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Los etruscos conquistan el Louvre
La sucursal del museo parisiense en Lens celebra su aniversario con una gran exposición sobre la desaparecida civilización
A ver si es posible centrar el contexto de la extraña exposición —extraña y conmovedora a la vez— que sobre la cultura etrusca y la que fuera una de sus joyas, la ciudad-Estado de Cerveteri, inauguran hoy con más de 400 piezas los responsables del Louvre-Lens, la primera sucursal del museo más importante del mundo inaugurada hace justo un año.
Dos arquitectos-estrella japoneses de la transvanguardia (Sejima y Nishizawa) erigen sobre unas antiguas minas de carbón y junto a un caduco estadio de fútbol —más allá de eso, la nada, o casi— un edificio de cristal y aluminio que serpentea como una culebra de agua entre los campos del norte de Francia. Del pobre, brumoso, plagado de paro e industrialmente reconvertido norte de Francia. Un francés tataranieto de españoles que dirige el mencionado museo más importante del mundo, y que en breve cortará la cinta inaugural de otra sucursal en el lejano Oriente (Abu Dabi), decide alojar entre estas paredes, aquí, en los campos y sobre las minas, por espacio de tres meses, los rescoldos de una civilización perdida. Y 900.000 almas sirven de argumento para que todo esto ocurra, ya que fueron eso, 900.000 visitantes, los que colapsaron las salas del Louvre-Lens durante su primer año de vida.
Son las consecuencias de los nuevos contextos, escenarios y condicionantes del mundo del arte y, más concretamente, del mundo de los museos, abocados en tiempos de crisis de dinero y de ideas como los que corren a un ejercicio de voluntarismo cultural, político y financiero digno de Sísifo, aquel buen mozo empeñado en subir una y otra vez la piedra por la cuesta aunque esta se viniera abajo todo el tiempo.
Dicho lo cual, la primera exposición arqueológica del Louvre-Lens es extraordinaria. Harán bien en acercarse a ella los interesados en la génesis, desarrollo, esplendor y ocaso del mundo antiguo y más específicamente en las viejas civilizaciones mediterráneas. Lens está a una hora de la Gare du Nord de París en tren de alta velocidad. Claro que también puede quedarse en la capital y acercarse al Museo Maillol, donde ahora mismo hay otra exposición sobre los etruscos, decididamente los grandes protagonistas de este otoño-invierno.
La antigua Cerveteri es hoy una ciudad de 36.000 habitantes a 45 kilómetros de Roma sin más balizas de referencia que la semioculta necrópolis de Banditaccia, conjunto declarado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y uno de los ejes de esta exposición de Lens (“es increíble, esta joya de la arqueología universal está a 20 minutos de Roma, pero la gente no lo sabe”, exclama Laurent Haumesser, uno de los comisarios de la muestra). Pero Cerveteri fue durante todo un milenio, aproximadamente entre el 1000 antes de Cristo y el siglo I de nuestra era, cuna de una de las más refinadas, ambiciosas y potentadas civilizaciones mediterráneas. La exposición Los etruscos y el Mediteráneo. La ciudad de Cerveteri, coorganizada por el Louvre-Lens y por el Palacio de Exposiciones de Roma (a donde viajará en marzo), establece un relato ininterrumpido de 10 siglos para explicar cómo eran aquellos hombres y mujeres que se sintieron seducidos por la estética griega y que fueron conquistados y borrados de la historia por las legiones romanas.
Tumbas, santuarios, mansiones, ofrendas, guerras, lapidaciones, banquetes, vino y perfume, armas y muerte… todo sirve en estos casi 2.000 metros cuadrados de exposición para resucitar la idiosincrasia de estos pobladores del viejo Mare Nostrum (se asentaron en lo que hoy sería la Toscana italiana), fascinados por igual ante el poderío cultural y militar de la antigua Grecia y ante las mil y una noches de Oriente. El conjunto demuestra la furia importadora de belleza expresada por los príncipes etruscos, que lo traían todo de todas partes para demostrar al mundo que lo querían todo… porque se lo podían permitir gracias al intensivo comercio con griegos y fenicios del que se beneficiaron sobre todo desde su puerto marítimo de Pyrgi. Una de las aristocracias más potentes del Mediterráneo.
Más proclives a los héroes que a los dioses y a las leyendas y mitologías que a los rezos de reclinatorio (donde estén Ulises y Medea que se quiten los textos sagrados, parecieron querernos decir), los hijos de Cerveteri tuvieron tiempo para todo tipo de refinamientos —1.000 años dan para mucho—, pero no rechazaron el olor de la sangre. Les gustaban las ánforas repletas de vino, los jarrones ricamente decorados, los buenos ropajes y las mejores moradas, pero también les gustaba el jaleo guerrero. Y poca broma: lapidaban a sus enemigos. Así que el conjunto de obras expuesto en Lens lo mismo abre los ojos del visitante al sobrecogedor Sarcófago de los esposos (estrella del Departamento de Antigüedades Griegas, Etruscas y Romanas del Louvre, recién restaurado por el equipo de conservadores del Louvre-Lens), a la Tumba de los cinco asientos o a las Plañideras de Cerveteri(picassianas de arriba abajo) que a capítulos como la masacre de los prisioneros foceanos empeñados en instalarse en Córcega. Pues buenos eran ellos. Buenos eran los etruscos.
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