F,P,D Univers.
Presenciando la escena desde el fondo de la capilla, Pascualina se arrodilló y oró entre sollozos. Adolf Hitler pretendió asesinar al papa Pío XII como represalia de Mussolini en junio de 1943, asegura este lunes el diario de los obispos italianos. En un artículo titulado 31 de julio del 43, Hitler quería eliminar a Pío XII, el diario de la conferencia Episcopal italiana desvela un plan organizado de la Seguridad del Reich en Berlín el 25 de julio de 1943. La fuente es Niké Freytag von Loringhoven, hijo de uno de los personajes; en este plan, el coronel Wessel Freystag von Loringhoven, de la sección sabotajes. Niké Freystag von Lorinhoven, que en la actualidad tiene 72 años y vive en Múnich, sostiene que el plan para matar al Papa se desarrolló en el mítico hotel Daniela y en el Lido de Venecia. Entre el 29 y el 30 de julio de 1943 se celebró en esta ciudad un encuentro secreto entre el jefe del contraespionaje italiano, el general Cesare Amé. Durante la reunión que también participó el padre de Niké Freystag von Loringhoven, los alemanes que según el diario no tenían simpatía por el régimen nazi informaron a Cesare Amé de las intenciones de vengarse de los italianos por el arresto de Mussolini en las personas del rey Víctor Manuel III o del Papa Pío XII. De regreso a Roma, el general divulgó la noticia. "Ideas del hombre y más .......".
2. Apuntes para una biografía de Pio XII (26)
Por Jesús Martí Ballester
LOS NAZIS OCUPAN ROMA
El 8 de setiembre de 1943 los nazis ocuparon Roma, y aunque las tropas hitlerianas rodearan el Vaticano, Pascualina pidió incluso con más insistencia que el Papa se manifestara contra los procedimientos inhumanos del Führer.
Un día, la monja y el Pontífice abordaron el tema mientras paseaban por los perfumados jardines papales.
-Santidad -dijo Pascualina al Pontífice con tono comprensivo-, si no se decide a formular una denuncia contra los nazis, permita por lo menos que el Papado preste toda su ayuda a ese pueblo judío perseguido con tanta saña.
Pascualina se detuvo en una encrucijada de senderos y, cogiendo una de las grandes rosas rojas, las favoritas de Pío XII, se la entregó al Santo Padre con el rostro iluminado por una cálida sonrisa.
Intuyó que el Papa estaba sumido en hondos pensamientos mientras aspiraba la agradable fragancia de la flor. Evidentemente, Pío sopesaba los riesgos que entrañaba aquella apelación..., peligros amenazadores como nunca para la Santa Sede. La Policía secreta alemana, y también la fascista, habían montado una vigilancia rigurosa en torno a la Ciudad del Vaticano. La monja y el Papa sabían cuánto se jugaban haciendo pasar clandestinamente a personas judías por la divisoria entre el Vaticano y la Italia ocupada por los nazis.
Sin embargo, Pascualina vio aparecer una expresión de simpatía en tos ojos del Santo Padre.
REFUGIADOS JUDÍOS EN EL VATICANO
En muchas ocasiones, Pascualina y Pío XII pasaron momentos de ansiedad observando desde las ventanas del apartamento papal la entrada de los refugiados judíos, quienes mostraban brevemente sus tarjetas de identidad falsas a la Policía fronteriza nazi para encontrar asilo en el Vaticano.
Durante el resto de la guerra, los judíos atravesaron por millares la línea pintada entre la Roma ocupada y el Vaticano para refugiarse en iglesias, basílicas y otros edificios papales. Castel Gandolfo dio albergue a 15.000 personas, por lo menos. La Santa Sede proveyó a los refugiados con alimentos, ropas, medicinas y dinero. Sólo las cocinas costaron al Vaticano unos 7.000 dólares diarios. Para financiar aquel programa clandestino, el Papa recaudó donativos “enmascarados” de católicos del mundo entero; también se pidió que todos los asistentes a las audiencias papales llevaran consigo alimentos, con lo cual se logró acumular provisiones por millares de toneladas.
Paradójicamente, Pascualina no se había sentido nunca tan feliz como en aquel período clandestino, nunca tan a sus anchas. El patetismo y la gratitud que se reflejaban en las caras de aquellos huérfanos judíos, a quienes Hitler aterrorizara durante tanto tiempo, le procuraban una riqueza de sensaciones jamás experimentadas.
