F,P,D Univers.2.- Apuntes para una biografía de Pio XII (24)
Por Jesús Martí Ballester
EL CARDENAL TISSERANT
-Usted, mujer, ejerce gran influencia sobre Su Santidad, ¿no? -dijo Tisserant, despreciativo, reanudando su diatriba-. Pues entonces ¡dígale a Pío XII que se resista resueltamente como lo haría Jesucristo! ¡De lo contrario usted será tan culpable como el propio Papa!
Habiéndose salido con la suya, Tisserant abandonó muy tieso la estancia. Pascualina se quedó sin habla, y le miró marchar, aturdida. Aquella confrontación la sorprendió no poco, porque cuando buscó el origen de su cólera, la monja descubrió que estaba de acuerdo con Tisserant.
Pascualina había encontrado la horma de su zapato en el genial y rollizo,”il francese”, quien, pese a ser un cincuentón, era un defensor militarista de la causa francesa y al mismo tiempo un eclesiástico capaz y vehemente del Vaticano. Durante la Primera Guerra Mundial se había distinguido como un oficial muy inteligente en el Estado Mayor Central del Ejército francés. Hablaba trece idiomas: francés, inglés, italiano, alemán, ruso, persa, griego, latín, hebreo, árabe, sirio, arameo y asirio. Además, dominaba las cinco lenguas semíticas.
No obstante su temperamento impetuoso y su agresividad a menudo profana, el deslenguado Tisserant era conocido en el Vaticano como uno de los cerebros más clarividentes de la Iglesia. Algunas veces el cardenal disfrutaba bromeando y tendiendo trampas a sus adversarios, una cualidad perversa que Pascualina comparaba a la del “gato jugando con un ratón". Pero, por lo general los argumentos del cardenal eran tan exaltados que le valían el resentimiento -e incluso la ira- de aquellos con quienes discrepaba.
EL RESPETO POR PIO XII
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, el respeto de Tisserant por Pío XII se tornó particularmente agrio. Esa animosidad se hizo evidente cuando el Papa no quiso dispensar al cardenal de sus funciones como director de la Biblioteca Vaticana, petición que le había hecho Tisserant para poder volver a Francia y servir en la guerra. No obstante su edad ya madura, el prelado creyó que sus virtudes militares le eran indispensables al Gobierno, y se quejó amargamente de ello ante los demás cardenales:
-Me encuentro en un estado de máxima inutilidad anclado aquí en el Vaticano, y por consiguiente, estoy pidiendo con insistencia al Santo Padre que me dé un destino en Francia.
LOS ZAPATOS DE JUAN XXIII
Aunque esa animosidad contra el inflexible Papa se intensificara progresivamente hasta el final de Pío XII, el astuto e indomable francés no se detuvo ahí sino que desafió también al sucesor de Pacelli, el cardenal Angelo Roncalli. Incluso el día en que Roncalli fuera aclamado como el Papa Juan XXIII, tras la muerte de Pío XII, el año 1958, Tisserant todavía hizo gala de su burda arrogancia.
Cuando Roncalli apareció por primera vez con la capa de armiño como nuevo Papa, Tisserant cogió del brazo al Santo Padre y llevándoselo aparte le susurró muy serio al oído:
-Santidad, ¡no se ha puesto usted el calzado adecuado!
El Papa Juan no se molestó en mirarse los pies. Alzando los brazos y ladeando la cabeza con su gesto característico, el anciano y rotundo Pontífice replicó:
-¡Vamos, Eminencia Tisserant! ¡Seguramente habrá cosas más importantes que mirar los zapatos!
Entre las tormentas desencadenadas por su controvertida actitud en tiempo de guerra, Pío XII se confió a su instinto de diplomático y marchó cautelosamente con la Iglesia por el sendero histórico de la neutralidad estricta. Sin embargo, percibió apesadumbrado que muchos interpretaron su silencio como una tendencia germanófila y antisemita. Entre los censores más acerbos del Papa -particularmente Tisserant- figuraron los propios consejeros papales.
LA GUERRA
Históricamente, cada Papa ha tenido que contender con su “Senado”, el Sacro Colegio Cardenalicio, para establecer la política papal. Incluso cuando el Santo Padre tomó concienzudamente la medida a Roosevelt y Churchill, Mussolini y Hitler, y cada uno de los demás líderes, sopesando las verdades y falsedades provenientes de ambos campos, Tisserant fustigó con creciente furia la política de Pío XII.
El 11 de junio de 1940 -un día después de que Italia entrara en la guerra-, Tisserant escribió lo siguiente a su compatriota el cardenal Emmanuel Suhard, arzobispo de París:
“Alemania e Italia se propondrán destruir a los habitantes de las zonas ocupadas tal como han hecho en Polonia... Las ideologías fascista e hitleriana han transformado la conciencia de los jóvenes... Todos aquellos menores de 35 años están dispuestos a perpetrar cualquier crimen siempre que ello les permita alcanzar el objetivo fijado por sus jefes... Mucho me temo que la Historia se vea obligada, con el tiempo, a formular acusaciones contra la Santa Sede por haber ejercido una política para su propio beneficio y poco más. Y eso resulta sumamente triste..., sobre todo cuando uno ha vivido bajo Pío XI.”
LAS CRÍTICAS DE SPELLMAN
Incluso el arzobispo de Nueva York, Spellman, por quien tanto hicieran Pascualina y el Papa, expresó graves prevenciones contra el silencio del Papa. En una carta al Secretario de Estado del Vaticano, cardenal Luigi Maglione, Spellman criticó sorprendentemente sin rodeos al Pontífice:
“El prestigio del Papa XII en América declina rápidamente debido a sus manifestaciones nebulosas -escribió Spellman-. El concordato -según prefería denominar a aquel pacto la Santa Sede- fue suscrito por Pío XI e Hitler en 1933. Allí se disponía que el clero vaticano prestara juramento de fidelidad a Hitler y al Tercer Reich. Asimismo se ordenaba que los obispos y sacerdotes católicos dijeran públicamente oraciones por el Führer y Alemania. En suma, la Iglesia se comprometía a no enfrentarse jamás con la dictadura de Hitler.
Por su parte, el Tercer Reich habíaprometido respetar y salvaguardar las iglesias de la Santa Sede y todas sus propiedades, incluyendo monasterios, conventos, seminarios, rectorías y escuelas parroquiales. Según juró Hitler, no habría interferencias extrañas ni usurpaciones en los derechos y propiedades de la Iglesia.
Por aquellas fechas, Pacelli creía que había una autoprotección lógica en las razones del Vaticano para avenirse con unas dictaduras cada vez más generalizadas por Europa. Cuarenta y cinco millones de católicos estaban bajo Hitler, y la población de Italia, el 96 % católica, se hallaba dominada por el fascismo. Durante años, nazis y fascistas habían sido las mejores defensas de la Santa Sede contra el comunismo, un movimiento empeñado desde hacía mucho en la destrucción total de la Iglesia Católica y la confiscación de todas sus propiedades y riquezas. Casi toda Europa luchaba con dificultades financieras y adolecía de impotencia política, justamente los elementos que manifestaban los rojos para el propio beneficio. Con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial, Pacelli había creído que sin Hitler y Mussolini el continente caería inevitablemente en manos de los comunistas. Estaba convencido a la sazón de que si Italia se hiciese roja, el Vaticano y todo cuanto poseía pasarían a ser rápidamente unas pertenencias de los bolcheviques.
(Continuará). "Ideas del hombre y más .......".
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