mercredi 4 juin 2014

PIO XII

F,P,D Univers.Apuntes para una biografía de Pio XII (6)

Por Jesús Martí Ballester

EL FUEGO SE COMBATE CON EL FUEGO

CONCORDATO ENTRE LA IGLESIA CATOLICA Y MUSSOLINI.- Pacelli no buscaba la gloria personal pues ésta no le decía nada. Y se tomaba la molestia de explicárselo con prolijidad a Pascualina. Si él ocupara algún día ese alto puesto, inferior sólo al del Papa, sería para hacer algo más que proteger las arcas del Vaticano. Su objetivo supremo seguía siendo el mismo: parar los pies al ateísmo comunista aunque ello implicara la necesidad de negociar con otro enemigo pagado, Mussolini. Como diplomático experimentado, intuía que la Santa Sede podría contener hasta cierto punto a los fascistas, pero los rojos, con su propósito declarado de aniquilar al Catolicismo no ofrecían ninguna esperanza de compromiso. Pacelli hacía resaltar la rígida postura anticomunista de Mussolini, y recordaba a Pascualina que entre los primeros actos del Dictador, al asumir el poder, había figurado la supresión del comunismo en toda Italia.
-¡El fuego se combate con fuego! -decía el Prelado a la monja,
Por aquellos días el Secretario de Estado, Cardenal Pietro Gasparri, de setenta y cinco años y rogando encarecidamente por el retiro, pensó en Pacelli como su brazo derecho y heredero predilecto. El Papa Pío XI calificó de indispensable a Eugenio Pacelli. Pero siendo los caminos vaticanos lo que eran, allí no hubo nada seguro salvo la Voluntad Divina. Así, pues, las ambiciones de Pacelli distaron mucho de su culminación.
A la luz de tal incertidumbre, era comprensible que Pacelli buscara el apoyo de los nuevos gobernantes alemanes, cuyo criterio tenía gran peso en el Vaticano. Alemania adoraba a Pacelli por todo cuanto había hecho por sus famélicos ciudadanos después de la guerra… Ese sentimiento era recíproco, ya que Pacelli veía en los alemanes lo mejor de la inventiva y la iniciativa humanas. El amor de Pacelli por las capacidades temporales de Alemania le hacía parecer,

PASCUALINA ESTA BIEN FORMADA

Hacia la primavera de 1926, Pascualina estaba ya bien situada, como un "minicerebro” fiable, al costado de Pacelli, en el nuevo y sugestivo papel que representaba éste como árbitro entre el Vaticano y su “archienemigo”, el Dictador Mussolini. Aunque su participación fuera extraoficial, significaba una promoción desusada y emocionante para Pascualina puesto que ni la iglesia ni el clero eran propensos –y jamás lo habían sido- a reconocer la necesidad de la mente y la autoridad femeninas. El hecho de que a ella, una modesta monja, se le atribuyera, suficiente capacitación para consultarla sobre un asunto eclesial tan importante, era sobradamente satisfactorio.
-Me emocioné, y me sentí muy honrada, rememoró Pascualina muchos años después.
Por aquel entonces el papado y el Gobierno italiano fascista habían acordado que, en beneficio de sus respectivos y supremos intereses, les convenía atajar el creciente antagonismo entre ambos e iniciar conversaciones de paz. Mussolini había desatado contra la Iglesia una propaganda tan feroz -en gran parte verídica-, que el Papa y la jerarquía vaticana vivían con el temor de su posible sedimentación en los espíritus. Sin embargo, el jefe fascista era tan realista como Pío XI, y ahora, habiendo alcanzado ya el poder como primer Dictador de Italia, veía más ganancias para sí y su Régimen si contaba con el apoyo de la Iglesia.