SOCORRO PAPAL
Día tras día se la veía yendo de acá para allá, atendiendo a las mil y una responsabilidades que entrañaba el Socorro Papal. La monja parecía supervisar todo, ocupándose personalmente de múltiples detalles.
Era preciso asignar dormitorios y alimentar sobre una base diaria a cada uno de los muchos millares de refugiados. Se encargaban ingentes cantidades de alimentos varias veces a la semana, y las cocinas papales trabajaban sin interrupción las veinticuatro horas del día. Por otra parte, a muchos era necesario vestirlos. La ropa de cama, que se cambiaba cada día, era suficiente para requerir por sí sola toda una jornada de trabajo.
En muchas ocasiones los nazis querían verificar sus sospechas de que hubiese abundantes judíos entre las personas acogidas al amparo del Vaticano. Así, pues, enviaban periódicamente agentes especiales para pasar revista a los refugiados en el Palacio Papal. Pero no consiguieron burlar ni una sola vez a la monja bávara, que conocía tan bien la mentalidad alemana.
Pascualina debió gran parte de su éxito a la atracción que ejercía sobre el embajador alemán ante la Santa Sede, barón Ernst von Weizsäcker, de quien sabía que se oponía secretamente a los nazis. La monja había conocido a Weizsäker el 5 de julio de 1943, pues fue entonces cuando el Papa le recibió en audiencia privada. Ella intuyó al instante su sincero deseo de amistad con la Santa Sede, y esa confianza quedó plenamente justificada. Pascualina lo relataría así más tarde:
-Habiendo observado la devoción a Jesús del embajador alemán, sugerí a Su Santidad que le invitara a reunirse con nosotros en la Capilla Papal para nuestros rezos privados. Pío XII accedió, y desde entonces los tres rezamos juntos el rosario bastantes veces. Aunque el Santo Padre no mencionara jamás ante el embajador que las instituciones romanas estaban abarrotadas de judíos, nuestro buen amigo “el barón” estaba enterado de todo, no tengo la menor duda.
BADOGLIO SUSTITUYE A MUSSOLINI
Pascualina había oído también susurrar que le había llegado la hora a Mussolini. El rey Víctor Manuel había visto el panorama y se había movido aprisa para descartar al Dictador. Después de ordenar el arresto y encarcelamiento del Duce, el Rey había elegido al mariscal Pietro Badoglio, un antifascista, para sustituir a Mussolini como jefe del nuevo Gobierno italiano. Inmediatamente, Badoglio quiso tranquilizar al Papa con la promesa de que el nuevo Gobierno italiano respetaría la autonomía del Vaticano. Pero Pío XII y Pascualina habían escuchado ya tantas promesas vanas de ambos lados desde el comienzo de la guerra que acogieron esta otra con un escepticismo absoluto.
Aunque durante el día las puertas de San Pedro no hubiesen estado jamás cerradas herméticamente, el Papa comprendió que había llegado la hora de tomar esa medida insólita.
-¡Vaya y transmita a la Guardia Suiza mi orden de cerrar la Basílica! -dijo Pío XII a Pascualina-. Pero asegúrese primero de que todos los judíos del Vaticano encuentren santuario allí.
-¿Y usted, Santidad? -preguntó con voz temblorosa la monja.
Temía que Hitler y los neofascistas cumplieran sus amenazas contra Pío XII-. --- ¿Dónde se quedará usted?
-¡El santo Padre permanecerá aquí, en el palacio! –replicó Pío XII.
La determinación inamovible del Pontífice se entrevió en su mirada llameante
-¡Ahora veremos si hay algún hombre, Hitler y Mussolini incluidos, que ose atacar al Papa, símbolo de Jesucristo en la Tierra!
A Pascualina le enorgulleció el coraje absoluto de Pío XII. Él no había desertado nunca de Cristo ni de su propia fe en los grandes enfrentamientos.
-Ellos no nos intimidaron cuando nos apuntaron con sus pistolas -dijo Pío XII- rememorando el terror que apresara a Múnich tras la primera Guerra Mundial-. Y esta vez todavía estaremos menos asustados.
PASCUALINA QUIERE QUEDARSE
-Con su permiso, Santidad, me quedaré aquí -dijo la monja.
