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"Ideas del hombre y más .......".
Seguimos con la publicación de los apuntes del padre Jesús Martí Ballester al respecto de una biografía suya sobre el Papa Pio XII. Es ya el octavo capítulo y el autor, un poco más abajo, nos narra sus dudas y sentimientos. Es normal. Pero lo importante es que don Jesús, con ya los 90 años cumplidos, está luchando para sacar adelante algo muy notable pero también difícil. Betania está con él y sus lectores también… ¡qué se sepa!
Apuntes para una biografía de Pio XII (8)
Por Jesús Martí Ballester
Cuando me encuentro a mitad del trabajo, me doy cuenta de que es difícil y sumamente comprometido y me desaliento y trato de iniciar un reajuste por donde pueda ver mejor la salida pues ya estoy muy metido en el avispero. En el principio me pareció muy útil el trabajo. Se trataba de poner en luz a un Pontífice de la Iglesia. Yo venía entrenado en el estudio de otro supremo pontífice y había salido airoso en el intento. No me había superado la tarea, pero aquella era más homogénea. El estudio de Pio XII me produce vértigo. No era un exagerado el cuándo se escapó en pleno cónclave huyendo de la capilla sextina que le había elegido Papa. Se trataba de escapar de una tarea azarosísima. Pese a sus cualidades de diplomático mayúsculo avizoraba que se quedaría corto. ¿Podía él abrir el horizonte de los años? Ataque a Polonia, Francia y Alemania, Estados Unidos y Gran Bretaña, Italia y Rusia y las naciones intermedias… y Japón, Pearl Harbor ¿Cómo podrá sembrar la paz en todo el orbe? ¿El Reino de Cristo entre toda la algarabía de los errores y herejías? Y sobre todo el infierno bramando. Pio XII llegó a exorcizar a Hitler en su apartamento, porque tenía la convicción de que estaba endemoniado. Eso entreveía Pío XII… ¿y yo en mi pobre estudio podré enhebrar todos los cabos, estudiar todas las situaciones encontrar la luz donde tantas tinieblas la ciegan? Veni, Sancte Spiritus!! .- Jesús Martí Ballester
PACELLI EN LOS ALPES SUIZOS
Seguramente se trataba de una inspiración de la gracia recibida más por Pascualina, aquella joven de veintitrés años, que por Pacelli. Fue una inspiración de largo alcance, recibida por una mujer joven pero de mucho valor, de un profundo coraje y constancia heroica y que exigía un gran temple de carácter por la diferencia de los sujetos en los que se establece, sobre todo en la mujer. La mujer es una joven, el varón es un arzobispo con sus cuarenta y un años cumplidos. El hombre no es fácilmente impresionable y menos en aquellos tiempos, cincuenta años atrás, tanto en el terreno normal como en la jerarquía.
El hombre es ya una alta jerarquía en la Iglesia y humanamente tiene una personalidad recia y un carácter formidable y muy formado. La verdad es que nos encontramos ante una historia de amor, conmovedor e intenso, no menos interesante debido al hecho de que los dos amantes sean fuertes y apasionadamente leales. Ambos son en todo momento célibes: él, Papa, ella, su confidente, consejera y amiga, religiosa con votos. Se perfila como una de las mujeres más eximias del siglo XX, Yo pretendo destacar aquí una admiración de gratitud hacia ella, pues no recibió trato ni recompensa de casi nadie. Murió en Viena a los 89 años, 32 de ellos al servicio de Pio XII. Su ejemplo hace revivir en todo el mundo la historia de esta figura con más influencia en el Vaticano que los mismos Cardenales. A Eugenio Pacelli le quedan pocos años de su servicio en Múnich. En 1925 el Vaticano trasladó a Pacelli a Berlín.
PAULINA FIEL A SU VOCACIÓN
Deseo reparar hoy a través de estas letras las amarguras que devoró Sor Paulina, que supo ser fiel a su vocación. Paulina ha luchado con bravura por salvar a Pacelli. En estos momentos le encuentra desmejorado hasta tal punto que le ha insistido en que debe darse un breve descanso en la nieve. Ella está apoyada sobre los esquíes, temblando un poco; y lo mismo Pacelli. Ambos se agazapaban, ateridos por el frío congelador de espesa nieve, en el ápice de una pendiente pavorosamente pronunciada de los Alpes suizos. El caso de Pascualina me parece una vocación excepcional. Considero que fue una inspiración celeste, que contiene un mensaje, que hemos de estar prestos a aceptar, porque si es verdad que no aparece fácilmente una Pascualina, sí que es más frecuente que se frene a las que el Espíritu Santo consagre, aunque no en tan alto terreno. En el caso de Pascualina se da una verdadera vocación de lo alto para unos fines altísimos que sin la fidelidad constante de ella, no se habrían dado. Considero que es tener un Papa tan grande y tan santo, como Pío XII y en aquellos tiempos en el remolino de las dos grandes guerras mundiales lo que él suponía para la Iglesia, como ella soñaba y acertaba. Yo estoy seguro que sin la dedicación de la monja, Pio XII no habría llegado a Papa. En esas circunstancias me parece lógico que Paulina y Pacelli no quisieran perderse esa nueva y espléndida locura del deslizamiento con esquí que estaba haciendo furor en las zonas nevadas de Europa. Empuñando los bastones, ella con la indumentaria de monja y él en el ropaje talar, se santiguaron, susurraron juntos una breve oración –“en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”- y se lanzaron cuesta abajo entre gritos de pánico y alegría.
