F,P,D Univers. Apuntes para una biografía de Pio XII (9)
Por Jesús Martí Ballester
PACELLI NOMBRADO CARDENAL
Finalizaba diciembre, y los Alpes, cubiertos de una nieve densa, estaban perfectos para esquiar. Y entonces, ¡la gota que colma el vaso! Cuando se aproximaba a las pistas con el entusiasmo de siempre, alguien se le acercó raudo para entregarle un mensaje del Papa. Pacelli debía volver sin demora a Roma.
Pascualina deseó gritar: “¡No, no quiero que se marche! Después de tanto tiempo, se encuentra usted aquí al fin, y no le dejaré marchar” Pero era una monja y había hecho voto de obediencia. Y como la orden proviniera del mismo Papa, sólo pudo formular sumisamente una pregunta:
-¿Cree que el Santo Padre le dejaría quedarse unos pocos días, si le dijese que esto es muy bueno para su salud?
Pero Pacelli no la escuchó siquiera porque aquel mensaje decía, además, que se le iba a nombrar cardenal, la mayor de todas las recompensas otorgadas por un Papa (los cardenales son nombrados únicamente por el Papa, y están llamados a constituir consistorios secretos con otros cardenales para actuar como miembros del Senado papal. Su función es la de elegir a los Papas y servir como consejeros papales en las acciones universales de la Iglesia Católica Romana. Su símbolo, el capelo rojo, data de 1244 o 1245, cuando el papa Inocencio IV concedió autorización eclesial para llevar oficialmente el capelo cardenalicio. En 1630 Urbano VIII dio carácter oficial a su título de "Eminencia”).
Habiendo recobrado el equilibrio las arcas vaticanas con los 92,1 millones de dólares de Mussolini, el agradecido Pontífice quiso corresponder a su genial y provechoso discípulo con un título y una posición de gran honor. Pascualina no pudo haberse sentido más complacida y agradecida a Dios por la buena fortuna de Pacelli. Respecto a su propio futuro, vio claramente, sin necesidad de oírselo decir a Pacelli, que el prelado se había remontado a unas esferas inaccesibles para ella. Muy pronto Pacelli estaría tan cerca del Papa que no tendría tiempo ni para recordarla.
TRISTEZA EN ALEMANIA POR LA MARCHA DE PACELLI
Alemania se mostró tan entristecida como Pascualina por la pérdida de Pacelli. Durante su viaje postrero de Berlín antes de convertirse en Príncipe de la Iglesia, los alemanes, protestantes y católicos indistintamente, se agolparon por decenas de millares para dedicarle una tremenda ovación y verle partir. Fue una explosión emocional de amor a Pacelli por sus muchos desvelos desde la guerra.
Los años de Pacelli bullendo y negociando en Berlín, sus cientos de fiestas populares en la gran Nunciatura, su constante peregrinar por toda la nación mostrándose al público y pronunciando discursos, pagaron fuertes dividendos para la Iglesia y él mismo. En la nación prusiana de predominio luterano, donde el anticatolicismo y el ateísmo experimentaban un notable auge, se requirió la admirable habilidad diplomática de Pacelli para gestionar con éxito el “Convenio Solemne", un tratado entre el Vaticano y el Gobierno alemán que contentó a ambas partes. Aquel convenio no significó una renuncia del Vaticano como fuera el caso con Mussolini y el Gobierno italiano fascista. En el acuerdo vaticano con Alemania la Iglesia tuvo absoluta libertad para establecer nuevas diócesis y designar sin el menor impedimento a los obispos. Aunque se excluyera del tratado el delicado tema de la enseñanza por razones políticas, hubo avenencia entre Pacelli y sus amigos del Gobierno alemán, quienes aseguraron al Vaticano que sus escuelas parroquiales podrían funcionar sin intromisiones.
ALEMANIA OFRECE A PACELLI UNA CENA OFICIAL DE DESPEDIDA
Durante la última noche de Pacelli en Berlín, antes de partir hacia Roma para recibir el capelo rojo y pasar a ser miembro del Sacro Colegio Cardenalicio, el general Paul Von Hindenburg, presidente de Alemania, brindó por el prelado en una cena oficial y proclamó ante el mundo la devoción que Pacelli inspiraba a Alemania.