-¡Usted no tiene mi permiso! -contestó encrespado el Papa-. ¡Vaya y refúgiese en los sótanos del Palacio!
-¡No, Santidad! -insistió Pascualina atropellándose al hablar-. Volveré aquí tan pronto como los judíos estén a salvo en la Basílica. ¡Con su permiso o sin él! ¡Mi lugar estará siempre a su lado!
La religiosa pareció tan resuelta como jamás lo hubiera visto Pío XII. Este comprendió lo inútil que sería discutir con la monja.
El Papa movió tristemente la cabeza dándose por vencido.
-¡Vuelva pronto, madre Pascualina!
Fue un susurro que ella apenas oyó. Acto seguido el Pontífice cayó de hinojos y oró.
GUARDIAS PAPALES: FUSILES Y AMETRALLADORAS
Cuando se levantó, Pio XII adoptó un aire aguerrido, presto para aguantar cualquier ataque. Cogió el teléfono y ordenó a los guardias papales que se armaran con fusiles y ametralladoras.
El Papa desplegó a su guardia armada a lo largo de la frontera, una ancha faja blanca pintada en el pavimento para separar el Vaticano de Roma. Apenas divisaron a los soldados papales uniformados de caqui, las tropas nazis y fascistas, armadas igualmente con fusiles y ametralladoras, avanzaron para atacar.
Pero el mariscal Albert Kesselring, presintiendo las protestas que se oirían en el mundo entero si los nazis ocupasen por la fuerza el Vaticano, ordenó hacer alto a sus fuerzas. Los comandantes de ambos campos conferenciaron y se acordó respetar la neutralidad del Vaticano: ni los nazis ni los soldados papales cruzarían la frontera pintada y tampoco abrirían fuego.
Después de aquello, lo más cerca que llegaron nazis o fascistas a cumplir sus amenazas contra el Vaticano fue una incursión de un avión que en la noche del 5 de noviembre dejó caer cuatro bombas. Una de ellas demolió un estudio de mosaico próximo a la estación ferroviaria del Vaticano. La onda explosiva y la metralla hicieron añicos algunos ventanales altos de la cúpula de San Pedro. Las restantes bombas cayeron en espacios abiertos destrozando cristales de edificios cercanos y causando serios desperfectos en la emisora Radio Vaticano.
Con el enemigo atacando por ambos lados al Vaticano, las jerarquías católicas del mundo entero ejercieron una presión creciente sobre Pío XII para que abandonara Roma y estableciera el Papado en una nación neutral.
El 9 de febrero de 1944 el Papa respondió convocando en la capilla Sixtina a todos los cardenales cuyo lugar de residencia fuera Roma. Pío XII descartó el protocolo eclesial y les habló vistiendo la sencilla sotana blanca de sus jornadas cotidianas. El pontífice recordó a la jerarquía que, hacia los comienzos de la guerra, había ordenado a todos los obispos católicos que permanecieran en sus puestos; pero, ahora, cuando la guerra llegaba al Vaticano y tanto los Aliados como las potencias del Eje procedían sin disimulo contra el Papado, la situación de la Santa Sede se hacía extremadamente grave. Pío XII quiso dispensar a todos los prelados de los juramentos de fidelidad que hicieran cinco años antes en aquella misma capilla.
-Nos os eximimos de toda obligación que os compela a seguir nuestra suerte -dijo a la jerarquía católica. Cada uno de vosotros tiene libertad para hacer lo que estime conveniente.
PIO XII, NO ABANDONAR ROMA
Sin embargo, Pío XII hizo constar que él no tenía el menor propósito de abandonar su puesto como obispo de Roma
--Si le sucediera algo al Santo Padre -dijo el Pontífice-, si se encarcela o mata al Santo Padre, vosotros deberéis reuniros dondequiera que podáis y elegir nuevo Papa.
Lívidos y llorosos, los cardenales se negaron uno tras otro a acatar la orden pontificia. Tal como hicieran cinco años antes, se arrodillaron ante el Papa y le besaron los pies; cada prelado renovó su juramento inmarcesible de fe y lealtad.
El cardenal Tisserant, sinceramente conmovido, fue uno de los primeros en hacer patente su fidelidad.
HITLER QUISO ASESINAR AL PAPA
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