MANIOBRAS PARA UN TRATADO DE PAZ: PACTO DE LETRÁN

Hacia mediados de enero ambos campos habían empezado a maniobrar sutilmente para un tratado de paz, con Mussolini haciendo sondeos y el Papa tanteando el cebo. Acto seguido el Pontífice elegía al hermano de Pacelli, Francesco --un abogado tan inteligente y devoto como Eugenio Pacelli, según opinaba el Vaticano--, para explorar las responsabilidades. Primero, Francesco debería entrevistarse con Mussolini, y después constituir un equipo para jugar la mejor carta de la Iglesia. Cuando Francesco seleccionó a sus compañeros de juego, pensó ante todo en el extraordinario talento de su hermano Eugenio, quien aceptó encantado. Eugenio, sabiendo desde hacía mucho que Pascualina era su auxiliar más capaz y fiable, consideró lógicamente a la leal monja como su brazo derecho en aquella gestión, justamente el tipo de misión que podría llevarle algún día a la Secretaría de Estado.
Manteniéndose siempre alejada de las candilejas, Pascualina pasó largas horas con Pacelli, día tras día, escuchando las ideas que él quisiera exponerle, contribuyendo con sus propios pensamientos, transmitiendo mucha información en conferencias telefónicas internacionales a su hermano Francesco Pacelli, cuando Pacelli se ausentaba para solventar otros asuntos de la Iglesia.
-Fue una de las temporadas más emocionantes de mi vida -confesaría Pascualina medio siglo después, con ojos relucientes como si todo eso hubiese ocurrido el día anterior.
Las demandas de la Iglesia a Mussolini fueron considerables: el Vaticano no quería recibir más ataques por parte de Mussolini o cualquier otro miembro de su Gobierno; quería que el Catolicismo fuese reconocido como la religión oficial de Italia; quería que todos los matrimonios quedasen bajo la competencia exclusiva de la Iglesia y que se declarase ilegal el divorcio; quería exención tributaria para todas las propiedades de la Iglesia, y ciertos privilegios adicionales para sus palacios, basílicas e instituciones apostólicas; quería enseñanza religiosa obligatoria, a cargo de maestros designados por la Iglesia en todas las escuelas públicas de Italia; y sobre todo quería que se reconociera el Vaticano como Estado soberano, y al Papa como su conductor soberano. Además el Vaticano necesitaba dinero, una cantidad equivalente a 100 millones de dólares en moneda americana, como compensación por las propiedades eclesiales que el Estado italiano había requisado en 1870. La Iglesia se había guardado mucho de hacer saber a Mussolini o cualquier otro intruso, que su supervivencia dependía ahora de los fondos fascistas.
Todo cuanto pareció requerir Mussolini a cambio para estampar su firma, fue la buena voluntad del Papa y la paz con el Vaticano. Pues el Dictador asoció su repentina condescendencia a un sueño filantrópico, un plan que, según calculaba él, atraería cada año millones de viajeros a Roma y promovería la Ciudad Eterna como centro del mundo católico, una meca de paz, amor y santidad. A juicio de Mussolini, el Vaticano y Roma florecerían con esa cooperación y acumularían riquezas sin cuento.

INDIGACIONES

Ni Pacelli ni otros de la jerarquía vaticana estuvieron dispuestos a aceptar el altruismo aparente de Mussolini sin más indagaciones, aunque el Dictador jurara haber dado la espalda al ateísmo y regresado a Dios, pues sólo quería hacer lo justo.
Pese a su juventud, Pascualina fue quien mostró más escepticismo.
-¡Jamás se debe confiar en un hombre como Mussolini! -advertía una y otra vez a Pacelli-. Cabe preguntarse por qué un enemigo acérrimo de la Iglesia, como lo ha sido é1, renuncia a tanto y pide tan poco como compensación.
-Mussolini ha suplicado la gracia y el perdón de Dios -replicaba Pacelli-. Jesús ha dicho que ninguno de nosotros debe hacer oídos sordos a nadie, aunque sea el ser más diabólico de la humanidad. Debemos dar esa oportunidad a Mussolini pero sin perderle jamás de vista.
En su análisis final, los clérigos vaticanos, actuando como gobernantes u hombres de negocios, quizá simplemente como un pueblo, escucharon tan sólo los sonidos más atractivos para sus oídos y para sí mismos. Así llegó el día en que la Iglesia de Roma creó un escenario extravagante de pompa y solemnidad para anunciar al mundo su grandiosa victoria: el pacto con Mussolini y el Estado italiano.

LA IGLESIA CATÓLICA ESTADO SOBERANO

Por primera vez en la Historia la Santa Iglesia Católica Romana fue un Estado soberano e independiente, conocido como Estado de la Ciudad del Vaticano, con el Papa como su gobernante incuestionable. Desde ese instante el Catolicismo fue la religión oficial de Italia, y el Estado fascista respaldaría las escuelas parroquiales. El judaísmo italiano protestó airadamente contra la exclusión deliberada de fondos para la educación judía; un portavoz llamó “pogrom moral” al convenio Iglesia-Fascio. Aunque pareciera mentira, todas y cada una de las peticiones importantes hechas por la Iglesia a Mussolini y los fascistas aparentemente habían sido aceptadas.
Para celebrar la firma se organizó una solemne ceremonia de gran colorido y boato en el histórico palacio vaticano de Letrán el l1 de febrero de 1929, tres años después del comienzo de las negociaciones. El Tratado de Letrán, denominado con el nombre del palacio donde se lo ratificara, fue proclamado por el Vaticano como el acontecimiento más importante en la historia moderna de la Iglesia El cardenal Gasparri, secretario de Estado, ataviado con las más impresionantes vestiduras eclesiales, estampó sello y firma representando a Su Santidad, y Benito Mussolini, vistiendo el esplendoroso uniforme de su Dictadura fascista y haciendo entrechocar los talones, firmó con una airosa rúbrica y una sonrisa representando al Reino de Italia.
Desde ese instante, el Vaticano tuvo moneda propia, fuerza policial, ciudadanía, un reducido contingente armado y su bandera amarilla y blanca. El Papa y el mundo católico se mostraron eufóricos. "Ideas del hombre y más .......".

Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire

Bienvenido, espacio de ideas.