneció mudo. La monja adivinó que su mente seguía atareada con las múltiples preocupaciones sobre su propia valía y los graves dilemas que afrontaba la Iglesia. Pascualina tembló, sobrecogida por un temor avasallador que jamás había sentido. Los cardenales se impacientaron cada vez más, muchos parecieron a punto de incomodarse o encolerizarse.
Por fin Pacelli habló:
-Accepio -dijo con voz rota,
Y esta palabra, apenas un susurro, fue casi inaudible. Entonces estalló una gran ovación. Los cardenales se atropellaron unos a otros en su deseo de besarle los pies al nuevo Papa. Desde ese instante, Pacelli fue el ducentésimo sexagésimo noveno Papa, el primero en muchos siglos de origen romano.
Pese a la actitud retardatoria de Pacelli, aquélla fue la elección papal más breve que se recordaba.
-¿Qué nombre llevaréis? -preguntó el decano de los cardenales.
Desde que al primer Papa le cambiara Jesús su nombre de Simón por el de Pedro era tradicional que los nuevos pontífices siguieran su ejemplo.
-Me llamaré Pío, en recuerdo agradecido de Pío XI –respondió Pacelli.
Acto seguido hubo una desbandada general de los cardenales hacia el fondo de la capilla para comunicar al mundo con una humareda blanca la elección de Pacelli.
Un prelado estaba tan jubiloso que, cogiendo de la mano a Pascualina, gritó:
-¡Vamos, hermana, éste es un momento demasiado grandioso para perdérselo!
EL HUMO BLANCO
Y arrastró a la monja entre los alborozados ancianos vestidos de púrpura.
En pocos minutos la primera ola de humo blanco se elevó sobrevolando airosa sobre la Capilla Sixtina, y las sesenta mil personas que abarrotaban la plaza de San Pedro rompieron en un clamor delirante. Los atronadores aplausos y los rugidos de la multitud continuaron sin interrupción, incluso cuando Pascualina se dirigió hacia la sacristía para preparar la nueva indumentaria del Papa para su grandiosa aparición en el balcón papal.
Cuando el propio Pacelli llegó a la sacristía, Pascualina descubrió una expresión totalmente distinta en sus ojos. Allí se manifestaba una energía interna jamás vista, la fortaleza por la que ella rogara fervorosamente.
Él le estrechó las manos entre las suyas.
-Gracias, hermana, por su valentía, su fortaleza y su devoción -dijo enternecido.
Pascualina quedó inmóvil, con lágrimas copiosas rodándole por las mejillas, mientras él se retiraba para ponerse las de Papa.
Cuando reapareció, Pacelli vestía sotana y roquete blancos y estola y capa rojas; a los ojos de. Pascualina, era la imagen perfecta de lo que debiera ser un Santo Padre.
A las 18.00 horas en punto el cardenal Dominioni apareció en el balcón papal bajo los reflectores iluminando la fachada de la Basílica. Abajo, aguardaba una multitud de ansiosos creyentes.
Súbitamente se hizo el silencio en aquella multitud, y las sesenta mil personas o poco menos cayeron de hinojos. 

PIO XII

-¡NUNTIO VOBIS GAUDIUM MAGNUM! ¡HABEMUS PAPAM! ¡Os traigo una buena nueva! -anunció en latín el cardenal-. ¡Tenemos Papa! ¡Es Eugenio Pacelli y se le conocerá con el nombre de Pío XII!
Pascualina cayó también de rodillas. Atisbando por una ventana del Palacio vio que el Santo Padre, vistiendo ropas regias aparecía en el balcón.
-¡Pacelli! ¡Pacelli! ¡Pacelli! ¡Pacelli! -Las gentes corearon su nombre una y otra vez en plena euforia.
Lágrimas de felicidad suprema inundaron el rostro de Pascualina cuando Pío XII recibió su legítima autoridad de Dios. Alzando el brazo, el Papa impartió la bendición de Cristo a la multitud.
-¡Urbi et Orbi! "Ideas del hombre y más .......".

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