ESQUIANDO UNA MONJA Y UN ARZOBISPO
Otros parecieron aprobar también la idea de poner algunas burbujas en la vida de Pacelli. Unos cuantos esquiadores les dedicaron vítores y aplausos espontáneos cuando la monja y el arzobispo se detuvieron jadeantes al pie de la pendiente, sintiéndose por fin, sanos y salvos tras la aventura más temeraria de su vida. Aunque Pacelli pareciera azorado e incómodo al principio, se mostró muy pronto tan satisfecho como la monja pues aquella ovación tan entusiástica de la gente e inesperada era justamente lo que necesitaba para ganar aplomo. Nos encontramos ante una historia de amor, conmovedor e intenso no menos interesante debido al hecho de que, como hemos dicho, los dos amantes sean en todo momento célibes: él Papa, ella su confidente, consejera y amiga, religiosa fidelísima con votos. Se perfila como una de las mujeres eximias del siglo xx, fuerte y apasionadamente leal. Murió en Viena a los 89 años, más de 32 al servicio de Pio XII. Su ejemplo hace revivir en todo el mundo la historia de esta figura. Preciso destacarlo con fuertes tintas para que sean alentadas las mujeres en sus llamadas del Espíritu. Es el año 1921. Todo ha quedado muy atrás.
PASCUALINA Y EL PAPADO
Pascualina culpaba también al Papado por haberle permitido vivir en casa con su madre hasta los treinta y ocho años de edad. El papa León XIII era particularmente culpable, en su opinión. El Papa fue quien hiciera posible esa situación insólita cuando cedió a ciertas presiones, cuyo único fundamento era la frágil constitución del padre Pacelli. Pareció inaudito que un clérigo católico durmiera y trabajara en el hogar familiar, y ello despertó muchas murmuraciones y envidias entre los eclesiásticos vaticanos. Sin embargo, el influyente abuelo de Pacelli, Marcantonio, fundador y editor de L'Osservatore Romano, órgano oficial del Vaticano, insistió cerca del Pontífice León XIII aduciendo que tan solo la madre del joven sacerdote podría aportar el amor y los cuidados requeridos para conservar la salud de su nieto. El papa León -a quien impresionaban la pluma y el poder del director, pero todavía más la aristocracia y opulencia de la familia- sentó un precedente concediendo de mala gana la dispensa al padre Pacelli para vivir en casa con su madre.
Habiendo dejado Pascualina, ella misma su hogar a los quince años para ingresar en el convento, aseguró siempre que tal decisión le había hecho “un bien indecible”. Pacelli experimentó un cambio perceptible durante sus breves vacaciones en los Alpes, cambio que se hizo aún más notorio para Pascualina cuando regresaron a la Nunciatura de Múnich. Ya no necesitó animarle tan frecuentemente a probar suerte con los deportes. Por aquellos días el motociclismo estaba generalizándose en la Europa de posguerra, y varios factores explicaban su afinidad con las "bicis rápidas”, como él las llamaba. Pacelli se había aficionado al desafío del esquí durante su temporada alpina, parecía no haberse saciado todavía de pendientes. Para él había cierta vinculación entre el esquí y el motociclismo que estimulaba su espíritu desafiante. Salud y estado de ánimo habían experimentado una mejora tan espectacular que empezaba a parecer un hombre nuevo y a actuar como tal. Su mente pragmática vislumbraba otras ventajas de la motocicleta, dejando aparte la velocidad y las emociones. Durante la guerra, los militares habían empleado ese vehículo con muchos fines prácticos, y eso interesaba a su mente utilitaria. Pensaba que los sacerdotes afectos a su circunscripción podrían usar motocicletas para visitar enfermos y moribundos o diligenciar otros muchos asuntos apremiantes.
-¿Lo ve? ¿No se lo dije? ¡Yo sé cómo conducir estas cosas!