-Puedo asegurarle que jamás nos olvidaremos de usted ni de su labor aquí, manifestó el anciano estadista.
Así profetizó los efectos propicios y adversos que las conexiones alemanas de Pacelli tendrían sobre su nombre en los años por venir. Aquella noche, Pascualina se asomó a un ventanal de la Nunciatura e intentó contener el llanto mientras agitaba la mano dando su último adiós a Pacelli. El prelado se erguía, alto y solemne, en una limusina abierta, las calles berlinesas estaban abarrotadas, hasta donde alcanzaba la vista, por millares y millares de personas clamorosas, muchas de ellas enarbolando llameantes antorchas.
Pascualina le vio volverse a derecha e izquierda impartiendo su bendición a la gran masa humana cuya mayor parte se arrodillaba en el fango invernal, y siguió contemplándole hasta perderlo de vista. “Cuánto se diferencia este espectáculo -pensó- de aquel otro en Múnich, hace muchos años, cuando los comunistas se echaban a la calle para matarnos.”
LA FOTO DE CARDENAL
En Navidad, Pacelli le envió una fotografía suya vistiendo sus nuevos ropajes como príncipe de la Santa Iglesia Católica Romana. Fue todo cuanto ella pudo ver del grandioso y pintoresco consistorio vaticano que concentró a cardenales de todo el mundo católico en la histórica Capilla Sixtina para presenciar, el l9 de diciembre de 1929, la entrega solemne de un capelo cardenalicio a Eugenio Pacelli. Resultó evidente, por la faz radiante del Papa mirando a Pacelli y los elogios de la Prensa, que se estaba preparando al nuncio de Berlín para recibir bendiciones todavía más trascendentales de Roma.
Apenas dos meses después, el 10 de febrero de 1930, el cardenal Eugenio Pacelli fue nombrado Secretario de Estado del Vaticano, un cargo inferior solamente al del propio Papa (el cardenal secretario de Estado es el primer ministro del Papa. Como cabeza del Secretariado es el jefe de la Curia Romana, o “Curia”, como se conoce popularmente a la burocracia vaticana. El secretariado con sus diversos diplomáticos itinerantes (todos ellos sacerdotes de la Iglesia) se asemeja por su reglamento y estructura a los Ministerios de otros Gobiernos. Proyecta la diplomacia eclesial por el mundo entero. Lo constituyen principalmente italianos de excelente educación e instrucción, la burocracia elige a todos los prelados (cardenales, arzobispos y obispos) para encargarles la representación de la Santa Sede como delegados apostólicos. Cada día, antes de diligenciar otros asuntos eclesiales, el Papa se reúne con el Cardenal Secretario de Estado, o su sustituto cuando el cardenal se ausenta).
De vuelta en Berlín, sola y aparentemente abandonada a su suerte, Pascualina recordó cuánto se había opuesto Pacelli a la idea de ocupar un alto cargo eclesial cuando ella se lo sugiriera por vez primera..., en una época que parecía ya muy lejana.
A principios de la década 1930-40, las convulsiones económicas y sociales sacudían a cada Continente, trastornando Gobiernos y pueblos. La Depresión universal paralizaba Estados Unidos y Gran Bretaña, Alemania e Italia. En lo alto de la crisis había trece millones de parados en Estados Unidos, la cuarta parte o más de su fuerza laboral, y en Gran Bretaña unos dos millones de personas vagaban desesperadas por las calles, incapaces de encontrar trabajo. La suerte de Italia era todavía peor.
LA CRISIS ECONÓMICA
En Alemania -una nación vencida, rebosante de resentimientos y hostilidad contra el Tratado de Versalles con su onerosa carga de reparaciones impuestas por los victoriosos Aliados tras la Primera Guerra Mundial-, la crisis era mucho más aguda. Con una tercera parte de trabajadores sin empleo, la industria alemana trabajaba con creciente lentitud. El Erario federal tocaba fondo, y el Gobierno renegaba de sus pagos de guerra a los Aliados. Mientras tanto Francia e Inglaterra, agobiadas por sus propios desastres económicos, descuidaban también sus deudas de guerra a Estados Unidos.
