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"Ideas del hombre y más .......".
Los castillos que
salvaron la vida a miles de exiliados españoles
Una exposición trae a Madrid la memoria de
Gilberto Bosques, cónsul de México en Francia, que firmó 40.000 visas a
perseguidos por el fascismo y refugió a exiliados españoles en dos castillos
que alquiló en los alrededores de Marsella
Los castillos que
salvaron la vida a miles de exiliados españoles
Una exposición trae a Madrid la memoria de
Gilberto Bosques, cónsul de México en Francia, que firmó 40.000 visas a
perseguidos por el fascismo y refugió a exiliados españoles en dos castillos
que alquiló en los alrededores de Marsella
Algunos le llaman el Schindler
mexicano, pero es probable que su gesta en favor de un enorme grupo
condenados a una muerte segura o a la miseria absoluta y el desahucio
espiritual fuera mayor que la del empresario alemán, que salvó a más de un
millar de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Porque Gilberto Bosques, cónsul de
México en Francia, a donde había llegado a investigar los sistemas
educativos del país, firmó 40.000 visas para que muchos perseguidos por el
nazismo pudiesen cruzar el Atlántico. Pero además, junto a otros diplomáticos,
alquiló dos castillos en los alrededores de Marsella (Reynard y Montgrand) para
que 1.350 hombres y mujeres (mayoritariamente españoles) atrapados en el sur de
Francia entre la histeria sin sentido del final de la Guerra Civil española y
el brutal comienzo del conflicto bélico europeo pudieran conservar su vida y su
dignidad.
Se cumplen ahora 75 años de
la llegada de los exiliados de 1939 españoles a México y entre el sinfín de celebraciones que
se dedicarán a la efeméride, una pequeña pero reveladora exposición en el
Instituto de estudios Mexicanos recuerda aquel utópico episodio en el que dos
enormes edificios destartalados en Marsella, en plena Francia de Vichy,
sirvieron de hogar y antesala del exilio a centenares de españoles. Gilberto
Bosques plantó la bandera de su país en aquellos caserones y los convirtió en
territorio mexicano a salvo (no siempre, la verdad sea dicha) de las
incursiones de la policía y el ejército. Aquellos refugiados tomaron fotos de
toda su peripecia y elaboraron unos cuadernos –con extensos pies de foto
incluidos- que entregaron a su protector en agradecimiento. Ahora, muchas de
esas instantáneas conforman el recorrido de esta muestra que puede visitarse en
el Instituto de de México en Madrid.
Para entender la dimensión de
aquel refugio hay que invocar el recuerdo de la la penuria de los campos de
concentración de donde provenían la mayoría de sus inquilinos. Hambre extrema,
frío, maltrato y una mortalidad infantil del 97%. Cuando poco a poco fueron
llegando a Reynard y Montgrand, aquella gente fue rehabilitando los
desvencijados lugares y convirtiéndolos en una suerte de no lugares donde
podían recibir clases de todo tipo, bañarse en una enorme piscina, asistir a conciertos
-incluso algunos habitantes de Marsella se acercaban a lo que pasó a llamarse los
domingos de la Reynard- sembrar frutas y verduras, bailar… Para
“alimentar su alma, además de su estómago”, como explica la comisaria de la
exposición María Luisa Capella, para cuyo trabajo ha contado con la
colaboración de la UNED y del Centro de Estudio para Migraciones y Exilios.
Además, el trabajo que llevaban a cabo era remunerado con la única condición de
que el salario de un día a la semana se dedicase al mantenimiento de la casa.
Con todo lo que hizo, cuando los españoles le agradecían a Gilberto Bosques
todo lo que había hecho por ellos, él solía contestar: “… no fui yo, fue
México”.
La muestra contiene también el
documental Visa al paraíso,
de Liillian Liberman, en
el que relata esta historia y la de muchos otros casos en los que Bosques
permitió a otros perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial salir de Francia
rumbo a México. Muchas veces ya a través de Marruecos. Por eso Bosques, cuando
ya se cerraron ambos castillos –Reynard en noviembre de 1941 y Montgrand en
noviembre de 1942- sugirió al presidente mexicano Manuel Ávila Camacho la
idea de romper relaciones con el país galo. Sucedió cuando él mismo estaba ya
sufriendo un acoso insoportable que terminó con él, su familia y el resto de la
delegación diplomática confinados 13 meses en arresto domicilario en Bad
Godesberg, Alemania.
Las lecciones en estos tiempos en
los que otra forma de violencia se ha apoderado del mundo, en un momento en que
los españoles vuelven a hacer las maletas hacia el país que acogió a sus
abuelos hace 75 años, están claras para Capella. “Debe servir para aprender a
abordar los problemas de las migraciones y los exilios que en este mundo de hoy
está a la orden del día y cada vez son más lacerantes; esas migraciones humanas
ante las que no podemos mirar a otro lado”. Como no lo hicieron Gilberto
Bosques y los suyos.
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