HORAS SOMBRIAS
Mientras afluían esos tiempos felices, surgieron horas sombrías, tristes, cuando murió su madre, Doña Virginia. Mucho antes de que la anciana señora muriera, en 1921, Pascualina se había preparado para afrontar el grave desequilibrio que causaría a Pacelli la muerte de su madre. Efectivamente, la noticia de esa defunción le sumió en un estado de honda melancolía. Desesperó durante días sin fin, incapaz de comer o dormir. La monja se agotó cuidándole, sustituyendo cumplidamente a la madre que acababa de perder y atendiendo a los demás deberes y responsabilidades de la administración doméstica.
Por fortuna, otro amigo, el cardenal es Achille Damiano Ambrogio Ratti, antiguo bibliotecario del Vaticano, fue elegido Papa. El primer acto extraoficial de Pio XI fue el envío de un mensaje al Nuncio en Múnich deseándole un pronto restablecimiento.
Al igual que Pascualina, el prelado era una persona más bien seria y de maneras intachables. Y aunque ella tuviera la mitad de su edad o un poco más, compartía con Pacelli la naturaleza perfeccionista y la devoción al trabajo intenso. Para la joven Pascualina, Pacelli no tenía nada en común con los joviales sacerdotes italianos que acudían a los Alpes suizos esperando encontrar buenos alimentos, agradables charlas de sobremesa y regocijantes chismorreos.
Aun cuando se mostrara frío y distante al principio, Pascualina se había propuesto derribar lo que se le antojaba una fachada protectora. Algunas veces Pacelli era terco e impaciente, pero ella lo atribuía a un exceso de trabajo durante largos años. Ahora, Pascualina, con su voluntad germana y su resolución maternal, se había propuesto devolver la salud y el ánimo a aquel gran hombre. Desde el momento de su llegada al sanatorio “Stella Maris”, ella estaba casi constantemente a su lado con medicinas y alimentos, y no se movía ni un centímetro mientras él no lo comiese todo. Insistía en que el prelado se acostara a buena hora mientras ella misma se agotaba lavando y planchando sus cosas, procurando que sus ropas estuviesen siempre pulcramente colgadas y haciendo la limpieza cuando él se retiraba. E incluso durante el sueño de Pacelli la monja estaba allí, observándole a todas horas, asegurándose de que su comodidad fuera completa y no tuviese necesidad de nada. Aunque hubiera otros clérigos dolientes a su cuidado, Pascualina hacía sentir siempre a Pacelli como si él fuera su único paciente.
Al cabo de dos meses, sus atenciones y dedicación hicieron maravillas. Pacelli se recuperó por completo; su entera estructura se llenó, y él se sintió más fuerte que nunca en cuerpo y alma. Por primera vez Pascualina vio una sonrisa en su rostro pétreo y le oyó reír.
Por aquellos días Pascualina conocía ya demasiado bien a Pacelli. Su mayor temor era que él viera esa salud recién recobrada como lo más natural del mundo. Sabiendo que en su juventud el prelado había sufrido varias veces de tuberculosis y estado al borde de la muerte durante algunos ataques graves, ella estaba dispuesta a reprenderle tan pronto como quebrantase cualquiera de sus reglas.
EL CAFÉ DE PACELLI
Pocos días antes de que abandonara el sanatorio, como estaba previsto, sobrevino la primera explosión. Pascualina quedó atónita al encontrarle levantado en la cocina, junto al fogón, haciéndose una taza de cappuccino.
-¡Eminencia!- exclamó con ojos relampagueantes-. ¡Ya está usted con sus viejos hábitos cuando hace tan poco que ha dejado la cama!
Con su menuda figura temblando de cólera le cogió la taza y vertió el café en el fregadero. Pacelli enrojeció de sorpresa e ira pues hasta entonces nadie había osado desafiarle así, considerando el gran poder eclesial que representaba. Pero Pascualina agitó el índice para reprobar la travesura y sonrió esperando disipar así la tensión. Pacelli se calmó en seguida; una ancha sonrisa iluminó su rostro. Por fin ambos rieron contentos, y ello acabó con la afición de Pacelli al café para una larga temporada.
Hacia el fin de semana, Pacelli desapareció. Partió con todas sus pertenencias, una mañana temprano, sin darle las gracias, sin decir adiós ni a ella ni a las demás monjas, salvo la Madre Superiora y la Priora. Pacelli, educado por el Vaticano en el sistema de castas, esperaba que todos los religiosos de humilde condición, particularmente las monjas, hicieran reverencias y se humillaran ante la noble jerarquía e incluso dieran gracias a Dios por haber tenido esa oportunidad. Pese a su severo aprendizaje en humildad y obediencia, Pascualina sintió un profundo resentimiento.
Sin embargo, Pacelli no era el esnob desagradecido que pudiera parecer a primera vista. Si ella hubiese sabido por entonces cuánto le había impresionado con sus solícitos cuidados, y consideración y ayuda infatigable, cuánto le había impresionado también con sus modales y belleza, se habría quedado pasmada.
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