La sacudida no podía haber sorprendido en peor momento a los Estados Unidos, una nación con 122 millones de habitantes que se replegaba ante la temeridad e intemperancia de los años veinte. La catástrofe bursátil del mes de octubre de 1929 había levantado olas destructivas en los medios financieros del país y en el mundo entero. La Prensa informaba de una cadena interminable de suicidios en Estados Unidos, aunque el U.S. Bureau of Census no daba cifras oficiales. Los periódicos de Nueva York y otros lugares exponían listas casi diarias de personas que, habiendo perdido todo en la quiebra comercial, se suicidaban saltando por las ventanas o recurriendo a cualquier otro medio no menos espectacular. Se instalaban por millares cocinas de campaña, y los Bancos cerraban sus puertas por centenares. En Washington y otras ciudades las marchas del hambre eran testigos implacables de una Humanidad rota.
ZOZOBRA UNIVERSAL
Cuando esas condiciones empeoraron hasta alcanzar límites indecibles, Agnes Meyer, esposa de Eugene Meyer, director del U.S. Federal Reserve Board, describió con una frase sencilla la zozobra universal del hombre a principios de los años treinta.
--El mundo tiembla, literalmente, bajo nuestros pies”- manifestó.
Eleanor Roosevelt vio la crisis mundial cual una depresión de la mente más que un desastre económico. El mundo, según la futura primera dama, “era lo peor que estaba sucediendo”. Interpretó así el talante del mundo...
-...miedo ante un futuro incierto, miedo de verse incapacitado para afrontar nuestros problemas..., miedo de verse incapacitado para arrostrar la vida tal como se nos presenta hoy día”.
Por su parte, la Santa Sede clamó que el “triste estado de cosas” universal era sin duda más siniestro de lo que quería ver o reconocer un mundo temporal y ciego.
-“El espíritu humano está encadenado en el mundo entero” –dijo Pacelli ante un auditorio de peregrinos que visitaban el Vaticano. Y añadió-: “El mundo está aprisionado financiera, política y espiritualmente”.
La hecatombe social y económica de Europa había nutrido los totalitarismos crecientes de Hitler y Mussolini. El nacionalismo florecía, el antisemitismo se extendía, mientras Alemania e Italia languidecían en los años divisorios entre la miseria y las humillaciones resultantes de la Primera Guerra Mundial. Hitler atizaba hábilmente los fuegos latentes de una segunda conflagración todavía más destructiva.
LAS CAVILACIONES DE PASCUALINA
Encontrándose en una nación taciturna y grisácea, llena de odio y conmiseración por sí misma, Pascualina se entregó a sus propias cavilaciones. Su ensimismamiento -mientras paseaba por la Nunciatura berlinesa rezando el rosario-, era de otra especie, una melancolía ocasionada por la ausencia de Pacelli, aunque el factor causante no fuera exactamente la persona, sino más bien los imponderables que afrontaba, actitudes y comportamientos sociales que aprisionaban el espíritu humano.
Veía al cardenal Eugenio Pacelli, Secretario de Estado del Vaticano cual un instrumento colosal para enderezar y resolver las dolencias del mundo.
Con frecuencia Pacelli le había recordado a ella y a otros:
-La Religión, y la fe y la confianza en Jesús son los únicos medios para sacar a la humanidad del abismo de desespero donde muchos han caído.
"El amor a Dios es humanamente bueno y necesario” -añadía. Acto seguido subrayaba los rudimentos de la fe que ambos compartían, si bien Pascualina la había tenido mucho antes de conocer a Pacelli. Ahora seguía adorando a Jesús tal como en su niñez; eso era incuestionable. Sólo le faltaba saber hasta dónde llegaba su adoración por Pacelli, el sacerdote a quien había comparado mentalmente con Jesús. Por añadidura, había descubierto en Pacelli unas cualidades que jamás se le hubiera ocurrido atribuir a un ser humano, lo cual le estimulaba el pensamiento y la imaginación. Pascualina ensalzaba enorgullecida la inteligencia del prelado a la menor oportunidad. Le veía como un eclesiástico de gran talla y entidad aunque algunos de sus rasgos fueran exasperantes- defectos humanos de poca monta tales como su abrupto temperamento-, poseía decoro, serenidad y sobre todo una confianza tan inmensa en Dios que la daba un coraje indomable. Suyo era ese don que parecía ahuyentar todos los temores, tanto los propios como los de las personas a su alrededor.
"Ideas del hombre y más .......".
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire
Bienvenido, espacio de ideas.